Un día en Columbia, la zona cero de las protestas propalestinas
▶Desde este campus de Nueva York ha prendido un movimiento estudiantil, teñido de activismo contra la guerra de Gaza y con altas dosis de antisemitismo
Nueva York y buena parte de EE.UU. llevan semana y media pendientes de lo que ocurre en un rectángulo de hierba quemada por las pisadas y las tiendas de campaña en el norte de Manhattan. Estamos en el campus de la Universidad de Columbia, uno de los faros académicos de la primera potencia mundial, en el campamento-protesta levantado por estudiantes para condenar la guerra en Gaza, defender la causa palestina y exigir a los gestores de la universidad que corten lazos financieros con compañías involucradas en el conflicto y en la ocupación de territorios palestinos.
La semana pasada, el campamento era poco más que una protesta agresiva de un centenar de estudiantes activistas, un cruce de nostalgia ‘sesentayohista’, los movimientos de ocupación de comienzos de este siglo (15-M en España, ‘Occupy Wall Street’ al sur de esta isla) y radicalismo izquierdista ‘tiktokero’.
Pasar factura
Hoy el campamento es la zona cero de un movimiento estudiantil que ha prendido en decenas de campus de todo EE.UU. El mar de fondo de las protestas es el creciente activismo en las universidades por la persistencia de la guerra en Gaza, su factura en víctimas, la crisis humanitaria que ha provocado y la postura tibia, según los estudiantes, del Gobierno de Joe Biden y de muchas instituciones del país
(como su propio centro) al respecto. La chispa, sin embargo, fue una intervención policial solicitada la semana pasada por la rectora de Columbia, la economista egipcia Minouche Shafik, que acabó con el arresto de un centenar de estudiantes. Aquello provocó una reacción furibunda de los estudiantes,
copó la atención mediática y provocó un efecto llamada en otros centros universitarios. La mayoría de ellos, como este de Columbia, donde el coste de estudiar por año está en cerca de 90.000 dólares, son elitistas.
Las protestas pro-palestinas y antiisraelíes han azuzado las tensiones en
un país tomado por la polarización y se han convertido en una trinchera más de la guerra política. Esta misma semana ha pasado por aquí Mike Johnson, el republicano que preside la Cámara de Representantes, en una visita muy poco habitual para alguien en su cargo. Y también la diputada demócrata Alexandria Ocasio Cortez, puntal del sector izquierdista de su partido. Cada uno para arrimar el ascua a su sardina: Johnson condenó la debilidad de la universidad ante unas protestas que considera antisemitas y que vincula a las simpatías de los ‘progres’ hacia la causa palestina. Y Ocasio Cortez se solidarizó con los estudiantes y se unió a sus exigencias.
Tras la reja
La tensión se nota desde antes desde Broadway, la avenida que recorre un lateral del núcleo del campus. Un puñado de israelíes con banderas de su país protestan en una zona vallada instalada por la Policía. Decenas de cámaras hacen guardia apuntando a la reja de entrada de la universidad, tomada por guardias de seguridad. Alguien levanta una pancarta que dice ‘Israelíes=nazis’. Un grupo de judíos ultraortodoxos hasídicos se despliegan en la acera y levantan banderas palestinas y mensajes contra el estado de Israel (en su visión religiosa, el estado de Israel no es una creación divina y, por lo tanto, es pecaminoso). Una portada del ‘New York Post’, el periódico local de orientación conservadora, abandonada en la mesa de una cafetería, ofrece titulares agresivos: ‘Columbia se rinde’, ‘Los estudiantes pro-terroristas se llevan un pellizco mientras los profesores se suman a las protestas’, ‘La universidad cancela todas las clases en personas para el resto del semestre’.
El campus de Columbia suele estar abierto. Por aquí pasan vecinos y turistas para disfrutar de sus edificios monumentales y jardines cuidados. Estos días está cerrado. Solo entran estudiantes y personal docente o administrativo con su carné. En la universidad que otorga los premios Pulitzer, incluso se ha impedido el paso de los periodistas. Ahora se les permite entrar solo dos horas al día, de dos a cuatro de la tarde.
