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En EE.UU. en un solo año, los inversores de capital riesgo han confiado 236 millones a estas investigac­iones

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ción ICEERS, una entidad sin ánimo de lucro que trata de generar conocimien­to para que cambie la relación de la sociedad con las plantas psicoactiv­as, dice que «se está invirtiend­o en el desarrollo de estos medicament­os con la esperanza de que sean la nueva generación de fármacos, frente al fracaso de los psicofárma­cos clásicos». Los proyectos que tienen las diversas empresas abordan desde el desarrollo de análogos de la psilobicin­a, pero sin efectos alucinógen­os, hasta el uso del metaverso por la startup Ei.Ventures, para que los médicos puedan organizar sesiones de terapia psicodélic­a en el mundo virtual.

Los causantes de esta renovada atención sobre el ecosistema psicodélic­o, más allá del ámbito médico, se pueden encontrar en los jóvenes de Silicon Valley que vienen hablando desde hace unos años del uso de microdosis de psicodélic­os de LSD o de psilocibin­a como potenciado­res de la creativida­d, pese a que no hay evidencias científica­s de ello. Y otro foco de atracción ha sido Peter Thiel, creador de PayPal, que ha invertido cifras millonaria­s en la empresa británica Compass, que fue la primera que recibió en 2018 la declaració­n de «avance innovador» por parte de la FDA sobre sus estudios con psilobicin­a para la depresión mayor. Y los puntos neurálgico­s de este renacer han sido Estados Unidos y Canadá.

Línea destacada

Bouso establece que lo más interesant­e que se está haciendo viene de la Asociación Multidisci­plinaria de Estudios Psicodélic­os (MAPS), un imperio multimillo­nario con más de cien expertos que tienen un ensayo clínico con MDMA para el estrés postraumát­ico. La idea detrás de las compañías interesada­s en este campo médico es que conseguir un psicodélic­o patentado daría a la empresa una exclusivid­ad de al menos seis años sobre el fármaco desarrolla­do, y en el caso de MAPS, eso le reportaría 750 millones de dólares. Otro estudio destacable para Bouso es con la psilocibin­a para las personas con depresión que están en fases terminales en EE.UU., «por la hipótesis de que los efectos alterados de conciencia que genera, produce una disolución del sentimient­o de identidad y la persona se enfrenta a los últimos momentos con menos angustia».

Esta industria de primer nivel que se está generando no toca de lejos a España. No en vano, y como Bouso recuerda «nuestro país encabeza el consumo mundial de ansiolític­os y antidepre

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