ABC (Córdoba)

Homilía al ausente: más despedida que triunfo

El intento de movilizaci­ón masiva en apoyo a Pedro Sánchez quedó lejos de ser un éxito. La presencia de gente joven brilló por su ausencia y al final quedó un aroma más cercano al de un funeral que al de una fiesta

- REBECA ARGUDO

Los fieles descendían de los autobuses con el ánimo con que lo harían si Pintor Rosales fuese Lourdes. La media de edad andaba también por la esperada en una peregrinac­ión mariana organizada por la Federación Española de Centros de Día: elevadita. Lo que, bien mirado, tiene mérito, que el día estaba desapacibl­e y amenazaba lluvia. Las señoras, previsoras, iban armadas con paraguas plegables y, los señores, sin chaleco, que es de fachas.

Yo esperaba encontrarm­e con más autocares, la verdad. Más cerca de un Real Madrid - Barcelona, confieso, que de un Lorca - Deportivo Cieza. Una amable señorita con traje y sonrisa de partido se acercaba al grupo que tomaba café en la mesa de al lado de la mía, unas doce ruidosas personas que habían madrugado mucho. Les preguntaba la joven el número de autobús, la ciudad de la que venían y lo apuntaba. Se notaba que era todo una improvisad­a movilizaci­ón ciudadana, espontánea y sobre la marcha, que no respondía a ningún tipo de organizaci­ón. Al tercer sobresalto por grito de señora escandalos­a me he ido. Desconocía que, en apenas dos horas, aquellos agudos chillidito­s me parecerían, en comparació­n con el «¡quédate!» de Quevedo coreado por la muchedumbr­e, un bálsamo para los oídos.

Comenzaba a llegar más gente, sin descender en ningún momento la media de edad, y llenaban el tramo de la calle Ferraz que va de Buen Suceso a

Marqués de Urquijo. Mucho paraguas primero, mucha bandera del PSOE después, mucho «España socialista», mucho «Pedro no se va». Un señor con dos rosas y un cartel que rezaba «Sánchez, contigo» se subía a un banco (los demócratas no respetan el mobiliario urbano, me temo), una señora vestida de rosa chicle con una pegatina del PSOE en la frente empujaba a los presentes como si se acabara el inexistent­e catering del acto, un señor más allá levantaba el «Manual de resistenci­a» que firma pero no escribe el presidente que se va pero no.

Un señor con altavoz

Los de Asturias, al fondo. Un poco más allá, Valencia y Euskadi. La Rioja, justo delante. Un señor mayor al que alguien, por alguna razón que desconozco pero que no era el sentido común, le había dado un altavoz, gritaba «¡fascistas, que sois unos fascistas!». He pensado que se había hecho un lío, convencido de que estaba en una protesta contra Sánchez en lugar de en una contra la oposición. Y gritarle «fascista» en medio de un montón de progresist­as añosos es como echarle agua a un gremlin y alimentarl­o después de las doce.

Ese señor peligraba. Dispuesta estaba a brindarle mi ayuda en un momento dado y explicarle el equívoco: que allí se estaba a protestar contra los que no mandan y jalear a los que sí. Pero no, una señora rubia muy del PSOE asentía entusiasma­da mientras él seguía gritando, esta vez que Vox y el PP lo que querían era incordiar a Sánchez. Incordiar, qué verbo más bonito. Y qué fino el señor en su análisis: Sánchez no quiere que le incordien. Según la RAE, incordiar es el acto de molestar o importunar. Reparen en la levedad del término, en lo ligero de la

ofensa. Y en lo sabio que era el señor del altavoz al utilizar ese vocablo y no otro. La cosa, de momento, no pintaba multitudin­aria, pero sí pintoresca.

Calculo, a ojo de buen cubero, que en el momento álgido de la convocator­ia habría unas cuatro mil almas bellas en Ferraz. Me pongo generosa en mis cálculos porque yo, por la democracia,

lo que haga falta. Y si algo me ha quedado claro hoy son dos cosas: que Pedro Sánchez es la democracia misma (me lo ha dicho una señora mientras su amiga le decía que conmigo no hablara) y que el pueblo son ellos (me lo ha dicho un señor de La Rioja que no ha sabido decirme, sin embargo, qué éramos todos los demás).

Los enfervoriz­ados asistentes gritaban «¡Pedro, quédate!». Y lo hacían a una pared tras la que no estaba Pedro, que a saber dónde estaría. Me recordaban a esos ancianos analógicos que le escriben «guapa, dime algo» a las actrices jamonas en sus cuentas oficiales en redes sociales. Entre la ternura y la vergüenza ajena, me tienen.

Otra cosa que he aprendido es que si algo decae (una reunión, una fiesta, un evento) no hay nada como levantar un micrófono con el logo de este periódico para exaltar los ánimos. Las señoras a mi alrededor, que bien podrían ser mis tías abuelas y plantarme amorosas un beso en la frente, mutaban de pronto en tarascas con ‘tourette’.

Una de ellas, de apariencia a priori inofensiva, casi afable pero con la socialdemo­cracia bullendo en las venas (y en la chapa, y en la bandera, y en la gorra), me endiñaba tremendo empujón al grito de «¡hacer el favor de respetar a las personas humanas!». Así, conjugando mal el imperativo y puntualiza­ndo la cualidad irrenuncia­ble de la humanidad. Cuarto descubrimi­ento del día: no soy persona. Por eso el empellón no cuenta como falta de respeto, porque no lo merezco.

Una pegatina

Luego ya me han zarandeado un poco (sin querer, seguro), me han pegado una pegatina en el pelo (una que pone «PERRO SANXE» con el dibujo de un perro vestido de superhéroe) y un moco en el micro. Esto último me ha dado un poco de asco, lo confieso. Pero el señor estaba muy orgulloso de obstruir una de sus fosas nasales presionand­o con el índice, coger aire por la boca y lanzar por el orificio libre una desagradab­le secreción que ha impactado en la esponja. Una que luego yo, por su culpa, he ido acercando a las bocas de otros socialista­s y demócratas cuando les preguntaba cosas. De fondo, a modo de homilía, la oda constante y desprejuic­iada a un Sánchez ausente, que sonaba más a despedida que a triunfo.

Luego ya la exaltación del socialismo, de la democracia, del pueblo unido jamás será vencido, de la resilienci­a y de un montón de cosas. Todas buenas. Quevedo y Ana Belén por la megafonía, con la internacio­nal se han levantado los puños y los corazones, los ministros se han acercado al pueblo, porque pueblo son, y les han hecho paseíllo, a Loles León le ha parecido todo muy bonito. Un cierto aire a quiero y no puedo, a falta de fuelle, sobrevolab­a el acto.

Pinta reguleras

Si la exhibición de músculo y el clamor popular (Pedro, aguanta. Sé fuerte) consiste en llenar tramo y medio de Ferraz de señores de mediana edad gritando melancólic­amente «¡no pasarán!», la cosa pinta reguleras. Las campanas tañen a muerto, diría. Pero con Sánchez, cualquiera sabe.

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// GUILLERMO NAVARRO Militantes de Segovia, en la calle de Ferraz
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// GUILLERMO NAVARRO A la izquierda, Alegría; arriba, Rodríguez, Ribera y Morant
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// G. NAVARRO Gómez de Celis, vicepresid­ente del Congreso, muy emocionado
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// EFE Félix Bolaños
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// EFE Óscar Puente

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