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CON PERMISO

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ierto es que España no es Italia. Aún. Porque, ¡a Dios gracias!, hemos hecho los deberes. Bueno, los habíamos hecho... Cierto es también que Mariano Rajoy allá por 2012, poco después de aterrizar en el poder, y con un país hecho unos zorros tras el liderazgo del manirroto de José Luis Rodríguez Zapatero, se tuvo que aficionar a una política de austeridad más propia de gobiernos de derechas que de izquierdas, sí. Pero cierto es que o nos enganchába­mos a una política de contención de gastos al máximo y alza de impuestos, o moríamos, y no precisamen­te de éxito.

El caso es que nuestro país, hoy, no es un problema, de nuevo, para Europa. De momento. En la actualidad, lo es el país alpino. Nuestra situación económica dista bastante, de facto, del drama que se le puede venir encima al Gobierno italiano si osan seguir adelante con los planes de ataque frontal a las reglas europeas. Porque las medidas anunciadas el pasado jueves por el Gobierno de Movimiento 5 Estrellas (M5E) y la Liga Norte, en el poder desde junio, acabarán empobrecie­ndo al país y agravarán la situación de una deuda pública que ya se encuentra en niveles «explosivos» (y ojito que en esto de una deuda disparada España es experta, en la actualidad seguimos en niveles peligrosos, y si dejamos que el ideario socialista fluya...).

Y es que los líderes populistas del M5E y la Liga Norte, Luigi di Maio y Matteo Salvini, respectiva­mente, se han impuesto a la prudencia de su ministro de Finanzas, Giovanni Tria, y han cerrado un acuerdo presupuest­ario más que expansivo que incluye una subida de las pensiones y 10.000 millones para una renta básica, que dejará el déficit público del año que viene en el 2,4%, ocho décimas por encima del objetivo marcado por Bruselas. «Un día histórico, porque se ha cancelado la pobreza en Italia y se ha restituido el futuro a seis millones de italianos», celebró el propio Di Maio encantado de haberse conocido y «arrojando» dinero a la economía. Una estrategia económica de una inteligenc­ia paupérrima. Porque tirando de economía de manual, un aumento de la deuda –sobre todo, en épocas de pocos cohetes– supone siempre un empobrecim­iento, más si cabe si no se contempla un plan B disponible para

Csubsanar el problema creado inmediatam­ente después. De hecho, cada euro destinado a aumentar la deuda, supone un euro menos para carreteras, para escuelas, medicinas, hospitales... en definitiva, para «justicia social», como gusta decir nuestra ministra de Hacienda, María Jesús Montero.

Y en esas que nos damos de bruces con España, liderada por este Gobierno del gasto social, muy desvirtuad­o ya por las continuas rectificac­iones y algunas dimisiones sobrevenid­as por ese listón colocado en lo más alto de la honestidad del marketing, un absurdo autoimpues­to por el propio presiden- te Pedro Sánchez en sus tiempos de líder de la oposición. Porque se está perdiendo el gran objetivo que mueve la permanenci­a en el poder de un nuevo partido: gestionar los problemas de los ciudadanos. Pero desde la realidad. Esa que tiene que ver con los bolsillos, que no se consigue de otra manera que recuperand­o la confianza de los inversores internacio­nales que devolverán al carril los fundamento­s económicos básicos que tiran del crecimient­o y, consecuent­emente, del empleo. Ahorro, consumo, exportacio­nes, salarios... aquellos datos de actividad «tocados» que no «hundidos» si se pone remedio.

Y hete aquí la cuestión, porque las expectativ­as que crea una agenda social es totalmente incompatib­le con los aires que soplan hoy en la economía mundial. Sin los antaño vientos de cola, que tanto ayudaron años atrás a disipar la incertidum­bre, no se puede afrontar otra crisis en ciernes – Brexit, consecuenc­ias de la guerra comercial iniciada por Donald Trump, políticas monetarias cada vez más restrictiv­as, burbuja inmobiliar­ia a la vista...)– y menos aún con la anunciada política en España de corte italiano de arrojar dinero al problema. Con un equipo económico desapareci­do en combate, excepto Teresa Ribera, la ministra de Transición Ecológica, que compareció para anunciar cómo iba a solucionar una luz cada vez más y más cara (¡arroz pegao!).

Y es que los ciudadanos sí han empezado ya a anticipar esa desacelera­ción que todo el mundo ve –empresario­s, institucio­nes, economista­s...–, mientras el Gobierno sigue en sus trece. El gasto de las familias prácticame­nte se ha estancado en el segundo trimestre del ejercicio y la tasa de ahorro, tras caer a mínimos de la última década, comienza ya a repuntar, indicativo de que las familias empiezan a apretarse el cinturón. Urge pues que pongan toda la carne en el asador las titulares de la gestión de los dineros públicos. Menos bla bla y más hecho consumado. La ministra de Trabajo (¡que reconoce que no sabe nada de economía!); la de Hacienda, con sus ideas peregrinas que penalizan a los que crean empleo; y la encargada el próximo viernes de explicar a todos los españoles que el agotamient­o económico no es cierto, la ministra Nada Calviño (¡ups! perdón, Nadia, el subconscie­nte). «! Danger,danger, tenemos un problema!». A remar.

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