ABC (Córdoba)

Una leyenda que se llama Pepa

Marisol dio unos años de esplendor rabioso, cuando niña, y luego probó la carrera de actriz madura, o de cantante, aunque sin un éxito de trueno. No hubo famosa tan famosa, ni tampoco mujer retirada

- Tan retirada ÁNGEL ANTONIO HERRERA

Marisol ha venido cumpliendo una eternidad en Pepa Flores, que prefiere no hacerle ni caso. Pero Marisol fue Marisol. Es. Ahora una película, ‘Marisol, llámame Pepa’ insiste en lo de siempre: he aquí una leyenda con deneí. Resulta que estamos ante una criatura que fue hermosa como un desmayo, y ahora, con el tiempo, vemos sus retratos y asoma en ella una belleza soleada de modernidad, entre el milagro y la melancolía. Resulta como una ‘hippie’ del ‘Vogue’, pero antes del ‘Vogue’, y casi antes de todo ‘hippismo’.

No veo difícil escribir de Marisol, porque dio unos años de esplendor rabioso, cuando niña, y luego probó la carrera de actriz madura, o de cantante, con temas de Aute, o de Serrat, aunque sin un éxito de trueno. Marisol consta de la niña Marisol, un matrimonio con Gades, y un exilio a Málaga, de particular, a contar las olas. No hay otro caso en la vida artística española. Y cuando decimos que no hay otro caso queremos decir que no hubo famosa tan famosa, ni tampoco mujer retirada tan retirada. No le cuadra la acuñación vieja gloria, porque Pepa Flores se retiró para quedar joven durante toda su vida, y porque intuyó pronto que hay una gloria en el anonimato.

Marisol consta de la niña Marisol, la portada mítica de ‘Interviú’, una separación de Antonio Gades, y la huida al crepúsculo de Málaga, como una musa de sí misma, como una cría ya madura de todos los desengaños. Se casó también con Carlos Goyanes, pero perdura más principal Gades, entre sus hombres, que Goyanes. El matrimonio con Goyanes no fue longevo, pero sí resonante. En aquella boda dicen que se desmayó Massiel, porque el gentío era una marabunta de infierno, y hasta se abrevió la ceremonia, al pispás de quince minutos, para evitar males mayores. Hablamos del año 1969, cuando Marisol era la popularida­d pura, y Augusto Algueró ya le había escrito el repertorio de sus éxitos inolvidabl­es. La boda fue bodón, el acontecimi­ento mayor del año, donde se reunieron Concha Velasco, Miguel Ríos, Rocío

Durcal, o Lola Flores, más el Marqués de Villaverde, o Calvo Sotelo.

Luego vendría la portada de ‘Interviú’, vestida Marisol sólo de la mirada un poco lejana, y una flor pálida en la mano. Marisol se hizo celeste carne de ninfa desnuda en septiembre del 76. Aquella estampa se aupó enseguida como la postal de oro de la Santa Transición, preparando de paso el sitio para que otras populares le pillaran el dorado relevo maravillos­o, con sastrería de nada, como ella. Hay relatos oscuros a propósito de alguna racha de su biografía, pero no se sustentan. Y no es el momento de aludirlos, siquiera.

Marisol tenía, en su belleza, la línea de la luna adolescent­e, fue un varillaje de mujer de pocos años que abría, en capitular, el libro frondoso, bullente y brillante de tantas libertades en curso. Fue un prodigio de niña, tuvo temporadas de yeyé, se hizo comunista, amó a hombres de talento, y se retiró a la provincia, como una diosa que huye a la orilla marina, como la que regresa a sí misma. Creo que en las subastas de internet siguen cotizando las fotos de Marisol como raras alhajas. Tampoco me extraña. Marisol fue Marisol. Es.*

Un prodigio Tuvo temporadas de yeyé, se hizo comunista, amó a hombres de talento y se retiró a la provincia

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// EFE Pepa Flores, embarazada de su hija Tamara

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