ABC (Córdoba)

El revólver cargado

Sólo puedo admirar al actual hermanísim­o que hoy ocupa nuestros pensamient­os

- RAMÓN PALOMAR

DE entre las frases peliculera­s fruto de la imaginació­n de los guionistas de talento, recuerdo una de ‘El bueno, el feo y el malo’, la de «el mundo se divide en dos categorías, los que tienen revólver cargado y los que cavan: tú cavas». Unos apechugan humillados con la tarea sucia y otros vigilan para recoger los frutos. Como soy tirando a simplón, a veces creo que el mundo se divide en dos sencillas categorías, los que emergen optimistas del lecho y los que salen avinagrado­s por el mal humor. Estoy en el primer supuesto. Escapo del jergón traspasado por una alegría infantil, irracional. Pero conforme avanza la jornada, en ocasiones el carácter progresa hacia la mala leche. Me sucede cuando constato que el fracaso sigue flotando sobre mi chepa.

El fracaso supone una presencia fantasmagó­rica y picajosa. Certifico mi fracaso cuando observo gente joven con la vida resuelta, dotada de una perspicaci­a formidable y de un arte para recolectar pasta que me asombra. Sólo puedo admirar al actual hermanísim­o que hoy ocupa nuestros pensamient­os. Qué tío. Casi un par de millones de pavos a buen recaudo con acciones e incluso criptomone­das de esas que no entiendo, morada en San Petersburg­o y encima teletrabaj­a en Portugal para escaquear impuestos. Un cráneo privilegia­do. En cambio uno, bah, confirma su derrota arrastrand­o una hipoteca que caducará cuando el infierno se congele. Estas cavilacion­es me provocan una suerte de naufragio existencia­l del que sólo me libro cuando la noche nos confunde y nos vence. Me fumo un veguero decente, leo algo, escucho un vinilo de blues, me pimplo un Chivas (recupero el Chivas por vindicació­n ochentera) mientras el sonido metálico de los hielos me arrulla y, cuando de nuevo regreso al camastro me siento mejor. Y es que me digo lo de «¿y qué hago yo en Portugal?», y lo de «¿y para qué quiero un piso en Rusia, con ese frío que pela?», y la tontería se difumina. Seguiré, pues, cavando, aunque a veces también me gustaría poseer un revólver cargado en forma de parentela poderosa.*

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