ABC (Córdoba)

«En África nadie te ayuda si pasas hambre, pero aquí hay puertas abiertas»

▶Salió de Costa de Marfil hace 18 años para dejar atrás la miseria a la que lo condenaba la agricultur­a de su país. Ha formado en Córdoba otra familia

- RAFAEL A. AGUILAR

EL hermano de Bakary Diakite Doumbia (Costa de Marfil, 1982) entró en España saltando la valla de Melilla y una vez que regularizó su situación le abrió a él las puertas del país para que llegase en 2006 con todas las de la ley

—en otras palabras: con un contrato de trabajo en la mano—. Desde entonces no ha pasado unos años fáciles: la explotació­n laboral cayó como una pesada losa sobre el hoy presidente de la Unión de Personas Africanas en Córdoba, que ya ha conseguido un trabajo digno y ha formado una familia en la ciudad; está casado con una mujer boliviana que se gana la vida como asistente de hogar en casas de El Brillante, y con la que tiene un hijo en común. Vecino del Barrio del Guadalquiv­ir, habla el castellano con fluidez: atiende a ABC en una sala del Centro Social Rey Heredia, donde la entidad de la que está al frente desde 2021 dispone de unas dependenci­as para asistir a sus en torno a 175 afiliados.

—¿Es muy difícil ser africano en Córdoba?

—No. —¿Y lo es integrarse en esta ciudad?

—No es fácil: cuando emigras a otro país ni siquiera hablas su idioma y no puedes comunicart­e con la gente, y eso da mucho trabajo, aprender el idioma quiero decir, y además sin él no puedes encontrar trabajo. Si no sabes el idioma no puedes saber tampoco lo que te están mandando en tu trabajo. Lo que tienes que hacer es enterarte bien de adónde puedes ir para que te ayuden. Antes se veían pocos africanos porque la mayoría venían a Córdoba pero pasaban, se iban pronto, pero ahora se están quedando muchos, porque se ve que las cosas están mejorando. Nosotros en la asociación ayudamos para que las personas que no tienen papeles puedan conseguirl­os.

—Por mal que le vaya a un africano en Córdoba siempre estará mejor que en Malí o en Costa de Marfil, ¿no?

—Claro que sí. Es que no tiene comparació­n.

—Parece obvio, pero por qué.

—Los africanos que vienen aquí lo hacen buscando un objetivo, ¿me entiende? Por ejemplo: el domingo pasado hicimos una actividad en la asociación para conocer la historia de la inmigració­n de los africanos, y vemos que toda persona que sale de su país lo hace por algo. Yo, si estoy muy bien, no me voy de mi país, donde están mi gente y mi tierra, donde lo tengo todo. Sales para mejorar tu vida.

—Cómo sería su vida ahora si se hubiera quedado en Costa de Marfil.

—Nadie sabe el destino de cada persona, pero sí sé que desde que he llegado a España mi vida ha mejorado mucho. Doy las gracias a Dios por haber conseguido irme de mi país. Si siguiera en Costa de Marfil estaría de camionero, transporta­ndo cosas de nuestra plantación.

—Ha dicho ‘gracias a Dios’. Es creyente, entonces.

—Sí, claro que sí.

—Musulmán.

—Sí.

—Córdoba es una referencia fundamenta­l para el mundo islámico. ¿Es consciente de ello?

—Sí, claro. Veo que aquí hay igualdad. Hay Cristianis­mo, hay Islam. Hay un par de mezquitas en Córdoba a las que puedes ir a rezar.

—Y usted va a ellas a rezar.

—Sí, cuando puedo, cuando me lo permite el trabajo.

—¿Se ha sentido incomprend­ido en Córdoba por ser musulmán?

—No, no, no.

—En una parroquia del Barrio del Guadalquiv­ir viven chavales que han llegado a España en patera. Lo que cuentan de su viaje de días en el mar hasta las costas de Canarias o de Cádiz es estremeced­or.

—Ahí vivo yo, claro. A esa parroquia que dice usted va mi mujer, que es cristiana.

—¿Y cómo llevan en casa la convivenci­a de los dos credos?

—En el Islam, Dios dice que no tienes que obligar a nadie, sino que sólo tienes que trasmitir el mensaje a las personas, y que esa persona poco a poco te va a entender y va a poder cambiar. Pero no se puede obligar a nadie a ser musulmán. Yo no puedo decir: ‘Tú eres mi esposa y por eso tienes que ser musulmana a la fuerza’. En casa no tenemos problemas.

Discrimina­ción «Racismo hay en todo el mundo, en África también lo he conocido»

Religión —¿Y cuál es el mensaje que usted dice que hay que transmitir?

Mejoras «Me siento orgulloso de que a mi hijo no le falte un plato de comida. Y le doy gracias a Dios»

—Rezar es… Nosotros vamos a la mezquita y rezamos. Llega el Ramadán y lo hacemos. Ahora nosotros estamos hablando, y te puedo hablar bien o malamente, o te puedo ofender sin darme cuenta, y eso lleva algo de pecado, ¿me entiende? Tú puedes hacer daño a tu vecino sin darte cuenta, y Dios te puede perdonar, pero no todo, porque si matas a alguien eso no tiene perdón.

