La conciliación, sentido común y sensibilidad
«Más que regular o establecer horarios rígidos, se debe fomentar la flexibilidad a través del diálogo»
El repetido eslogan que reza que España es diferente solo debería ser aceptable si esa excepcionalidad se entiende como sinónimo de excelencia y no de extravagancia. Y es que hay ámbitos en los que ser dispar equivale a dispararse al pie. Indiscutiblemente, el de la conciliación entre vida laboral y personal es uno de ellos. La propuesta lanzada esta semana por la ministra de Empleo, Fátima Bañez, para tratar de que la jornada de trabajo en nuestro país concluya, «con caracter general » , a las seis de la tarde, ha provocado un vivo debate. Muchos dudan de la viabilidad de un planteamiento que consideran puramente voluntarista. Parece claro que hace falta ensamblar demasiadas piezas dispersas para que ese puzle comience a cobrar forma, aunque ya haya varias empresas en nuestro país que han conseguido implantar escenarios laborales muy similares a los planteados por la ministra.
Pero más allá de la discusión en las estrategias para lograrlo, el objetivo último no debería ponerse en duda. La sociedad española necesita que el mercado de trabajo y las empresas introduzcan fórmulas que permitan que la vida familiar y la laboral no sean mundos paralelos condenados a no encontrarse. Un horario de salida rí- gido podría suponer un mazazo a la competitividad de muchos negocios. Y es evidente que hay sectores en los que esa idea es una pura quimera. Tampoco las pymes tendrían fácil adaptarse a esos márgenes temporales, que en algunos casos también podrían ser contraproducentes para los consumidores.
Conciliar no debería ser incompatible con la libertad de horarios, porque este es un verbo que se puede conjugar de muy distintas maneras siempre que empresario y trabajador lo hagan de forma sincronizada. En este sentido, los convenios colectivos pueden ser instrumentos muy valiosos para fomentar y facilitar prácticas como la reducción de jornadas, las bolsas de horas o el teletrabajo. En definitiva, más que de generalizar un determinado horario al ritmo que cronometran las agujas del reloj, se trata de hacer un ejercicio de flexibilidad. La conciliación es un asunto de sentido (común), sensibilidad y responsabilidad tanto o más que de pura regulación. Porque no hay que olvidar que un empleado feliz, con una vida personal rica y alejada del virus del presentismo, acaba resultando más productivo y adquiriendo un mayor grado de compromiso con los proyectos laborales.