A veces más es lo menos conveniente
Acuentagotas y sin entrar en los detalles, como si de un juego de pistas de una yincana veraniega se tratase, el Gobierno ha ido desgranando algunas de las medidas tributarias que pretende implantar para financiar su abultada agenda social y apuntalar las pensiones. Aumentar la tributación del diésel, de las compañías tecnológicas, del impuesto de Sociedades para las grandes empresas, destopar la cotizaciones sociales y crear un impuesto a la banca son las medidas propuestas por el presidente de los 85 diputados, un rosario de propuestas fiscales que oscilan entre lo demagógico y lo contraproducente y olvidan que, en materia fiscal, a veces menos es más. Bajar los impuestos no su pone necesariamente una caída de la recaudación. Al disponer las familias y empresas de más dinero, se impulsa el consumo, se incentiva la inversión y se estimula el crecimiento. También se reducen la economía sumergida y se ataja el fraude. En definitiva, se genera más riqueza y los ingresos públicos aumentan.
No es que la fórmula sea especialmente compleja, pero requiere una visión a largo plazo que el Gobierno del presidente por accidente (político) no concibe. Necesita un pellizco tributario aquí y ahora para asfaltar y allanar el camino hacia las autonómicas de la próxima primavera. La ministra Mon- tero ya avisaba esta semana de que tramitará «lo antes posible» la subida fiscal a la gran empresa, las tecnológicas y los carburantes. Poco importa que el impacto en las cuentas de las compañías por el aumento del impuesto de Sociedades, ese que la patronal define como «medular», pueda tener un efecto directo en la creación de empleo o en los salarios. Hay que sumar. O que el incremento del precio del diésel ponga en peligro la actividad de miles de transportistas y autónomos. Necesitamos más. O que el impuesto a las tecnológicas pueda lastrar la capacidad de innovación, el pilar en el que se supone que debe asentarse un futuro económico sólido. Clic, clic, caja.
Para más adelante, el Gobierno se reserva la carta del impuesto a la banca, medida populista por excelencia, que muy probablemente, y como ya avisa el Banco de España, se traducirá en un incremento del coste del crédito y de las comisiones y en una reducción de la remuneración de los depósitos. La imprecisa maraña fiscal que perfila el Gobierno crea además una sensación de inseguridad jurídica que espanta a la inversión, tanto nacional como foránea. En definitiva, con el procedimiento por déficit excesivo de Bruselas aún abierto, vuelve la vieja receta de más gasto público y más impuestos. Muy pronto se ha olvidado que su regusto es más bien amargo.
«Aumentar la presión fiscal puede frenar la actividad»