Unos lazos todavía a medio apretar
El gigantesco escenario de «Bienvenido Mr. Marshall» en el que se convirtieron esta semana las principales calles y arterias de Madrid al paso de la comitiva del presidente chino, Xi Jinping, es una instantánea reveladora de la creciente importancia que el gigante asiático ha cobrado en los últimos años para la economía española. La inversión china en nuestro país se ha disparado un 800% en el último lustro y los productos de su fábrica global se han convertido en una presencia cotidiana en la cesta de la compra. Pero el viaje de Estado, el primero en trece años, también subraya el interés estratégico que la potencia asiática tiene en España, a la que percibe como puente hacia Iberoamérica y África y un posible nexo en la no siempre fluida comunicación con la UE.
La oportunidad comercial que representa un mercado de más de 1.300 millones de personas, con una pujante clase media, es innegable, pero no hay que perder de vista que la relación comercial que se ha establecido hasta ahora entre los dos países no se desarrolla precisamente en condiciones de igualdad: el año pasado Pekín exportó a España por valor de 25.662 millones de euros y solo importó 6.257 millones, lo que se traduce en un déficit de la balanza comercial de más del 75%. La cifra se puede explicar en parte por la diferencia de tamaño de las dos econo- mías, pero no es el único factor. Puede que China haya enarbolado en los últimos años la bandera del libre comercio y haya dado enormes zancadas aperturistas, pero hacer negocios e invertir en la República Popular es una tarea que requiere tiempo, paciencia y dedicación. No solo por las evidentes diferencias culturales, también por un entorno normativo y burocrático cambiante, complejo e inclinado a la sobreprotección de las empresas locales. Aunque el clima empresarial ha mejorado notablemente en la útima década, la falta de transparencia, los episodios de corrupción y la laxitud con la protección de los derechos de propiedad intelectual siguen estando presentes.
Y es que una mochila de recelo acompaña siempre a los avances del gigante asiático. La vigorosa política comercial global del régimen de Pekín apenas esconde el objetivo de aumentar su capacidad de influencia global para expandir ese neocapitalismo estatalizado que tiene, entre otros variados hándicaps, el «pequeño» inconveniente de obviar algunos derechos fundamentales y las reglas democráticas. Un empeño alimentado por el caricaturesco nacionalismo autárquico de Donald Trump. Sería absurdo dar un portazo a la segunda potencia económica global, pero los lazos económicos nunca podrán ser sólidos si no se acompañan de un verdadero compromiso con la libertad.
Una relación económica nunca podrá ser sólida sin libertad