El milagro de San Pancracio, o cuando la desgracia es una ocasión
Las bodegas Martín Berdugo superaron el incendio de sus instalaciones dando un giro a su negocio
El 13 de febrero de 2013 fue el típico día de tormentas de verano en Aranda de Duero. Lluvia, rayos, bochorno. Al anochecer, exactamente a las diez menos cuarto, sonó el teléfono. Antonio Díez Martín estaba dando de cenar a sus hijas antes de salir de casa para ir a una cena de trabajo. Es el gerente de las bodegas Martín Berdugo, compañía de la que es socio junto a sus padres y sus dos hermanos. Al atender la llamada escuchó una frase que le enviaría directamente al infierno, al menos por unas horas: « La bodega está ardiendo», le dijo un empleado.
« Pensé que estaba de cachondeo, que me estaba tomando el pelo, pero salí pitando hacia la bodega: normalmente tardo cinco minutos, pero ese día creo que tardé tres», relata Díez a ABC. «Iba pensando ‘es imposible, si no hay nada que arda’. Pensaba en el acero inoxidable de los depósitos, en los pilares, en el hormigón de las paredes. Pero nunca me imaginé que un fuego pudiera empezarpor la cubierta, que era de madera».
El incendio lo había provocado un rayo y mucha mala suerte, como se ocupó de corroborar el perito: «Llevo peri- tando desde los años 70, he acudido a infinidad de siniestros por rayos y a infinidad de incendios, pero incendios provocados por rayos es el cuarto en mi vida. Es más fácil que te toque la lotería». Las siguientes doce horas se resumen en llamas, bomberos, cascotes, rescoldos y el trabajo de una familia reducido a cenizas. «En ese momento se te pasa todo por la cabeza: toda la historia de la bodega, el esfuerzo que hemos hecho desde la plantación que comenzamos en 1990 hasta la construcción de esa nave en pleno boom en 2000 y todas las horas, la ilusión, las noches en vela. Pensábamos que aquello se había acabado y que teníamos que cambiar de negocio, que no íbamos a poder continuar con ello», recuerda.
El día siguiente al siniestro fue el más duro. Y en ese momento emergió la madre de Antonio, Josefina Martín Berdugo, cuyos apellidos dan nombre a la bodega. «Yo le decía ‘esto es horrible’ y ella me respondió: ‘ Las cosas siempre son por algo, Dios aprieta pero no ahoga. Es una señal. De momento no sabemos por qué, ya nos enteraremos’».
Díez recuerda con emoción la generosidad mostrada por todo el equipo de empleados de la bodega. «No nos lo pensamos ni un minuto. ¿Dejamos esto? Imposible. Hay que hacerlo todavía mejor». Y así fue: la familia interpretó la tragedia como una oportunidad: «Nos planteamos mejorar la forma de elaboración, perfeccionar todo lo aprendido en estos 13 años de andadura. Y ahí es cuando quisimos adaptar el estilo de nuestros vinos a lo que se está demandando. Modificamos la formas de elaboración y hemos conseguido un vino más delicado, más intenso y con una personalidad mucho más marcada».
La familia considera el suceso como un hecho providencial, pero hay una curiosidad que escapa a toda explicación racional. Pese a que en algunos puntos de la vieja bodega la temperatura alcanzó los 2.000 grados, el fuego no acabó con todo. «Sobre el armario eléctrico, donde fue a parar el rayo, estaba al día siguiente una figura de plástico de San Pancracio con el brazo en alto señalando hacia la cubierta. La figurita había estado dando vueltas por la bodega y salió indemne. Apareció al cabo de unos días».
Recuerdos muy presentes
Hoy, las nuevas oficinas de Martín Berdugo están cubiertas de recuerdos del día en que todo cambió: la mesa de reuniones está hecha con los restos de la viga de la cubierta calcinada. La figurita de San Pancracio descansa en una vitrina junto a unos billetes chamuscados y unas monedas a medio derretir: «Era un pequeño fondo que habíamos puesto para comprar lotería». Esos décimos nunca se llegaron a comprar, pero si atendemos el vaticinio del perito, la señal de San Pancracio apuntando al cielo y, sobre todo, la adecuada gestión de una crisis empresarial de primer orden es fácil entender que hoy Martín Berdugo sea una bodega mejor, más competitiva y una empresa mucho más fuerte.