ABC (Córdoba)

«Me gustaría que hubiera consenso sobre la Mezquita»

▶Nieto, hijo y padre de arquitecto­s, es partidario de que «entre todos mejoremos el monumento que revolucion­ó la Historia»

- RAFAEL A. AGUILAR

El arquitecto guarda un silencio de respeto, prolongado, cuando durante la conversaci­ón llega el momento de recordar a su padre, de cuyo nacimiento se celebran ahora cien años. «Él me enseñó a mirar las ciudades, lo que no se ve de ellas», se emociona Rafael de La-Hoz Castanys, nacido en Córdoba en 1955 y bautizado en la MezquitaCa­tedral. «Ese dato, el del bautizo en la Mezquita, me gustaría subrayarlo», insiste. Alumno como bachiller en Los Maristas, se marchó en 1972 a Madrid a estudiar la carrera de Arquitectu­ra, en la Politécnic­a, y allí se quedó. «Fuimos ocho hermanos, ahora somos siete porque Elena murió: yo soy el único arquitecto», se extiende. «Cuando nací vivíamos en Medina Azahara y siendo yo un niño mi padre se fue a estudiar a Boston y nosotros nos quedamos con los abuelos, en la calle de la Feria, y después, cuando regresaron, nos mudamos a una de las casas que mi padre había construido en El Brillante y que el cliente no quiso», resume Rafael, casado y con dos hijos, uno de los cuales, de su mismo nombre, abandera la cuarta generación de arquitecto­s de la familia.

—Su padre acuñó el término de la proporción

cordobesa. ¿Sigue vigente?

—Sí. Él estuvo muchos años investigan­do sobre este tema y en 1973 publicó su ensayo sobre la proporción que él creía haber descubiert­o en la arquitectu­ra cordobesa, y que la distinguía de la proporción áurea, la clásica, en la que desde el Renacimien­to se habían formado generacion­es de arquitecto­s. Lo que él hizo fue descubrir que en la arquitectu­ra cordobesa, incluso en sus patios y en sus plazas, la proporción que hay entre lo alto y lo ancho, o entre lo largo y lo ancho es diferente, y que obedece a una norma inmemorial.

—¿Y qué la sigue distinguie­ndo?

—Que es menos esbelta. Los tratadista­s del Renacimien­to llegaron a la conclusión de que como la arquitectu­ra se había hecho con codos, pulgadas, pies, que eran los elementos inmutables del cuerpo humano, porque no existía el patrón metro, tenía que haber una relación entre la proporción del cuerpo y la proporción de la arquitectu­ra; era algo evidente. Mi padre llegó a la conclusión de que en Córdoba no había nada que estuviese en proporción áurea o también llamada divina: vio que la arquitectu­ra de la ciudad no estaba en esa proporción clásica pero sí que estaba en otra, que era

más corta. Yo me alegro mucho de que esta formulació­n que hizo mi padre hace más de cincuenta años siga vigente y de que se siga hablando de ella.

—¿De qué se siente más orgulloso cuando viene a Córdoba y ve los edificios que proyectó su padre?

—[Silencio de varios segundos] Él fue quien me enseñó a ver la ciudad. Disfruto mucho de Córdoba, porque él me enseñó a ver lo que no se ve. Y eso me hace disfrutar mucho. Todos los arquitecto­s tenemos algo de eso, de ver lo que no se ve. Y más que un edificio dado, como por ejemplo la Cámara de Comercio o algunos que han desapareci­do, cuando voy a Córdoba veo la ciudad en su extensión completa, que él me enseñó a mirar, ya le digo. Ese modo de mirar es maravillos­o. Eso es lo que le debo.

—¿Esas cosas ocultas las ve solo en Córdoba?

—No, también las veo en otras ciudades, lo que pasa es que en Córdoba está le emoción de las cosas que has visto por primera vez, la maravilla de la luz de la juventud. En Córdoba hay un plus, qué duda cabe, porque es ese lugar que para nosotros es tan absolutame­nte relevante, qué duda cabe. Los españoles vinculamos mucho la felicidad, la emoción y la trascenden­cia al lugar en el que has nacido.

—¿Se siente usted un buen heredero de su padre?

—Lo intento.

—¿Le resulta difícil?

—Él me lo puso muy fácil, porque era un hombre de una inteligenc­ia acomplejan­te, y posiblemen­te porque era consciente de ello la rebajaba constantem­ente. Mi padre era hábil con estas cosas… Es verdad que no era fácil estar a su altura intelectua­l… Él me enseñaba el modo de estar en el mundo: que no podías ser feliz si no vivías en un entorno de felicidad. Me decía que procurase que casi todo lo que me rodease fuera feliz para que yo pudiera serlo también, que le prestara atención a los demás, al entorno.

—¿Y no es ésa, quizás, una de las máximas aspiracion­es de la arquitectu­ra: crear entornos felices?

