ABC (Córdoba)

Un hombre enamorado (de sí mismo)

Pedro Sánchez llama amor a lo que siempre ha sido poder

- SAINZ BORGO

QUE Calígula nombró cónsul a su caballo es un dato tan apócrifo como que María Antonieta ordenó dar pasteles al pueblo francés cuando pedía pan y, de paso, su cabeza. Sin embargo, toda hipérbole es elocuente. Nadie está a salvo de sí mismo. La posibilida­d de creerse el Rey Sol es común a todos cuantos emplean el poder ya no a su favor, sino a su servicio.

Los trabajos de Hércules no llegaron a desatar lo que los de Begoña. El inicio de un proceso judicial para esclarecer el supuesto trato de favor en el que incurrió la mujer del presidente Sánchez en sus negocios ha desatado una tempestad privada en el espacio público. La tormenta en un vaso de agua en la que deben navegar ahora todos los españoles. Al menos hasta el lunes, cuando el presidente anuncie si seguirá o no en el cargo. Según le apetezca cumplir o no su deber.

A Sánchez se le antoja insoportab­le ser interpelad­o en su esfera familiar. Así que, en un arrebato de primero de narcisismo, ha decidido mezclar y confundir su persona con el Gobierno, y lo que es peor, con el Estado. A Pedro Sánchez se le elogia su naturaleza felina. Se le adjudican dotes de estratega, cuando, en realidad, lo que asoma es un ser frívolo que, de haber podido, se habría coronado a sí mismo como Napoleón en NotreDame. Al Julien Sorel de Ferraz le vale todo para permanecer en Moncloa: desde la ganzúa que usó para promover una moción de censura hasta un pacto con el diablo o los diablos que consiga a su paso, ya sea el Rasputín de Galapagar de antaño, los mozalbetes de Esquerra o el soberanism­o aberzale.

No en vano escribió su ‘Manual de resistenci­a’. Sánchez se limita a aplicar su propio catecismo, hasta el punto de traicionar en un mismo día a Sumar, el PNV y a Bildu, por no hablar de su gabinete entero. El asunto es resistir, imponerse por puntos, rebañar apoyos, ganar tiempo. De ahí que emplee a las personas, los partidos, las institucio­nes o las ideas como pañuelos desechable­s. Usar y tirar. De eso se trata.

Si fuera un secuestrad­or, Sánchez sería capaz de regatear una recompensa con el rehén ahogado en el maletero. La moral es un complement­o para el presidente de Gobierno, algo que puede usar según convenga. Un día amanece ‘indepe’ y al siguiente constituci­onalista, esta semana pacta con unos y la próxima con otros si es necesario.

El presidente del Gobierno usa la adversidad para crecerse y subirse al Peugeot. Está por encima del bien y del mal, porque no conoce ni una cosa ni la otra. Lo domina algo mucho más potente: la droga dura del poder. Es un hombre enamorado de sí mismo. Dibuja las línea rojas ahí donde él las demarque. Lo sorprenden­te es que sus aliados le compren la mercancía averiada. Que vean en él a una víctima o un cadáver político, cuando en realidad está jugando al muertito.

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