GARRULOS LISÉRGICOS
No conozco a ningún votante andaluz de Vox para quien la derogación de las leyes de género no sea una prioridad
ME enternecen los esfuerzos de la prensa sistémica por caracterizar esperpénticamente a los votantes andaluces del partido Vox, presentándolos como una patulea fascista, ignara, cavernícola, paleta y machirula, una repentina invasión de garrulos lisérgicos, mutados genéticamente por efecto de algún escape radiactivo.
En su afán por sugestionar a las masas, la prensa sistémica no ha vacilado en probar las técnicas más nauseabundas de estigmatización; y, desde luego, no han faltado los rasgos de condescendencia despectiva. Para obtener una radiografía nítida de esta repentina invasión de garrulos lisérgicos, se han encargado diversos sondeos. Nos habían asegurado que la parroquia de Vox estaba formada por pueblerinos tremendos e incultos despampanantes que completaban un campo de nabos con hedor a esmegma rancio. Pero resulta que los sondeos declaran exactamente lo contrario: los votantes de Vox son más urbanos que la media de los votantes andaluces, tienen más estudios que la media e incorporan –¡oh pasmo máximo!– a hombres y mujeres en cantidades parejas. Si antes, mientras pudo presentar a la parroquia de Vox como un campo de nabos, la prensa sistémica aprovechó para caracterizarla como una patulea partidaria del maltrato a la mujer, ahora se consuela afirmando (risum teneatis) que derogar las leyes de género no es una preferencia para las mujeres que votan a Vox.
¡Son tan regocijantes los esfuerzos manipuladores de la prensa sistémica! Me recuerdan el pataleo estéril de una cucaracha que agoniza panza arriba. No conozco a ningún votante andaluz de Vox para quien la derogación de las leyes de género no sea una prioridad inexcusable; y conozco a muchísimas personas que están ansiosas por votar a Vox en otras regiones precisamente porque se trata de un partido que ha prometido derogar tales leyes, si alcanza el poder. Aunque la prensa sistémica se obstina en ocultarlo, dando pábulo un estudio de la fiscalía general del Estado que reduce a un porcentaje infinitesimal las denuncias falsas sobre «violencia de género» (aunque nunca se menciona el apabullante número de denuncias archivadas y desestimadas), lo cierto es que en España hay muchos miles los hombres que han sido falsamente denunciados ante los juzgados de «violencia de género» por desaprensivas (a veces instigadas por abogados alimañescos que de este modo sacan mayor tajada en los procesos de divorcio).
No necesito que ninguna estadística venga a decírmelo, porque conozco casos de amigos muy, muy cercanos que han probado los efectos arrasadores de estas denuncias falsas: presunción de culpabilidad, baldón social, ruina económica, trastornos psicológicos, etcétera. Y todo este destrozo antropológico no afecta tan sólo a estos miles de hombres que han sido falsamente denunciados; afecta también a sus padres y a sus madres, afecta a sus hermanos y hermanas, afecta a sus hijos e hijas, afecta a sus amigos y amigas, afecta a las mujeres que con amor abnegado los han acompañado en esta atroz pesadilla. Y todos esos hombres falsamente denunciados, con las mujeres que los han acompañado en la pesadilla, con sus padres y madres, con sus hermanos y hermanas, con sus amigos y amigas, van a terminar votando, más pronto que tarde, al partido que les prometa derogar las leyes que les han infligido tanto dolor. Muchos tendrán que vencer ciertas reticencias ideológicas; pero acabarán haciéndolo, más pronto que tarde. Y cuando todos lo hagan serán una cifra muy elevada. Me pregunto si para entonces la prensa seguirá caracterizándolos como garrulos lisérgicos; aunque tal vez para entonces las cucarachas hayan dejado de patalear.