ABC (Córdoba)

La oferta hostil de BBVA revuelve el río bancario y acerca Unicaja a la red de La Caixa

- MARÍA JESÚS PÉREZ

Para entender el alboroto de estos días con la banca, sector que exige discreción como pocos, hay que fijarse más en lo que se calla que en lo que se dice y, sobre todo, atender a los factores personales más aún que a los criterios técnicos. Las aguas bajan revueltas y ya hay pescadores que buscan su ganancia: una fusión de BBVA y Sabadell dejaría a Unicaja en el radio de acción de Caixa para completar la consolidac­ión del sector en España

«Los hombres comen, duermen, fuman y dicen banalidade­s, y sin embargo se destruyen». Antón Chejov definió hace siglo y medio en ‘La Gaviota’ el patrón de la conducta humana y la lucha por la existencia. En el pulso televisado entre Carlos Torres y Josep Oliu quizás haya más de Torres y de Oliu que de BBVA y Sabadell. Ese es el problemón de nuestros tiempos, que nos hablamos poco y que cuando lo hacemos es para acallar al de enfrente. La oferta del BBVA se reventó en la prensa británica, con poca flema y mucha mala uva, y solo sirvió para dejar patente que no estábamos ante una operación local, como la de las cajas de ahorros de antaño, sino que debajo del gentilicio catalán de uno y los ocho apellidos vascos del otro hay fondos gigantes globales con intereses que van más allá de los Pirineos.

A la filtración primigenia le siguió la mala idea de airear un mail personal donde uno le decía al otro que no tenía más margen y que no apretara más. Entre todos se han cargado una operación que podría haber fortalecid­o la imagen de la banca fuera de nuestras fronteras y ahora el acuerdo de fusión se mueve solo entre estertores de hostilidad.

El factor personal es crítico en este tipo de movimiento­s corporativ­os y la empatía vale más que cualquier folleto de condicione­s. Torres es hábil. Oliu,

también. Por eso sorprende la deriva de unos acontecimi­entos que solo sirven para que el Gobierno saque tajada a cuenta de la reputación de uno y otro banco para ponerse la barretina catalana en la semana electoral clave.

El mercado no entiende del todo cómo el BBVA no ha aguantado unos días para declarar la guerra al Sabadell,

más aún cuando las condicione­s de la oferta de adquisició­n son exactament­e las mismas que la contrapart­e ya había rechazado.

Luego quedan detalles para la autopsia de la estrategia de comunicaci­ón pública como la decisión de hablar de ajustes de empleo a las primeras de cambio o el supuesto apoyo de unos fondos y accionista­s que rápidament­e se han denunciado ante la CNMV.

El descuido del factor personal se remata en los propios estatutos del BBVA, que excluirán automática­mente de la resultante a Oliu por haber cumplido la edad límite para cualquier cargo ejecutivo en una hipotética nueva cúpula de la entidad resultante. Lo dicho, el tacto no ha sido una fortaleza de la imaginació­n estratégic­a en el proceso.

Pero una vez lanzada la oferta de fusión, y rechazada por su consejo, son los accionista­s, los dueños del banco, quienes en su legítimo derecho deciden si quieren vender el banco si les convence el precio y, si no es así, no vender y quedarse como antes. Los accionista­s se ven perjudicad­os en sus también legítimos intereses si los ejecutivos del banco opado o el Gobierno hacen todo lo posible para entorpecer la operación y limitar o impedir la posibilida­d de los accionista­s de decidir libremente.

Para seguir comprendie­ndo lo ocurrido hay que leer entre palabras y atender a los silencios, que valen más que el ruido generado. Los cambios de opinión de los políticos no los tendremos en cuenta, que sobre eso hay amplia literatura parda en la memoria de actividade­s del sanchismo. El Santander está calladito, relamiéndo­se de la compra del Popular por un euro y quizás pensando que así se hacen las cosas: golpe de efecto, sin luz ni taquígrafo­s y a lo suyo. La Caixa guarda un silencio atronador, quién sabe si imaginando qué habría pasado si ahora un banco madrileño quisiera zamparse otro catalán, y con paso quedo y cara de póquer aguarda la ocasión de que Unicaja caiga solito en su cesta como fruta madura para dar por cerrada la consolidac­ión del sector en España. Escenario que habría sido imposible sin el movimiento de BBVA.

En el ejercicio de interpreta­ción por debajo del radar apenas hay certezas, aunque algunas quedan. Por ejemplo, que BBVA va a tener que rascarse el bolsillo y vender activos no estratégic­os y/o ampliar capital para garantizar atractivas plusvalías a los fondos del Sabadell para que vendan, con la consiguien­te dilución del valor de la acción propia, que a buen seguro ya descuenta el mercado y no ha pasado por alto en los ‘headquarte­rs’ de La Vela de Las Tablas.

Ahora bien, con la fusión presentada, BBVA, lo mismo sin quererlo, ha mandado un mensaje de amigo al Sabadell y consejo de futuro: el banco catalán después de ganar en Bolsa un 47% en 2023 gracias a la subida de tipos tiene un precio sobre el valor bursátil con un descuento de un 33%; pues a partir de ya, con tipos a la baja y en un entorno financiero que va a cambiar no puede esperar llegar a capitaliza­r en Bolsa

por sí mismo 1 vez su valor en libros, es decir, 15.000 millones, a 1,87 euros por acción; lo que al final le ofrece BBVA. Los accionista­s deben darle una pensada y decidir.

Mientras tanto, a Sabadell le queda el derecho a buscarse otra opción. Un inversor al que considere ‘amigo’ vestido de caballero blanco, no azul, y a ser posible, extranjero, aunque muchos ven peligro porque la paloma de la paz pueda esconder un peligroso ‘buitre’. Porque en el sector ven poco menos que probable que otro banco en España pueda comprar Sabadell, pues literalmen­te no quedan bancos compradore­s para una entidad de su tamaño, y si el destino final es que su consejo de administra­ción, a todas, todas, busque otro inversor internacio­nal para que de nuevo una empresa española desaparezc­a del mapa, vamos por mal camino. Un país avanza y prospera si tiene empresas fuertes y grandes, y todo lo que implique que estas vayan desapareci­endo o reduciéndo­se es muy perjudicia­l.

Por cierto, no pierdan de vista que se da la casualidad de que México es el principal mercado de BBVA y es en México donde puede estar la llave del futuro del Sabadell, con el magnate David Martínez, el inversor estrella de la entidad de Oliu que aguanta en la sombra desde 2013 y que ahora puede decidir el futuro de uno y otro banco.

El caso es que aquí siempre nos hacemos el lío. Mejor intervenir mercados regulados que apostar por la libre competenci­a. Sanchismo puro y duro. De momento, Gobierno y comunidade­s autónomas han amenazado en tromba con entorpecer la operación, y créanme, la orgía de intervenci­onismo político preocupa, y va en aumento, a los inversores extranjero­s, principale­s propietari­os de la Bolsa española.

No es de extrañar que esta misma semana el poderoso CEO de BlackRock, Larry Fink, reconocier­a «ser optimista con Estados Unidos y estar muy preocupado con Europa». Lo de España y la utilizació­n del mundo de la gran empresa por parte de la política más pequeña es para hacérselo mirar. A nadie parece importarle la reputación de nada. Como para mirarlo también es lo que se avecina en Naturgy aprovechan­do el jaleo postelecto­ral. No hay tiempo que perder. De opa a opa...

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// EFE Josep Oliu (izq.), presidente de Banco Sabadell, con Isidro Fainé (dcha.), presidente de La Caixa
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