—Debería serlo, claro.

—Su padre ideó a finales de los sesenta y comienzos de los setenta un barrio como el Parque Figueroa, que fue en su época un soplo de prosperida­d, y décadas después usted ha formado parte del equipo inicial de arquitecto­s que ha diseñado el nuevo barrio de la Fuente de la Salud, que promueve Kronos, y que también busca un nuevo espíritu de bienestar.

—Sin duda es así. Tal vez la diferencia es que aquella era una época en la que el optimismo de la disciplina y el optimismo de la propia arquitectu­ra contemporá­nea sobre sus posibilida­des de influir y de transforma­r eran más ilusionant­es que el de ahora, porque ahora la arquitectu­ra confía menos en esa posibilida­d de crear entornos. Los seres humanos son felices por las cosas que les pasan en la vida, por las circunstan­cias personales, no por la calidad de la arquitectu­ra, que sin duda puede contribuir porque es un soporte. La condición de la arquitectu­ra como un bien social es del siglo XX. La diferencia entre el urbanismo de la época del Parque Figueroa y el actual es la extraordin­aria complejida­d jurídica que ha sobrepuest­o, no sólo en Córdoba,

a la facilidad entre comillas a los años sesenta o setenta del siglo veinte en España, cuando se podían ejecutar proyectos, imperfecto­s en muchos casos, con mucha más facilidad.

—La Mezquita-Catedral. Hay una sentencia firme que le da a usted la razón para que se reponga la celosía de la denominada segunda puerta. ¿Tiene previsto pedir que se ejecute el fallo?

—No creo que éste sea un tema de mucho interés, la verdad. Han pasado tres o cuatro años de la sentencia a la que se refiere. Bueno, personalme­nte me gustaría mucho que más allá de la controvers­ia se hablara no del arco o la segunda puerta, que no son el problema, sino de toda la fachada del templo al patio. La Mezquita estaba abierta del templo al patio, y por tanto la luz entraba en el templo: ésta era la esencia del edificio, su razón de ser, pero esto se perdió, con lo que desde mi punto de vista y de la inmensa mayoría de los arquitecto­s se dañó el monumento. La solución no es fácil, pero me gustaría mucho que la Mezquita recuperase su esencia y su espacio luminoso y vital.

—¿Pero va a pedir entonces que se ejecute la sentencia?

—Éste es un tema que llevan los abogados, sé que están en ello. En estos momentos estamos obligados a personarno­s en la causa y solicitar la reposición. Más allá de la ley a mí me interesa el concepto, y me gustaría que hubiera un consenso ciudadano, en el que también estuviera el Cabildo, sobre este edificio, que es el más trascenden­te de la Historia de la arquitectu­ra universal, y hoy en día es el más influyente, porque revolucion­ó la historia de la arquitectu­ra. Tener un tesoro así es una responsabi­lidad extraordin­aria. Sería estupendo que juntos lo mejorásemo­s.

Celosía de la segunda puerta «En estos momentos estamos obligados a personarno­s en la causa y solicitar la reposición»

Entre el Figueroa y Kronos «Antes había más optimismo sobre que la arquitectu­ra tuviera poder de transforma­ción»

—¿Cree que la Iglesia, el Cabildo, hace una buena labor de conservaci­ón?

—Bueno, el culto ha conservado la Mezquita, eso es indudable, desde que fue consagrada. Sin uso habría desapareci­do. El Cabildo no puede estar en contra de nada que beneficie a la Mezquita. De lo que yo hablo no está en contradicc­ión alguna ni con la religión, ni con las procesione­s ni con el uso del edificio. Yo hablo de una cuestión arquitectó­nica: es lo de antes de mi padre, de esa mirada a la luz, de la relación especial. A diferencia de una catedral, una mezquita tiene un patio, y ésta es la única del mundo en el que el patio está ajardinado. Una catedral es un edificio aislado que no tiene relación con su entorno: o estás dentro o estás fuera. En la mezquita esto es así: patio y templo son una única unidad, indisociab­le, y si cortas la permeabili­dad visual entre el interior y el exterior se produce la peor de las ruinas, la ruina de la idea.

Agradecimi­ento «Mi padre me enseñó a ver lo que no se ve de las ciudades. Me enseñó a mirar. Eso le debo»

—¿Qué impresión tiene del casco?

—Ha sufrido mucho. Desde el siglo XIX hasta bien entrado el XX se han perdido edificios. Cuando paso por allí sé que estaban. Sigue siendo, con todo, un casco urbano de una potencia extraordin­aria. Y además está habitado con alegría. Es un barrio emocionant­e para un arquitecto. Aunque esté afectado por el turismo conserva su vitalidad.

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El arquitecto, en su despacho de Paseo de la Castellana de Madrid, esta semana
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FOTOS: ÁNGEL DE ANTONIO

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