Musa, trotamundos y feminista
Fue una pionera de la vacunación al inocular la viruela a sus propios hijos en 1718 para inmunizarlos
Aristócrata, viajera y escritora, Mary Wortley Montagu ha pasado a la historia por ser una de las pioneras de la vacunación. Lady Mary, hija del duque de Kingston, había contraído la viruela en la juventud, al igual que su hermano, que murió de la enfermedad. Enfrentándose a los prejuicios de la época, decidió inmunizar a sus dos hijos tras haber constatado en Turquía que esa práctica salvaba muchas vidas. El tiempo demostró que tenía razón.
Su marido, sir Edward Wortley Montagu, había sido nombrado embajador en la Corte turca en 1716, fijando su residencia en Estambul. Permaneció junto a su esposo dos años en esa ciudad, tiempo que aprovechó para escribir sus ‘Cartas desde la embajada de Turquía’, en el que describe las costumbres del país. Fascinada por su cultura, empezó a vestir como sus habitantes, a visitar sus bazares y sus mezquitas y a acudir a los baños y los harenes. Pronto adquirió un gran conocimiento de la mentalidad turca. En aquella época, la viruela provocaba la muerte de casi el 10% de la población europea y no había ningún remedio efectivo para combatirla. Mary se dio cuenta de que el nivel de mortalidad era mucho más bajo en ese país, donde existía la práctica de la inoculación del virus a los niños mediante el líquido de una ampolla que se vertía sobre una herida. Los inoculados desarrollaban la enfermedad de forma benigna y quedaban inmunizados. Tras convencerse de que la terapia era efectiva, decidió inyectar el virus a sus dos hijos con ayuda del doctor de la embajada británica, algo que no tenía precedentes y que fue visto con horror por sus allegados y con resignación por su esposo.
Pero el experimento funcionó y, a su vuelta a Inglaterra,
Mary empezó a hacer campaña en favor de la inoculación, lo que suscitó una fuerte oposición, especialmente, por parte de la Iglesia anglicana y del colectivo de médicos, que alegaba que el tratamiento podía causar la defunción de los pacientes. No fue hasta 1798 cuando sus tesis se vieron corroboradas por Edward
Jenner, que demostró empíricamente el efecto de las vacunas para prevenir la viruela. Mary Montagu, nacida con el apellido Pierrepont, vino al mundo en el seno de una de las familias más aristocráticas de Inglaterra. Su padre se jactaba de su belleza e ingenio. A la edad de 8 años, Mary habló en público en un club de Londres. El obispo de Salisbury la animó a estudiar, algo inusual en la época.
De ideas feministas, mantuvo una intensa correspondencia con Mary Astell, que defendía la igualdad de derechos de la mujer. Tenía un fuerte sentido de la independencia y nunca se arredró a la hora de proclamar su autonomía o de polemizar con intelectuales como Alexander Pope y Horace Walpole. Lo demostró cuando su padre negó su autorización para casarse con Wortley Montagu, diputado por Westminster y secretario del Tesoro, e insistió en otro matrimonio para ella. Mary desobedeció, se fugó del hogar paterno y se desposó con el hombre que quería. Se fueron a vivir a una mansión rural hasta que el Gobierno nombró a Wortley embajador ante la Sublime Puerta en 1716. Mary había mantenido una correspondencia desde Estambul con el poeta y traductor Alexander Pope. Las cartas se filtraron al público, escandalizado por su contenido erótico. En alguna de ellas, satirizaba y se burlaba del escritor, que no dudó en atacar a su interlocutora, a la que comparó malévolamente con Safo.
En 1739, al cumplir 50 años, Mary se separó de su marido y, al parecer, no se volvieron a ver, aunque mantuvieron un cordial intercambio epistolar. Su esposo tenía fama de tacaño tras acumular una de las mayores fortunas de Inglaterra. En la época de su ruptura, Mary había contraído una enfermedad de la piel que la provocaba un insoportable dolor, mientras temía caer en la locura. Walpole realizó un retrato devastador de su carácter, tachándola de excéntrica y desequilibrada. Mary viajó por Italia y Francia y pasó sus últimos años en una estricta reclusión, solo aliviada por sus hijos. La mayor parte de sus escritos y su correspondencia no ha sobrevivido, aunque hoy es considerada como un icono feminista por su falta de prejuicios y su franqueza sobre el sexo.