—Le hablaba de la situación de los chicos que han llegado en patera a

Sueño cumplido «Cuando me pagaron mil tresciento­s euros al mes por trabajar supe que había llegado a España»

España. Hay que estar muy desesperad­o para jugarse así la vida. —De esa parte hablábamos en la actividad que tuvimos el otro domingo. Mi caso: yo en mi país yo y mis hermanos nos dedicábamo­s al campo. Teníamos quince hectáreas de cacao, cinco de café y diez de caucho, de donde salen las gomas de las ruedas de los coches. Con ese terreno, en Europa no eres una persona pobre, pero en África sí. Nosotros trabajábam­os muy duro. Cuando tú plantas cacao tienes que esperar tres años para que dé fruto, y ¿sabe a cuánto se vende el kilo de cacao? A ochenta céntimos, pero vas a un supermerca­do y un bote de Nesquik te sale a cinco o seis euros como mínimo y son doscientos gramos. Tú te matas a trabajar y luego vendes lo que cultivas y no tienes luego dinero. Hay mucha diferencia.

—¿Y quién se queda con esa diferencia?

—El Gobierno… El Gobierno… Mientras que la gente que trabaja el campo sufre mucho, trabaja mucho, a todas horas y cuando acaba el año a lo mejor no tiene ni para comer. Tú tienes campo, está dando fruto bien, pero a la hora de vender no ganas nada, y eso no puede ser, así no se puede vivir.

Bakary nació en una familia con seis hermanos, dos de ellos mujeres, que se dedicaba a la agricultur­a: a la plantación de cacao, de café y de caucho. Su decisión de dejar su tierra natal llegó cuando ya tenía dos hijos allí: uno con veinte años ahora y que estudia emergencia­s sanitarias en Portugual, y una chica de veintidós que trabaja en Madrid como camarera. «Mi hermano nos mandó los contratos de trabajo a Costa de Marfil a mí y a un amigo suyo, y tuvimos que viajar a Mauritania, donde no conocíamos a nadie y que está muy lejos, a casi tres mil kilómetros, para pedir el visado, porque en mi país no hay embajada española, ni tampoco en Malí [que es limítrofe]. Esperamos tres meses en Nuakchot a que nos dieran los papeles: estábamos allí sin trabajo y nos hicimos amigos de un hombre de Camerún que vigilaba colegios privados y nos alojó en ellos temporalme­nte», señala Bakary.

—¿Cómo fueron sus primeros años en España?

—Duros. El visado con el que veníamos era para incorporar­nos directamen­te al trabajo, a una empresa de pintura con sede en Priego de Córdoba pero que se movía por otras localidade­s. Nosotros trabajábam­os de ocho de la mañana a las seis de la tarde, todos los días de la semana, sin descansar ni un día. Al final de mes nos daban cien euros en mano pero en la nómina ponía que cobrábamos mil quinientos euros. El empresario decía que él había pagado el papeleo para que pudiéramos venir a España. Trabajábam­os duro, sin parar, cinco meses. Mi hermano nos tenía que ayudar para que pudiéramos vivir. Después me fui a Madrid, en 2007.

—¿Allí le fue mejor?

—Había una plaza grande a la que íbamos a buscar trabajo temprano, hacía mucho frío; iban los empresario­s a buscar trabajador­es como ayudantes, y había un hombre que buscaba trabajador­es para colocar tejas, había que darse empujones con otros para conseguir el trabajo: nos pagaron mil tresciento­s euros, y entonces le dije a mi amigo: ‘Mira, ahora sí que hemos llegado a España’. A los pocos meses volví a Córdoba, donde trabajé con barriles de alquitrán, y mientras tanto echaba currículum en el polígono de Las Quemadas, y también en un vivero; desde 2008 estoy en Plastienva­se, donde tengo buenas condicione­s laborales y estoy contento.

Necesidade­s primarias —¿Usted ha pasado hambre?

—Claro, claro que sí. Yo tengo muchas historias. Mi padre murió cuando yo tenía solo un año, ni siquiera lo conocí: imagínese, mi madre tuvo que tirar del carro ella sola con sus hijos. Eso no es nada fácil en África, donde nadie te va a ayudar. Si tienes para comer, vale, y si no pasas hambre. Aquí en España hay ayudas, pero allí no las hay, allí no hay nada. Aquí hay puertas abiertas.

—África sigue cautivando, sin embargo, a los europeos.

—Claro, en África hay mucha riqueza. Hay oro, hay cultivos, muchos, pero lo que pasa es que la población sufre porque los gobiernos sólo piensan en su bolsillo y en sus conocidos: si ellos no pasan hambre no ven que haya problema. Los gobiernos no luchan allí por la población, sino por su casa. Y no sabemos cuándo va a cambiar eso. No creo, la verdad, que cambie porque lo que hace el gobierno si ve que alguien se mueve para que las cosas cambien es encarcelad­o o lo matan.

—¿Qué siente usted cuando su hijo Ismael llega del colegio y le pone un plato de comida?

—Me siento orgulloso por haber luchado para que a mi hijo no le falte comida, y se lo agradezco a Dios.

—¿Ha sentido racismo desde que está en España?

—Hombre sí, pero no es todo el mundo ni mucho menos. Racismo hay en todo el mundo, en África también.

 ?? ??
 ?? ??
 ?? ??
 ?? FOTOS: VALERIO MERINO // ?? El marfileño, esta semana en el Centro Social Rey Heredia
FOTOS: VALERIO MERINO // El marfileño, esta semana en el Centro Social Rey Heredia

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain