El poder destructivo de la inflación
Hubo momentos en que la inflación en Argentina fue mucho más alta. En los quince años entre 1975 y 1990, la inflación anual promedio alcanzó la notable cifra del 300%; es decir, el nivel de precios se duplicaba en cuestión de meses. En 1989 los precios aumentaron a un ritmo anual explosivo, superior al 1000%, hasta que finalmente fue posible controlar la inflación.
Incluso fue prácticamente eliminada. Recuerdo mi visita a Argentina a mediados de los noventa, cuando casi no había inflación. En aquel tiempo, el peso argentino estaba atado al dólar estadounidense por la llamada «convertibilidad», y las transacciones cotidianas en las calles de Buenos Aires se hacían con cualquiera de las dos monedas por igual.
Pero el posterior derrumbe de la convertibilidad y la « pesificación » obligatoria de los contratos en dólares, a un factor de conversión distinto del tipo de cambio de mercado, provocaron un alza de la inflación. En 2003, la tasa anual había subido al 40%. Después cayó al 10% por algunos años, pero volvió a subir durante las presidencias de Néstor Kirchner y de su esposa y sucesora, Cristina Fernández de Kirchner, hasta un 25%. Finalmente volvió a saltar al 40% en 2016, impulsada por la eliminación de precios subsidiados distorsivos, que hasta entonces se venían usando para disfrazar la inflación real.
La alta inflación reciente y el recuerdo público de índices incluso mayores en el pasado han dañado seriamente la economía argentina.
Como la inflación elevada provoca una subida compensatoria de los tipos de interés del mercado, el Gobierno está pagando un interés cercano al 25% para endeudarse en pesos a corto plazo. Los inversores no están dispuestos a ofrecer crédito a largo plazo a tasa fija, porque un gran incremento de la inflación destruiría el valor de títulos de deuda y préstamos.
Las familias y las empresas son renuentes a financiar inversiones a largo plazo con préstamos a corto plazo o a tasa variable, porque un incremen-