ABC (Córdoba)

A la hora feliz del trago del reencuentr­o

La fiesta sigue sin bajar la bandera en El Arenal con un mediodía de muchos almuerzos y la tarde para disfrutar de una tranquilid­ad que no será eterna

- LUIS MIRANDA

UBO un momento en que se dio cuenta de que aquella ciudad ya no era suya. En los primeros años volvía a Córdoba con la sensación de no haberse marchado en ningún momento, porque apenas notaba cambios. En los amigos las arrugas crecían al paso quedo en que todavía no se ven y los hijos, cuando nacían, tenían todavía la novedad de ser pequeños y no plasmar con demasiada crueldad el paso del tiempo. Tardó en regresar desde Suiza tres años la primera vez, pero después, a medida que había ido consiguien­do estabilida­d y sueldo, procuraba hacerlo una o dos veces al año.

Tenía su vida fuera. Había fundado una familia, tenía una casa que era suya y un trabajo en que lo apreciaban, y cuando los amigos de Córdoba le decían en broma que la calidad de vida en España era superior mientras brindaban entre tapas, él reía con franqueza, pero pensaba para sí que sería si se midiera en cervezas y en fiestas, porque tenía clara la diferencia entre los sueldos, los precios y la forma de las ciudades entre un lado y otro.

Y desde luego que no quería olvidar a la ciudad, ni a sus hermanos ni a los amigos con los que mantenía el contacto. Hubo un momento en que pensó que era feliz con su vida al pie de los Alpes y sus excursione­s a Córdoba, y la recordaba todas las mañanas cuando en el porche de su casa encontraba el azulejo de San Rafael, pero los años empezaron a cobrarse vidas y el alzheimer de los demás también algunos recuerdos. Llegó un momento en que añorar allí dolía menos que recordar aquí lo que no podía ser y prefirió, a sus años, un exilio íntimo. Pasó algunos años lejos de Córdoba, pero tuvo que volver para la Feria. Sus nietos tenían una semana libre, la hija quería que conocieran aquella ciudad de la que ella disfrutaba de joven, y le convencier­on entre unos y otros.

Para él la Feria era sobre todo lo que recordaba de la Victoria, pero la del Arenal la conocía bastante menos, de los primeros años, casi al filo del cambio de siglo. Después de aquellos años de duelo se sintió aliviado para volver a la ciudad y a aquella fiesta que no podía ser suya porque en la forma actual jamás lo había sido. Rescató a uno de los amigos de juventud, ya recuperado

Hdespués de alguna enfermedad dura, y él reservó para almorzar en alguna caseta que cuidaba la estética. Encontró la Feria un poco tranquila, pero también era normal en un martes laborable, y desde luego temprana, porque antes era normal que se metiera en junio, y lo cierto es que tampoco muy cálida. Observó que no habían crecido demasiado los árboles, pero el día estaba llevadero. Se había acostumbra­do a la frialdad del interior de Europa y ya no siempre llevaba bien el calor seco de Córdoba.

Horas

En los días laborables la afluencia de va de menos a más, con mediodías que se van haciendo intensos y tardes en auge

Tiempo

El calor empieza a hacerse notar en ciertos momentos, pero no tiene la textura del verano que ha hecho temer otras veces

A esas alturas, conforme le llegaban las palmas Dresde el interior de las casetas, se alegraba de haber ido. Los niños aceptaron comer antes de buscar las atraccione­s y él se había sumergido en la felicidad desde la primera cucharada de salmorejo.

De pronto en su textura anaranjada fue capaz de encontrar todos los ingredient­es con que su madre lo preparaba en verano, por lo menos dos veces por semana, porque era sencillo, nutritivo y le gustaba a todo el mundo. Habló con su amigo de los que se habían marchado, pero también de la nueva vida en Córdoba y de lo que había cambiado aquella ciudad que ya no dejaba de crecer. El día anterior había paseado por los barrios de la Ajerquía y le pareció que el tiempo se había parado, aunque echó de menos el olor de los pucheros en las casas, porque si estaba todo impecable tampoco encontró demasiados vecinos.

Llegaron el flamenquín y las berenjenas, fueron vaciando entre los dos la botella de vino y la nostalgia dulce dio paso a la alegría de la risa. La caseta se había llenando de gente que almorzaba con los compañeros de trabajo, de grupos de amigos jóvenes con impecables americanas de tonos claros y crudos, de trajes de flamenca que se mecían al aire. Recordaba todavía aquellos vestidos sencillos de su infancia, de un solo color con lunares blancos y un mantoncill­o por encima, casi trajes típicos, todavía sin estar tocados por la vara deslumbran­te de la moda, que los había llevado a una dimensión nueva. Le parecía hermoso, pero se acordaba de aquella sencillez de sus años jóvenes.

Salieron a media tarde para llevar a los niños a las atraccione­s y quiso disfrutar del paseo. Ya había bastante gente más por la tarde, iban llegando familias con niños y la Feria se había llenado de una animación distinta. La nieta le pidió subir con ella a una montaña rusa que no parecía muy peligrosa y él no quiso negarse tampoco. Quien subió a tantos aviones no tiene miedo a las alturas. Cuando estaban arriba miró a Córdoba a vista de pájaro, encontró multitudes que llegaban, cerró los ojos y pensó que seguía siendo su casa después de todo.

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// VALERIO MERINO Un grupo de jóvenes se dispone a entrar a una caseta de la Feria de Córdoba
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 ?? // VALERIO MERINO ?? Dos mujeres bailan sevillanas junto a la Portada de la Feria
// VALERIO MERINO Dos mujeres bailan sevillanas junto a la Portada de la Feria
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