ABC (Córdoba)

Cruces centenaria­s, la flor de la que nació mayo

La cita de la que nació el mes festivo de Córdoba tenía raíces, pero brotó hace un siglo y se hacía en los patios engalanado­s, hasta que ambos se separaron

- LUIS MIRANDA CÓRDOBA

LA fiesta de las Cruces, la que abre todos los años el mes festivo de Córdoba, cumple cien años en los que ha evoluciona­do y cambiado tanto conservand­o la esencia, que hasta este aniversari­o se tiene que entender de forma simbólica. Lo que en 2024 se celebra es el centenario del momento en que el Real Centro Filarmónic­o Eduardo Lucena instaló una cruz en el patio de su sede social. Lo hizo entonces con un claro carácter festivo, porque la encargó al escultor Fernández Márquez y se adornó con flores. Su escenario fue uno de los patios del palacio de los Páez de Castillejo, la sede del Museo Arqueológi­co de Córdoba, pero también hubo vecinos que engalanaro­n el entorno del Cristo de los Faroles.

Al año siguiente, y en vista de que había gustado aquella fiesta que consistía en engalanar la cruz y cantar y bailar alrededor de la música, fue cuando el Ayuntamien­to de Córdoba instauró el concurso, con 20 participan­tes inscritos: 9 entidades sociales y once domicilios.

Aquí está una de las principale­s diferencia­s con las Cruces de Mayo de este tiempo: casi siempre eran cruces de interior, populares. Para algunos estudiosos, no es que las Cruces y los Patios coincidan en el tiempo, sino que al principio son lo mismo. Los vecinos que residían en casas populares adornaban los patios porque en su interior estaba la cruz, que también se adornaba con flores, propias del quinto mes del año.

Las cruces de aquellos comienzos recogían una larga tradición cristiana, que era la de la fiesta de la Invención de la Cruz, que el 3 de mayo celebra el momento en que Santa Elena, madre del emperador Constantin­o, encontró el madero en que había muerto Jesús para la redención de la humanidad. Desde los primeros años de la cristianda­d se hacía en mayo, poco después de la Semana Santa, porque era una fiesta necesariam­ente relacionad­a con la Pascua, con la Resurrecci­ón, y si aparecían las flores es porque la mayoría nacían en esa época.

Aquella tradición se había perdido y cuando se recuperó lo hicieron de una forma distinta la actual. Eran de menor tamaño, adornadas de una forma mucho más artesanal que ahora, porque la disponibil­idad de especies no era tan grande, y tenía que aparecer necesariam­ente el sudario blanco sobre el madero.

Ahí conectaba la fiesta con la Semana Santa, porque así aparece la cruz tras las imágenes de la Soledad o las Angustias, tras haber descendido el cuerpo muerto de Jesús. Las fotografía­s antiguas muestran este tipo de cruces en montajes en que abundaban las mantillas.

En la década de 1930 los Patios y las Cruces empezaron a separarse. El poeta Pablo García Baena, tan apasionado por las tradicione­s de la ciudad, creía que tenía que ver con los nuevos aires laicistas de la II República. La cruz desaparecí­a y el patio pasaba a primer plano con su arquitectu­ra y sus flores, pero la idea de los vecinos que colaboraba­n se mantenía.

El nuevo concurso municipal nació en la década de 1950, cuando era alcalde Antonio Cruz Conde, y eso contribuyó a separar los Patios de las Cruces. Los primeros seguirían siendo una cuestión de los habitantes de una cierta casa, fueran una o más familias, y estaban, como no podía ser de otra forma, en el interior, mientras que las segundas ya salían a la calle y estaban a cargo de las asociacion­es. En los años 50 y 60 tomaron mucho protagonis­mo las peñas, y en los 60 y 70 también las asociacion­es de vecinos y las cofradías.

Eran tiempos en que bullían por todas partes las personas que se agrupaban en torno a ideas, a intereses comunes y a devociones. Las cruces eran también de mayor tamaño, sin el sudario de la etapa anterior, y casi siempre de claveles rojos, como sucedía en otras ciudades como Granada.

Plazas perdidas

En aquel tiempo se preferían espacios pequeños en pleno Casco Histórico, que recreaban en cierta forma el ambiente del patio. Era famosa, y acumuló muchos premios, la que instalaba la peña El Limonero en la plaza del Pozanco, entre las iglesias de San Agustín y del Juramento de San Rafael. Lo recoleto de la zona hacía posible una estética cerrada que recordaba mucho a la que había en el interior de las casas, y a eso ayudaba la profusa decoración en las paredes, en lo que participab­an los vecinos. Entre los años 1994 y 2000 rara fue la edición en que este lugar clásico de la Ajerquía no se llevó el primer premio.

Muy cerca de allí está la plaza del Huerto Hundido, que también estaba a cargo de una peña y donde eran famosos los pinchitos caseros, porque las Cruces es una fiesta en que se come y se bebe. Y en el mismo radio, y también cerca del Pozanco, cosechó muchos galardones la de la hermandad de Jesús Nazareno en la plaza del Padre Cristóbal.

Llegó a partir del siglo XXI en que las peñas perdieron protagonis­mo en las cruces a favor de las hermandade­s, que preferían espacios abiertos sin dejar de ser monumental­es. Por eso tomaron fama la de la Paz en el entorno de la Cuesta del Bailío, uno de los más hermosos de la ciudad, y la del Señor Resucitado en la plaza del Conde de Priego, junto al monumento a Manolete. A su vez, también comenzó a evoluciona­r la estética.

Las asociacion­es vecinales y sobre todo hermandade­s comenzaron a bucear en la creativida­d para buscar nuevas especies, colores que tuvieran un sentido simbólico y diseños que aludieran a alguna efeméride. Por ejemplo, la del Resucitado tuvo en 2017 flores de color rosa palo, el tono del traje que Manolete vestía en la fatal cogida de Linares, de la que se cumplían entonces setenta años. La fiesta evoluciona al mismo ritmo que la sociedad.

Las peñas sostuviero­n la fiesta desde los años 50 y después se les unieron las asociacion­es vecinales y cofradías

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// LADIS / ARCHIVO MUNICIPAL DE CÓRDOBA Cruz de mayo que participó en el concurso del año 1960

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