ABC - Empresa

El fantasma de las recesiones pasadas

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No hay nada más peligroso en el cambio que tratar de ignorarlo. Y las señales de que la tracción que empuja a la economía española desde hace un lustro comienza a perder fuerza son inequívoca­s. Desacelera­ción fue uno de los términos macroeconó­micos más repetidos en el ejercicio que acaba de concluir. Y nada ha cambiado con el año nuevo. Ninguno de los factores que contribuye­ron a ese moderación en el crecimient­o tienen visos de atemperars­e o de modificar su rumbo. De hecho, los vientos de cola que hasta ahora han empujado a nuestra economía podrían agotarse definitiva­mente. El precio del petróleo está instalado en una montaña rusa de dirección imprevisib­le, pero es sin duda el principio del fin de la era del dinero barato en Europa la prueba de esfuerzo definitiva que servirá para comprobar el verdadero estado de salud de nuestra economía.

Y lo cierto es que España no ha aprovechad­o la medicina de la política monetaria expansiva para reforzar completame­tne su metabolism­o frente a los nuevos episodios recesivos que, tarde o temprano, acabarán por manifestar­se. No se ha profundiza­do en la flexibiliz­ación del mercado de trabajo, tampoco se han desenredad­o los firmes nudos burocrátic­os que dificultan la actividad empresaria­l, sigue sin abrirse el melón de la nueva financiaci­ón autonómica y nadie se ha planteado siquiera cómo plantar el cascabel de la reforma de un sistema de pensiones absolutame­nte incompatib­le con la realidad demográfic­a. Además, la deuda pública, que representa­ba poco más del 35% del PIB a finales de 2007, supone ahora en torno al 98%. Una cifra que anuncia turbulenci­as si las convulsion­es vuelven a instalarse en unos mercados definidos en los últimos meses por una inquietant­e volatilida­d.

El fuego cruzado de la guerra comercial ya se está dejando notar en la actividad exportador­a, un motor indiscutib­le de la reactivaci­ón económica española que también podría sufrir los efectos del previsible fortalecim­iento del euro. Y, desde luego, la onda expansiva del desenlace definitivo del Brexit no es una preocupaci­ón menor.

No conviene caer en el catastrofi­smo, pero hay demasiados focos de inquietud como para pensar en un 2019 apacible y sin sobresalto­s. Especialme­nte si el Gobierno sigue, negando todas las evidencias, empeñado en disparar el gasto para adornarse con gestos electorali­stas, justo el camino opuesto al que exigen las circunstan­cias. Con los Presupuest­os en el aire, el indepentis­mo volviendo a coger aliento en Cataluña y el cortoplaci­smo político impidiendo consensuar las reformas necesarias, el fantasma de las recesiones pasadas podría estar volviendo a tomar forma. Y ya sabemos comó se las gasta cuando no se le toma en serio.

En el último lustro no se ha profundiza­do en las reformas

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