EL AISLACIONISMO DE TRUMP Y LOS DESEQUILIBRIOS GLOBALES
«Atacar y deslegitimar a las instituciones multilaterales sin contar con alternativas claras es un error que puede resultar caro»
Uno de los fenómenos que se señalan habitualmente entre las causas o agravantes de la crisis económica y financiera internacional son los desequilibrios globales. En la década anterior al comienzo de la gran recesión mundial, varios países fueron elevando de manera continuada sus desequilibrios exteriores. Así, mientras algunas economías como la estadounidense, la española y algunas otras europeas encadenaban déficits por cuenta corriente muy elevados y crecientes, otras pocas, como China, Alemania y las grandes exportadoras de petróleo generaban enormes superávits cada vez mayores. En la medida en que las primeras precisaban de financiación, las segundas ahorraban y acudían a prestar a las primeras.
La crisis financiera supuso el cierre casi completo de los flujos de financiación que conectaban a ambos tipos de economías, poniendo en serios aprietos sobre todo a las economías deficitarias, cuyo gasto dependía de los fondos financieros procedentes del exterior. Fue, por ejemplo, el caso de España, obligada a un fuerte ajuste a la baja en su demanda interna. Fue también un claro ejemplo de lo dolorosa que puede resultar la corrección del saldo exterior de la economía.
La situación parece haberse reconducido y las magnitudes de los desequilibrios globales son hoy notablemente menores que en 2008. Hace diez años, los desajustes exteriores equivalían al 2,5% del PIB mundial; ahora están en el entorno del 1,5%. Aunque esta mejoría es innegable, debemos ser cautos porque hay riesgos que amenazan su evolución futura.
Resulta paradójico que uno de los mayores motivos de preocupación provenga de la política económica estadounidense. Paradójico porque la Administración Trump ha hecho de la reducción del déficit exterior estadounidense uno de los pilares de su programa económico. En la medida en que se lograra ese objetivo, se estaría ayudando a absorber el desequilibrio global, más allá de que esto último no sea una meta explícita de la política estadounidense.
Sin embargo, no parece que las medidas adoptadas conduzcan al restablecimiento de un mayor equilibrio global. Por un lado, es más que probable que la política fiscal fuertemente expansiva del gigante norteamericano, con reducción de impuestos e incremento de gasto público agrave el déficit exterior estadounidense al impulsar la demanda interna más allá de la capacidad productiva del país.
De otra parte, el proteccionismo impulsado por el presidente Trump tam- poco se antoja como la línea de acción más recomendable para lidiar con las dificultades asociadas a los desequilibrios globales. Podría contribuir a reducir el déficit exterior de Estados Unidos, es cierto. Pero en cualquier caso lo haría con graves efectos negativos. Sin entrar en las consecuencias que los aranceles estadounidenses y las represalias del resto del mundo puedan tener sobre el crecimiento, hemos de preocuparnos por la deriva aislacionista adoptada por la administración Trump.
Los ataques del volcánico presidente estadounidense hacia las instituciones multilaterales sobre las que han descansado durante décadas las relaciones internacionales en materias comercial, financiera, económica e incluso política, añaden incertidumbre a un escenario con nubarrones en el horizonte. Y en los mercados financieros la incertidumbre significa peligro. Peligro de que se desencadenen movimientos de capitales desestabilizadores para economías necesitadas de financiación. Peligro de que la liquidez creada por los principales bancos centrales durante los últimos años añada volumen y velocidad a esos movimientos. Peligro de que variaciones bruscas en los precios de los activos financieros y en los tipos de cambio alteren de forma sustancial las posiciones deudoras y acreedoras de diversas economías. Peligro de que la inestabilidad anime a la adopción de políticas unilaterales, faltas de coordinación internacional, que tensionen aún más la situación.
En resumen, como en tantos otros frentes, en el de los desequilibrios globales aún encontramos rescoldos de la gran crisis internacional. Hemos de evitar que se reaviven y para ello precisamos de cooperación internacional y coordinación de las políticas económicas. Las instituciones multilaterales seguramente necesiten ser reformadas para facilitar esa labor. Pero atacarlas y deslegitimarlas sin contar con alternativas claras es un error que puede resultar muy caro.