T. S. ELIOT, EL DEÁN Y LA CATEDRAL
«Nadie se acordaba del templo cuando los canónigos no tenían para tapar goteras; ahora le quieren negar el pan porque es fuente de riqueza»
Con motivo del debate sobre si nuestra Catedral es un bien demanial, hemos vuelto a la lectura de los poemas completos de T.S. Eliot (1909-1962), traducidos por José Luis Rey de la edición de Christopher Richard y Jim McCue y publicados por Visor en español.
Hemos vuelto a «Coros de la Roca», en su segundo capítulo, y al escrito de Eliot en 1931, publicado en la «Gaceta diocesana de Chichester», pequeña ciudad del sur de Inglaterra cuya catedral fue construida en 1075, de estilo románico y con una torre del siglo XVI, separada del edificio central.
Eliot, en uno de sus poemas, escribe: «La iglesia debe alzarse siempre pues está amenazada desde dentro y desde fuera; pues esto es ley de vida; deben recordar que en la prosperidad negaréis vuestro templo y lo censuraréis en tiempos adversos». Debemos saber que se refiere a la Iglesia Anglicana, cuyo superior mandato reside en la Reina de Inglaterra.
Sucede también en Córdoba respecto de su Catedral, de la que nadie se acordaba cuando los canónigos apenas tenían para tapar goteras, y ahora le quieren negar el pan y la sal porque, dentro de la oferta turística, es fuente inagotable de riqueza.
Cuando Eliot escribió aquel poema, Inglaterra vivía en la gran depresión de 1929, sufría alarmante desempleo y para paliarlo se hicieron obras de restauración en un país en el que había más iglesias y catedrales que tabernas. Eliot escribió: «No retraséis la obra, no perdáis tiempo ni fuerza y que mane la arcilla, que no se apague el fuego de la fragua».
Toda nuestra vida consciente y al haber vivido todos los que componemos Epiqueya en el Campo de la Verdad, hemos visto, casi a diario y al atravesar el Patio de los Naranjos, la ejecución de las obras que se iban haciendo en la Catedral cordobesa, más leves antes y más abundantes y estructurales ahora.
Cuenta Eliot que hubo un tiempo en que los deanes se esforzaban en recoger dinero para mantener sin goteras ni humedades sus catedrales. También nosotros hemos podido comprobar cómo el deán y el arcediano se preocupaban, igualmente, por las techumbres y tejas de nuestra catedral, sin que para ello nadie les diera «un soplido en un ojo». En 1931 y en aquella «Gaceta de Chichester», Eliot continuó escribiendo: «El Estado, tan socializado, debería hacer la reparación estructural de las catedrales que tienen importancia histórica y arquitectónica». Luego no lo hacían. Y añadía: «Si yo fuera deán, me atrevo a decir que preferiría ser sepultado bajo la derrumbe del techo de mi catedral antes que ser enterrado en la burocracia de la correspondencia, memorandúm e instrucciones de la Oficina de Empleo, por no decir de las visitas de comités e inquisidores». Debía suceder que estos bienes demaniales no eran bien atendidos por la Reina.
Es normal que el deán, en aquellos tiempos, solicitase y usase aquellos fondos, y añade Eliot: «No sólo para la mera preservación de los huesos de mi catedral sino para dar belleza al interior de su cuerpo vivo». Cosa parecida hace ahora el Cabildo Catedralicio de Córdoba, previa autorización de la Junta de Andalucía.
El poeta defendía la teoría de que «es esencial en la vida un centro como la catedral y que su arte pueda activarnos vitalmente». Y eso debe suceder en Córdoba dado el millonario número de visitantes que en ella entran. Y nos continúa diciendo: «Un centro donde el arte (no mera arqueología), dedicado a Dios, es el mejor lugar donde mejor pueda florecer ese arte. No hay dos catedrales iguales y donde, si yo fuera deán, desearía estimular y animar es espíritu local. Que el drama religioso, si fuese posible, se representara dentro de la misma catedral». Y es eso, creemos, lo que hace el Cabildo en estos nuevos tiempos.
Respecto de las catedrales, Eliot dice «que no sabe si es la eterna lucha entre el Bien y el Mal, y que no sabe qué tienen curas y canónigos que algunos quieren que se vayan».
Ese no es el caso de Córdoba, pues nadie quiere que se vayan sino que sigan, sin descanso, manteniendo, reparando y restaurando y, además, algunos pretenden que acepten que la catedral es un bien demanial que, no olvidemos, por su propia naturaleza estaremos todos los cordobeses obligados a pagar por conservar y mantener mediante un impuesto o tasa local.
Desconocemos lo que hoy escribiría Eliot tras seguir el debate sobre nuestra Catedral, ¿bien demanial?, y qué hubiera hecho de haber sido su deán.