Una lección aprendida a medias
Más dura fue la caída. El 15 de septiembre de 2008, el derrumbe del gigante Lehman Brothers se convirtió en el estruendoso detonante de una gran recesión económica que nadie quiso, pudo o se atrevió a anticipar, pese a que los indicios del mal eran más que visibles. El entonces presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, aún se atrevía a a asegurar días antes de la bancarrota del cuarto mayor banco de inversión de EE.UU. que el problema de las hipotecas tóxicas estaba bajo control y solo podía tener un efecto contagio limitado. Un alarde de complacencia que ejemplifica cómo la avaricia y la arrogancia dispusieron de barra libre en el selecto club de la ingeniería financieria. Bajo los escombros de Lehman quedaron sepultadas la confianza y cualquier sensación de seguridad. Una década después, las tareas de búsqueda siguen sin dar resultados.
Además de con un reforzado celo en la supervisión (mejorar no era dificil), las autoridades reaccionaron al gran estallido inundando los mercados de liquidez y rebajando a mínimos históricos el precio del dinero, una estrategia de urgencia que permitió recapitalizar las piezas aún aprovechables del sistema financiero y evitó un efecto dominó de consecuencias aún más terribles. Sin embargo, la medicina, administrada quizás durante demasiado tiempo, ha comenzado a mos- trar sus efectos secundarios y a evidenciar que no todas las lecciones aprendidas hace una década están bien asimiladas. Y entre los variados factores de desequilibrio, la deuda vuelve a ser la gran inquietud, el campo seco que podría comenzar a arder en cualquier momento. Los «manguerazos» de liquidez han favorecido el acceso al crédito barato, aunque ahora no son las familias sino determinadas empresas y las administraciones las que están engordando una bola que amenaza con devolver a Sísifo al punto de partida. En la última década, la deuda pública global ha pasado de representar el 58% del PIB a superar el 87%. Y el endeudamiento total se mueve en torno al 220% del PIB. No son números que auguren tranquilidad si los vientos del ciclo económico comienzan a cambiar.
Incertidumbres no faltan: la parálisis reformista y las renovadas alegrías con el gasto, el auge del populismo, los síntomas de calentamiento del mercado inmobiliario, el estancamiento de los emergentes, la guerra comercial, los efectos del ajuste de la política monetaria, la desaceleración china, el alza del petróleo, la sombra de una nueva burbuja en un eufórico Wall Street... Nada volvió a ser igual tras el gran estallido, pero diez años después aún hay demasiados parecidos razonables entre el antes y el ahora como para volver a caer en la tentación de negar las evidencias.
«La deuda pública es la gran amenaza de futuro»