ABC (Córdoba)

El don divino del gafe

- ROSARIO PÉREZ

Hay un seguidor de Morante que tropieza sobre sus propios pies, que rompe los zapatos hasta caminando descalzo y que en cada primera cita pronuncia la frase más inoportuna: «No eres tú, soy yo». A Morante le persigue un gafe al que más que machacar habrá que celebrar para no retorcerno­s en nuestra propia rabia. Qué arte, qué don divino, qué habilidad innata. Tiene querencia por el de

La Puebla como el antitaurin­o holandés errante. Y cada vez que acude a una plaza al sevillano no le embiste ni el carretón y, si le embiste con clasecita uno, como ese Carasucia cuarto, se deja su fuelle en varas (no se puede zurrar así en una corrida de Alcurrucén tan rica de belleza como pobre de fondo). El innombrabl­e se quedó en su casa el día del rabo. ¡El colmo del gafe! El de las pipas se le puso ayer delante mientras el torero deletreaba un cartel diestro y dos naturales de lenta pureza y, para más inri, se perdió aquel 21 de mayo venteño en que Morante desveló el misterio de la verónica. ¡Qué macacoa la suya!

Desde aquí, con todo respeto, le imploro que no pise la ciudad de esa Cibeles que acaricia la decimoquin­ta las tardes isidriles de José Antonio. Quédese en su casa, hombre. O acérquese a una boda o a una conferenci­a, que a las siete, en Madrid, o la das o te la dan. Meta la pata con algo memorable. Abandone su tendido alto, recorra el mundo y barrene con estilo en la calle. No sea usted tímido: trame algo épico. Regale humor al turista de la Plaza de España, haga una visita a la sede de Sumar o como el empleado del Pinakothek der Moderne de Múnich cuelgue algún garabato en una galería ecologista. Usted siempre dará que hablar.

Perdonen que no escriba su nombre, pero no quisiera que esta noche la rotativa se pare y que estas líneas se queden sin envolver el ‘pescaíto’ que el muy gafe se comerá mañana mientras está a punto de atragantar­se el vecino de al lado. Porque el cenizo es invencible: ninguna de las cuatro de Morante se ha perdido y apenas medio toro le ha embestido. Ese jartible merece odas y monumentos; merece la instauraci­ón del Premio al Gafe. Y cuando lo reciba le jalearemos hasta que, como tarareó aquel, «nos duelan los pies de tanto aplaudir». Al aguafiesta­s del año, al portento de la mavita, al gafe madrugador que paseaba por la calle Pureza y llovió una petalada. Incansable. Heroico. ¡Qué arte más grande! ¡Qué don divino! ¡Qué habilidad innata! Quintaesen­cia del ‘gafismo’.

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