‘Los Soprano’, según la guionista a la que echó David Chase
La escritora Robin Green, que publica ‘La única chica’ (Liburuak), repasa su trayectoria en la ficción que inauguró la edad dorada de las series
Dice Robin Green (Rhode Island, 1945) que cuando empieza a hablar es difícil hacerla callar. No pudieron ni el «alcohol ni las drogas» en sus tiempos en la revista ‘Rolling Stone’, donde era la única redactora mujer y admite que, a principios de los setenta, trabajaban como en «un aura de fiesta», pero sí David Chase, que la despidió de ‘Los Soprano’ en la última temporada de la serie, que este año cumple un cuarto de siglo.
«No quería irme porque amaba ‘Los Soprano’, y económicamente estás loco si quieres renunciar a ese salario, pero creo que tuvieron que pagar para echarme porque pensaban que iba a demandarles por ser mujer», suelta riendo Robin Green. La guionista asegura que nunca experimentó «ningún ‘MeToo’», pero no esconde que le consuela todavía recordar al creador de la serie de HBO «golpeando la mesa y haciendo saltar por los aires todo» pensando que lo demandaría, aunque la idea, reconoce, nunca se le pasó por la cabeza.
Pasa el tiempo pero el despecho todavía le escuece a la guionista, con veinticinco años más en sus hombros, el mismo instinto que cuando empezó «sin competencia» en un mundo de hombres y algo menos de oído. Por eso se acerca a la pantalla y eleva la voz cuando quiere decir algo, que es casi siempre, sobre todo cuando recuerda los hitos de la ficción que alumbró la edad dorada de las series logrando «que te cayera bien un tío que era un asesino». «Me sentí fatal dejando ‘Los Soprano’, estaba enfadada y triste, pero la vida sigue y no tardé en recuperarme. David [Chase] me llamó catorce años después, creo que le carcomía por dentro, a su manera estaba tratando de disculparse», asegura la también escritora, que acaba de publicar ‘La única chica. Mi vida en la redacción de Rolling Stone’ (Liburuak), unas memorias en las que reparte anécdotas de todo tipo.
Robin Green fue, además, guionista de ‘Doctor en Alaska’, de la que guarda un gran recuerdo: «Sigue viva, creo que describe la humanidad de una manera optimista». También, secretaria de Stan Lee, padre de Spiderman, aunque confiesa que no tiene «interés en el cine de superhéroes». «Me gusta que las películas giren en torno a la personalidad del personaje, que el guion sea realmente bueno», matiza.
Por eso vuelve una y otra vez a ‘Los
Soprano’, un logro de la televisión que, sin embargo, considera que perdió gracia cuando «empezó a ir sobre la mafia y no de la lucha interna del personaje de James Gandolfini», un capo que iba a terapia. «La premisa de redención para Tony ya no era posible. No estaba interesada en las bromitas de la mafia, así que me convertí en lo que David llamaba una influencia negativa, porque iba arrastrando los pies y me volví gruñona». Y eso que, admite, su contribución había sido vital para hablar de la mafia: «Mi madre me recordó viejas historias del abuelo y las pudimos usar en ‘Los Soprano’, tan solo pequeños detalles de drama familiar. Trabajaba de contrabando durante la prohibición, tenía armas y todo. Echando la vista atrás, se me hizo obvio que era un gánster judío, con sus trajes de rayas y los cigarrillos», bromea.
A pesar de estar tan pegada a la realidad, el hampa no presionó a ‘Los Soprano’, como sí hizo con ‘El padrino’. «No nos amenazaron, pero teníamos consultores al principio. Uno había escrito un libro y nos dejó claro que no queríamos tener nada que ver con la mafia real», abunda Green, que no eligió a James Gandolfini como Tony Soprano, pero sí participó en el ‘casting’ de Adriana La Cerva (Drea de Matteo) o Bobby ‘Bacala’ Baccalieri (Steve Schirripa). Sí tenía otro final en mente, pero su salida de la ficción de HBO abonó el terreno para el polémico broche de oro de la serie. «Es tan típico de David Chase .... Es el efecto que quería causar en los espectadores, la ansiedad, el no saber, la sensación de una amenaza inminente. Yo tenía un final diferente, pero implicaba meterse en la piel de Tony, intentar experimentar cómo sería sentir el miedo de ser asesinado o arrestado; no era una vida feliz, era una vida triste», desvela.
«La mafia no nos amenazó, pero al principio teníamos consultores. Uno nos dejó claro que no queríamos tener nada que ver con ellos»