Un desequilibrio que amenaza el futuro
La desigualdad es un germen de frustación que puede alentar los populismos
Las sirenas han dejado de ulular. La economía global parece haber puesto tierra por medio con ese abismo hacia el que fue arrastrada por el colapso financiero y los años de excesos y desequilibrios. Las grandes potencias han recuperado el pulso en mayor o menor medida y el FMI, abonándose al optimismo generalizado, revisaba esta semana la previsión del crecimiento mundial hasta el 3,9% este año y el próximo. Las señales de reactivación parecen sólidas, pero las estadísticas, que no son más que una fotografía movida de un mundo en permanente mudanza, no son capaces de reflejar un nuevo germen de inestabilidad que se agiganta en el presente y amenaza el futuro: la desigualdad en el reparto de la riqueza, un germen de frustración y convulsiones que puede acabar alentando nuevos y reforzados populismos.
Curiosamente, ha sido el Foro Económico de Davos, el quién es quién anual de las élites empresariales y políticas globales, el que ha puesto cifras y voz a esa sensación generalizada de que la recuperación apenas se ha notado en muchos bolsillos. Ya el lema del evento, «Crear un futuro compartido en un mundo fracturado», es bastante explícito sobre los riesgos de perpetuar sociedades en las que se avanza a distintas velocidades. O en la que muchos siguen en punto muerto. Este Foro, nada sospechoso de albergar vocaciones antisistema, elabora cada año un Índice de Desarrollo Inclusivo (IDI) que, además del recurrente PIB, reúne otros indicadores para tratar de medir el estado de la salud económica de un país: esperanza de vida, ingresos medios de los hogares, desequilibros generacionales, ahorro... Distintas variables para intentar conseguir una imagen algo más nítida del momento. Y la instantánea no es bonita: mientras que las economías más avanzadas experimentaron un crecimiento del PIB del 5,3% entre 2012 y 2016, el índice de inclusión apenas mejoró un 0,01%. «Décadas de priorizar el crecimiento económico sobre la igualdad social han llevado a niveles históricos de desigualdad de riqueza e ingresos», recalcan los autores del informe, en el que España no sale bien parada: entre las 29 economías más avanzadas ocupa el puesto 26. El informe no ofrece muchas soluciones, pero al menos activa las alarmas. Y las sirenas deben hacerse oír entre el estruendo de la autocomplacencia. Como subrayaba Felipe VI en su primera intervención en Davos, «el crecimiento económico no solo debe llevar a luchar efectivamente contra el desempleo, sino también a reducir las diferencias económicas».