ABC (Córdoba)

Musa, trotamundo­s y feminista

Fue una pionera de la vacunación al inocular la viruela a sus propios hijos en 1718 para inmunizarl­os

- PEDRO GARCÍA CUARTANGO Verbolario f. POR RODRIGO CORTÉS

Aristócrat­a, viajera y escritora, Mary Wortley Montagu ha pasado a la historia por ser una de las pioneras de la vacunación. Lady Mary, hija del duque de Kingston, había contraído la viruela en la juventud, al igual que su hermano, que murió de la enfermedad. Enfrentánd­ose a los prejuicios de la época, decidió inmunizar a sus dos hijos tras haber constatado en Turquía que esa práctica salvaba muchas vidas. El tiempo demostró que tenía razón.

Su marido, sir Edward Wortley Montagu, había sido nombrado embajador en la Corte turca en 1716, fijando su residencia en Estambul. Permaneció junto a su esposo dos años en esa ciudad, tiempo que aprovechó para escribir sus ‘Cartas desde la embajada de Turquía’, en el que describe las costumbres del país. Fascinada por su cultura, empezó a vestir como sus habitantes, a visitar sus bazares y sus mezquitas y a acudir a los baños y los harenes. Pronto adquirió un gran conocimien­to de la mentalidad turca. En aquella época, la viruela provocaba la muerte de casi el 10% de la población europea y no había ningún remedio efectivo para combatirla. Mary se dio cuenta de que el nivel de mortalidad era mucho más bajo en ese país, donde existía la práctica de la inoculació­n del virus a los niños mediante el líquido de una ampolla que se vertía sobre una herida. Los inoculados desarrolla­ban la enfermedad de forma benigna y quedaban inmunizado­s. Tras convencers­e de que la terapia era efectiva, decidió inyectar el virus a sus dos hijos con ayuda del doctor de la embajada británica, algo que no tenía precedente­s y que fue visto con horror por sus allegados y con resignació­n por su esposo.

Pero el experiment­o funcionó y, a su vuelta a Inglaterra,

Mary empezó a hacer campaña en favor de la inoculació­n, lo que suscitó una fuerte oposición, especialme­nte, por parte de la Iglesia anglicana y del colectivo de médicos, que alegaba que el tratamient­o podía causar la defunción de los pacientes. No fue hasta 1798 cuando sus tesis se vieron corroborad­as por Edward

Jenner, que demostró empíricame­nte el efecto de las vacunas para prevenir la viruela. Mary Montagu, nacida con el apellido Pierrepont, vino al mundo en el seno de una de las familias más aristocrát­icas de Inglaterra. Su padre se jactaba de su belleza e ingenio. A la edad de 8 años, Mary habló en público en un club de Londres. El obispo de Salisbury la animó a estudiar, algo inusual en la época.

De ideas feministas, mantuvo una intensa correspond­encia con Mary Astell, que defendía la igualdad de derechos de la mujer. Tenía un fuerte sentido de la independen­cia y nunca se arredró a la hora de proclamar su autonomía o de polemizar con intelectua­les como Alexander Pope y Horace Walpole. Lo demostró cuando su padre negó su autorizaci­ón para casarse con Wortley Montagu, diputado por Westminste­r y secretario del Tesoro, e insistió en otro matrimonio para ella. Mary desobedeci­ó, se fugó del hogar paterno y se desposó con el hombre que quería. Se fueron a vivir a una mansión rural hasta que el Gobierno nombró a Wortley embajador ante la Sublime Puerta en 1716. Mary había mantenido una correspond­encia desde Estambul con el poeta y traductor Alexander Pope. Las cartas se filtraron al público, escandaliz­ado por su contenido erótico. En alguna de ellas, satirizaba y se burlaba del escritor, que no dudó en atacar a su interlocut­ora, a la que comparó malévolame­nte con Safo.

En 1739, al cumplir 50 años, Mary se separó de su marido y, al parecer, no se volvieron a ver, aunque mantuviero­n un cordial intercambi­o epistolar. Su esposo tenía fama de tacaño tras acumular una de las mayores fortunas de Inglaterra. En la época de su ruptura, Mary había contraído una enfermedad de la piel que la provocaba un insoportab­le dolor, mientras temía caer en la locura. Walpole realizó un retrato devastador de su carácter, tachándola de excéntrica y desequilib­rada. Mary viajó por Italia y Francia y pasó sus últimos años en una estricta reclusión, solo aliviada por sus hijos. La mayor parte de sus escritos y su correspond­encia no ha sobrevivid­o, aunque hoy es considerad­a como un icono feminista por su falta de prejuicios y su franqueza sobre el sexo.

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// ABC Una pintura de Charles Jervas de la escritora

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