Memoria democrática de la pedida de Begoña
Se puede llamar corrupta a la Corona, pero no a la mujer de Sánchez
Lefemérides de la boda del entonces Príncipe de Asturias y Letizia Ortiz, de la que se cumplen veinte años y cuyo significado más profundo, por encima del salseo palaciego que estos días descongelan y recalientan los medios, no es ni fue otro que el de la continuidad dinástica, ha contribuido a mantener en la zona de penumbra de nuestra reciente historia democrática un acontecimiento igualmente relevante para el devenir de la nación: la pedida de mano de Begoña Gómez. Desconocemos los regalos que se intercambiaron los novios, y también en qué local del padre de la prometida tuvo lugar el ágape. Lo que sabemos gracias al reciente trabajo de los investigadores es que Pedro Sánchez no solo pidió la mano de su futura esposa a su suegro, sino al conjunto de los españoles. Fue una ceremonia singular, por constituyente. La continuidad dinástica de la Corona se solapó así con la institucionalización como nueva forma representativa del Estado de la mujer de la que con el tiempo iba a depender la soberanía nacional. De la yuxtaposición de estas dos líneas surge la singularidad del régimen que nos hemos dado y que sin enterarnos nos están dando: la monarquía bananera. La excepcionalidad es tal que la propia UE, a través de su alto representante, vela por su conservación. Como Doñana.
Nos tomamos a chufla aquella consulta que montó Pablo Iglesias para que los militantes de Podemos –inscritos, a la búlgara– le dieran permiso para mudarse con Irene a Galapagar y, en cambio, no percibimos la gracia que tuvo el presidente del Gobierno cuando a través de una simple pedida de mano –vinculante, a la búlgara– y en fase larvaria encajó una pieza de carácter conyugal en el organigrama de un nuevo Estado al que ya daba vueltas cuando ejercía de novio. Aquella carta con que a finales de abril Pedro Sánchez se cogió una baja de cinco días no fue sino el certificado oficial de la proclamación de Begoña Gómez como pilar de su Estado recompuesto.
Hilar y trenzar las salidas de tono de Javier Milei con los desafueros previos de Óscar Puente, tal para cual, quizá forme parte de las rutinas del Derecho Comparado, pero enredarse en esos fangos, especialidad de Sánchez, resulta tan burdo e inoperante como convocar al camello del presidente argentino a la sede del Ministerio de Transportes y Movilidad Sostenible, para que cuente cómo conduce por Buenos Aires. Eso es barro, y ahí Sánchez juega en casa.
Hay que tener altura de miras y tirar por elevación, como hace el jefe del Ejecutivo cuando entroniza a su esposa por lo bananero y pone al ministro de Exteriores a defender su honra. Hay que tener altura de miras y detenerse en una Corona a la que los socios de Pedro Sánchez –entre cosas peores, documentadas, reiteradas y consentidas– han tachado de corrupta, como a Begoña Gómez, con todas las letras, sin que ningún miembro de su Ejecutivo amagara con una ruptura de relaciones, y sin que mediase una sola llamada interna a consultas.
Este es el régimen que sin enterarnos nos están dando. Dignidad, dicen. Respeto, claman. Fango, repiten. A Noé le vas a hablar tú del agua.