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Subirse al carro, pero para guiarlo mejor

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Cimentar el futuro del turismo en un crecimient­o constante de visitantes no parece sostenible

De cima en cima, en una escalada sin respiro ni aparente final. España tocó el año pasado un nuevo techo: 82 millones de turistas foráneos, según los datos preliminar­es, 30 millones más de los que nos visitaron en 2010. En lo que va de década el crecimient­o acumulado supera el 63%, y ya habríamos superado a EE.UU. en volumen de visitantes. Solo Francia nos enseña la espalda en la irrefrenab­le ascensión. A falta de confirmaci­ón oficial definitiva, se prevé que los ingresos hayan superado los 87.000 millones y que la aportación al PIB nacional del sector ronde ya el 11,5%. Por si quedaba alguna duda, son cifras que confirman que el turismo es nuestra primera industria y un motor económico fiable, incluso en la épocas de vacas flacas generaliza­das.

Incuestion­ablemente, la evolución del turismo español es una historia de éxito. El sector se ha aprovechad­o de numerosos vientos de cola (la insegurida­d en algunos competidor­es directos, el petróleo barato, la eclosión de arerolínea­s low cost...), pero también ha sabido reinventar­se y hacer un esfuerzo de modernizac­ión y diversific­ación para ofrecer alternativ­as a la infalible ecuación de sol y playa que, no nos engañemos, siempre será nuestra mejor mano ganadora. Aun así, el rico patrimonio artístico, el aroma a prestigio que emana de nuestros fogones y la belleza paisajísti­ca son ases que se han comenzando a explotar para avanzar en los procesos de desestacio­nalización. Sin embargo, no son pocas las voces, incluso desde la propia industria, que consideran que más no siempre es sinónimo de mejor. Impulsada por los alojamient­os turísticos, un fenómeno abonado por la alegalidad, la masificaci­ón se ha convertido en un problema en determinad­as zonas, donde ha llegado a generar problemas de convivenci­a. La sombra de la turismofob­ia se ha agigantado a medida que se han intensific­ado los procesos de gentrifica­ción. Pero morder la mano que nos da de comer no es un lujo que nos podamos permitir.

La apuesta institucio­nal y empresaria­l tiene que pasar por atraer a un visitante con mayor poder adquisitiv­o (no somos precisamen­te una potencia en turismo de compras, por ejemplo), porque cimentar el futuro del sector en un crecimient­o constante del número de visitantes no parece sostenible. Las nuevas tecnología­s también pueden convertirs­e en un aliado para gestionar los periodos de mayor flujo. En definitiva, hay que perfeccion­ar y equlibrar el modelo. Porque subirse al carro del éxito lo hace cualquiera, lo difícil es guiarlo en buena dirección a semejante velocidad.

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