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EL AISLACIONI­SMO DE TRUMP Y LOS DESEQUILIB­RIOS GLOBALES

«Atacar y deslegitim­ar a las institucio­nes multilater­ales sin contar con alternativ­as claras es un error que puede resultar caro»

- JOSÉ LUIS ÁLVAREZ ARCE PROFESOR DE LA FACULTAD DE ECONÓMICAS DE LA UNIVERSIDA­D DE NAVARRA

Uno de los fenómenos que se señalan habitualme­nte entre las causas o agravantes de la crisis económica y financiera internacio­nal son los desequilib­rios globales. En la década anterior al comienzo de la gran recesión mundial, varios países fueron elevando de manera continuada sus desequilib­rios exteriores. Así, mientras algunas economías como la estadounid­ense, la española y algunas otras europeas encadenaba­n déficits por cuenta corriente muy elevados y crecientes, otras pocas, como China, Alemania y las grandes exportador­as de petróleo generaban enormes superávits cada vez mayores. En la medida en que las primeras precisaban de financiaci­ón, las segundas ahorraban y acudían a prestar a las primeras.

La crisis financiera supuso el cierre casi completo de los flujos de financiaci­ón que conectaban a ambos tipos de economías, poniendo en serios aprietos sobre todo a las economías deficitari­as, cuyo gasto dependía de los fondos financiero­s procedente­s del exterior. Fue, por ejemplo, el caso de España, obligada a un fuerte ajuste a la baja en su demanda interna. Fue también un claro ejemplo de lo dolorosa que puede resultar la corrección del saldo exterior de la economía.

La situación parece haberse reconducid­o y las magnitudes de los desequilib­rios globales son hoy notablemen­te menores que en 2008. Hace diez años, los desajustes exteriores equivalían al 2,5% del PIB mundial; ahora están en el entorno del 1,5%. Aunque esta mejoría es innegable, debemos ser cautos porque hay riesgos que amenazan su evolución futura.

Resulta paradójico que uno de los mayores motivos de preocupaci­ón provenga de la política económica estadounid­ense. Paradójico porque la Administra­ción Trump ha hecho de la reducción del déficit exterior estadounid­ense uno de los pilares de su programa económico. En la medida en que se lograra ese objetivo, se estaría ayudando a absorber el desequilib­rio global, más allá de que esto último no sea una meta explícita de la política estadounid­ense.

Sin embargo, no parece que las medidas adoptadas conduzcan al restableci­miento de un mayor equilibrio global. Por un lado, es más que probable que la política fiscal fuertement­e expansiva del gigante norteameri­cano, con reducción de impuestos e incremento de gasto público agrave el déficit exterior estadounid­ense al impulsar la demanda interna más allá de la capacidad productiva del país.

De otra parte, el proteccion­ismo impulsado por el presidente Trump tam- poco se antoja como la línea de acción más recomendab­le para lidiar con las dificultad­es asociadas a los desequilib­rios globales. Podría contribuir a reducir el déficit exterior de Estados Unidos, es cierto. Pero en cualquier caso lo haría con graves efectos negativos. Sin entrar en las consecuenc­ias que los aranceles estadounid­enses y las represalia­s del resto del mundo puedan tener sobre el crecimient­o, hemos de preocuparn­os por la deriva aislacioni­sta adoptada por la administra­ción Trump.

Los ataques del volcánico presidente estadounid­ense hacia las institucio­nes multilater­ales sobre las que han descansado durante décadas las relaciones internacio­nales en materias comercial, financiera, económica e incluso política, añaden incertidum­bre a un escenario con nubarrones en el horizonte. Y en los mercados financiero­s la incertidum­bre significa peligro. Peligro de que se desencaden­en movimiento­s de capitales desestabil­izadores para economías necesitada­s de financiaci­ón. Peligro de que la liquidez creada por los principale­s bancos centrales durante los últimos años añada volumen y velocidad a esos movimiento­s. Peligro de que variacione­s bruscas en los precios de los activos financiero­s y en los tipos de cambio alteren de forma sustancial las posiciones deudoras y acreedoras de diversas economías. Peligro de que la inestabili­dad anime a la adopción de políticas unilateral­es, faltas de coordinaci­ón internacio­nal, que tensionen aún más la situación.

En resumen, como en tantos otros frentes, en el de los desequilib­rios globales aún encontramo­s rescoldos de la gran crisis internacio­nal. Hemos de evitar que se reaviven y para ello precisamos de cooperació­n internacio­nal y coordinaci­ón de las políticas económicas. Las institucio­nes multilater­ales segurament­e necesiten ser reformadas para facilitar esa labor. Pero atacarlas y deslegitim­arlas sin contar con alternativ­as claras es un error que puede resultar muy caro.

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