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El punto y final al roaming se enreda con el debate sobre la libre circulació­n en Europa

La Comisión prepara un nuevo reglamento tras la insólita marcha atrás de la propuesta inicial

- ENRIQUE SERBETO CORRESPONS­AL EN BRUSELAS

El mensaje político había sido claro desde hace años, la Unión Europea garantizar­á que los ciudadanos puedan utilizar los teléfonos móviles cuando viajen a otros países como si estuviesen en el suyo, que las fronteras desaparecí­an en el espectro telefónico igual que han desapareci­do sobre el terreno. Por ello causó tanta sorpresa el anuncio de la Comisión el pasado 6 de septiembre diciendo que los beneficios se limitarían en el tiempo, a solo 90 días. La intervenci­ón de las compañías de determinad­os países había provocado un frenado histórico en la tramitació­n de este reglamento que amenazaba el modelo de negocio en varios países y no los más pequeños.

En efecto, una desregulac­ión total de las tarifas de itineranci­a podría dejar en una situación muy delicada a compañias que son dominantes en mercados que reciben millones de visitantes extranjero­s, como por ejemplo España, Italia o Francia y que no obtendrían ningun medio para rentabiliz­ar las inversione­s que tienen que hacerles para darles servicio. Pero el mensaje político se convirtió en inaceptabl­e para los principios europeos y en pocos días el propìo presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, ordenó – en un gesto totalmente inédito– retirar la propuesta que sus propios servicios habían publicado y cerrado.

Supuesto malentendi­do

Después se diría que en realidad no fue más que un malentendi­do, que lo que se había presentado como el reglamento del roaming era solamente la parte dedicada a la regulación contra los abusos y no la propuesta general. Pero eso no convenció a nadie. Una semana después, en el discurso sobre el Estado de la Unión, Juncker volvió a recuperar el principio político de este proyecto: «Que los europeos puedan usar los mismos servicios cuando están en cualquier país europeo». Por ello los funcionari­os de la Comisión trabajan a toda velocidad para poner sobre la mesa en cuestión de días una nueva propuesta que incluirá elementos que intenten reconcilia­rla con los parámetros políticos de la idea europea.

En realidad, los expertos de la Comisión habían utlizado los datos de las estadístic­as sobre movilidad y la propuesta de 90 días en total con un máximo de un mes seguido habría servido para la inmesa mayoría de europeos, que viajan menos de 20 días al año. Algunos se atrevieron a decir que por primera vez los burócratas de Bruselas y los parlamenta­rios europeos serían los únicos que no se beneficiar­ían de una medida que estaban impulsando. Pero al final, el elemento político es el que ha prevalecid­o. La promesa de ofrecer la libre circulació­n telefónica a los europeos no podía ser dejada de lado, en un momento en el que esta es una cuestión de máxima actualidad en los debates sobre el futuro de la UE.

El factor Erasmus

Se cuenta que uno de los argumentos más poderosos para que Juncker ordenase retirar la propuesta de los tres meses es que no se habían tenido en cuenta a un tipo de usuarios altamente simbólicos de la idea europea: los estudiante­s de intercambi­o, los «Erasmus» que son los ciudadanos de mañana, que empiezan su vida de adultos conociendo otro país y anudando lazos con europeos de otras nacionalid­ades. En su discurso de Estrasburg­o, Juncker prometió que las tarifas de itineranci­a se eliminarán « no sólo para los hombres de negocios que van al extranjero dos días y para los que se van de vacaciones y pasan dos semanas, sino también para los trabajador­es transfront­erizos y para los millones de estudiante­s Erasmus que cursan estudios en el extranjero durante uno o dos semestres».

Las fronteras interiores son ahora el centro del debate político en la UE. El miedo a los inmigrante­s, a los trabajador­es de otros países que cobran menos, ha causado la salida del Reino Unido y está presionand­o para el restableci­miento de las fronteras. Para Juncker habría sido una catástrofe contribuir a introducir dudas sobre el principio de la libre circulació­n de personas.

Falta saber cuál será la solución que van a proponer los técnicos para conciliar los intereses de unas compañías que permenecen confinadas en sus propios mercados nacionales y los de los europeos, a los que se les ha prometido la desaparici­ón del roaming. En cualquier caso, la cuestión no puede seguir retrasándo­se, porque uno de los objetivos de la UE es hacer realidad el mercado único en internet y en el sector de las comunicaci­ones y servicios audiovisua­les. Quizás las empresas tengan que acabar adaptándos­e a lo que parece la evolución natural de las cosas.

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