El campamento ocupa uno de esos jardines. Son unas decenas de tiendas rodeadas por un seto, entre banderitas palestinas y pancartas buenistas: ‘Bienvenidos a la universidad popular para Palestina’, ‘Columbia desafía lo imposible’. Entre las pancartas, banderas y letreros no se encuentra ninguna que condene a Hamás.
Los estudiantes acampados y los profesores que les asisten no dejan entrar a nadie. La mayoría llevan mascarillas para cubrir su rostro (dicen tener miedo a represalias) y solo hablan algunos representantes seleccionados por sus organizaciones.
«Aquí todo es paz y amor», dice a este periódico Sebastián Gómez, un estudiante hispano de ingeniería que lleva instalado en el campamento una semana. «Hay gente de todas las confesiones, razas y lugares. Los que dicen que hay violencia, que vengan y vean», explica sobre las acusaciones de antisemitismo y acoso a estudiantes judíos que han impregnado a la acampada.
Esos episodios han ocurrido. «Lamentablemente, ha habido incidentes», reconoce Fabiola Villanueva, una española de origen venezolano que estudia Ciencias Políticas. «Tanto antisemitas como islamófobos», detalla, «y los medios y los políticos están usando Columbia como un teatro político. Les conviene usar esto como una protesta antisemita para simplemente no escuchar lo que tenemos que decir. En el campamento hay muchos judíos».
«Una gran perturbación»
Pero mucho más fuera de él. La estimación es que hay unos cinco mil estudiantes judíos en Columbia, cerca del 15% del total. Uno de ellos es David Pomerantz, a quien no le intimida la presencia del campamento y de decenas de estudiantes cerca de él con kufiya y la cara tapada para expresar su repulsa a las protestas. «Esto ha sido una gran perturbación para los estudiantes judíos. Muchos de mis compañeros no se han sentido seguros con este caos y se han largado a casa, el ambiente es demasiado tóxico», dice Pomerantz, que relata el acoso de un estudiante del campamento pro-palestino: creó un póster con la leyenda ‘Próximo objetivo de Al Qassam (el brazo militar de Hamás) con una flecha que apuntaba a un grupo de estudiantes judíos –él entre ellos– concentrados frente al campamento. También recuerda que uno de los líderes estudiantiles propalestinos compartió mensajes en apoyo a Hamás y diciendo que los «sionistas no tienen derecho a vivir».
Aidan Parisi es uno de los líderes del campamento. Niega que haya antisemitismo en las protestas, pero él mismo ha sido suspendido por Columbia por participar en un acto en el que estuvo invitado un antiguo líder del Frente Popular para la Liberación de Palestina, considerada por EE.UU. como una organización terrorista. Parisi, que estudia un master de Trabajo Social, defiende que Columbia es una «torre de marfil» y que él y el resto de estudiantes tienen la «responsabilidad» de evitar que el dinero de su matrícula vaya a «quienes financian el genocidio y la ocupación en Palestina».
«Estas protestas no tienen profundidad, no tienen matices, solo alimentan la polarización», lamenta Kobi Skolnick, que sabe de lo que habla. Es israelí, ha sido profesor en Columbia, ha dedicado su carrera a la resolución de conflictos, ha liderado varios proyectos de entendimiento entre palestinos y judíos en la región y es muy crítico con el Gobierno de Benjamin Netanyahu y con el apoyo que recibe de EE.UU. Pero cuenta que nada más entrar en el campus ha escuchado cánticos como ‘Larga vida la intifada’ e insultos antisemitas. «¿Buscan la paz o buscan erradicar al de enfrente?», dice sobre el campamento, del que también critica que no se ocupe de otras crisis, desde Sudán a Siria. «Para mí, es en cierta manera un fracaso».