El véspero de Kant
GARCÍA NUÑO
DESCARTES no era propiamente un idealista, sin embargo, en él, comienza la modernidad y, con su filosofía, se inicia un giro en la historia del pensamiento que culminará en Kant, del cual celebramos este 22 de abril el tercer centenario de su nacimiento.
A ese giro, el propio Kant lo calificó de copernicano. Hasta la modernidad, el centro de gravedad en el conocimiento estaba en la realidad conocida. Con la ‘Crítica de la razón pura’, el centro se va a desplazar al cognoscente. Son los conceptos vacíos de contenido que el hombre tiene con anterioridad a toda experiencia (a priori) lo que va a regir el conocimiento y no lo que sean de suyo las realidades. Gracias a eso son, para Kant, comprensibles las intuiciones sensibles de las cosas. En vez de ser las cosas las que se nos donan en el conocimiento, somos nosotros los que construimos su conocimiento. ¿Pero cómo construir el conocimiento de lo que no conozco?
Tras Kant, la filosofía fue plenamente idealista. De una manera u otra, en el idealismo, en su contra o de diversos modos, se ha tenido, mayoritariamente, a la realidad dando vueltas alrededor nuestro; así escribía Nietzsche: «No hay hechos, sino solo interpretaciones». En la llamada posmodernidad, más bien tardo modernidad, la subjetivación, aunque presente su propio cariz, ha seguido estando presente. La verdad incluso ha llegado a considerarse un instrumento de dominio y verse preferible aferrarse a las propias opiniones o emociones. Pero, si se nos hurtan la realidad y la verdad, ¿qué le podrá quedar al débil frente al parecer del poderoso? Mas, insobornable e invencible, la realidad está ahí y es ella la medida de nuestro conocimiento, la que nos da y quita la razón.
Hace cien años, con motivo del segundo centenario del natalicio de Kant, Ortega, que se formó en el neokantismo, escribió un ensayo con tal motivo: ‘Las dos grandes metáforas’. En él, además de una reflexión sobre la metáfora, hace ver que, en la historia del pensamiento, habría habido dos grandes momentos, el realismo del hombre antiguo y medieval y el idealismo del moderno, que estarían expresados en sendas metáforas, imagen de la gran gigantomaquia de la filosofía: Aristóteles frente a Kant. Ya desde 1914, empezó el filósofo madrileño a considerar que había que ir más allá de la modernidad sin que esto supusiera volver a un realismo ingenuo, incluso propuso una tercera metáfora en la cual podría encontrar su rostro el pensamiento venidero. Tras él, llegó un nuevo realismo, el de Zubiri, una de las filosofías más ambiciosas del pasado siglo. En el primer cuarto del nuestro, han aflorado una gran variedad de realismos en muy distintos países, que, aunque no lleguen a la altura del donostiarra, son síntomas de la fatiga y ocaso de la modernidad, esperanzador anuncio de un nuevo realismo.