El urbanismo y la integración frente a las bandas
«La condición esencial que ha de impregnar cualquier proceso que se pretenda integrador ha de ser el intercambio y la mezcla»
l debate de estos días respecto al problema de las bandas latinas en la ciudad de Madrid parece centrarse en la actuación policial, por supuesto necesaria, frente a las prácticas delictivas de sus componentes. La solución policial es adecuada y oportuna como instrumento para frenar una escalada que comienza a preocupar, muy especialmente a la comunidad educativa. Con todo no debe ser la única solución y por eso traigo a esta Ciudad Abierta la extraordinaria relevancia que el urbanismo adquiere para que se produzca una efectiva integración de la población migrante y de la que, en términos generales, consideramos como población marginal en el fenómeno urbano. Nótese cómo muchos de los componentes de esas bandas comienzan a tener una procedencia étnica diferente a la considerada puramente latina, extendiéndose a jóvenes españoles habitantes de las zonas más marginales de la ciudad.
Ello demuestra que no estamos ante un problema exclusivamente relacionado con la inmigración y separa inevitablemente el debate hoy del que era en la segunda mitad del pasado siglo y en el comienzo del XXI. Ya no se trata tanto de la regulación de la corriente inmigratoria, cuanto de operar una integración efectiva de la población desde el urbanismo. Cierto que en las dos primeras décadas de este siglo hubo una ausencia casi total de criterios y mecanismos de control de inmigración en España, a diferencia de lo sucedido con la emigración española hacia Europa en el siglo XX. Pero a estas alturas entiendo que resulta poco práctico discutir sobre lo que pudo o debió haber sido y no fue.
Hoy existen pocas dudas del papel de signo integrador
Eque puede y debe jugar el urbanismo respecto a los habitantes de nuestras ciudades y también de nuestros pueblos, pues son estos grandes receptores y emisores de migrantes y de estratos de población en riesgo de exclusión. Siempre defiendo que el urbanismo es una disciplina con un fundamento caracterizador eminentemente social. De ahí la importancia del urbanista y de su ejercicio e intervención en la configuración y consolidación de una estructura social eficiente.
La condición esencial que ha de impregnar cualquier proceso que se pretenda integrador ha de ser el intercambio y la mezcla. Sentadas las bases del fenómeno urbano, esto es, cubiertas las necesidades de vivienda, transporte y movilidad, asistenciales, educativas, el urbanismo ha de procurar que se operen el intercambio y la mezcla como condición para la construcción de comunidad y para un funcionamiento eficaz de los subsistemas urbanos. El urbanista deberá aportar los elementos técnicos para hacer posible la integración, sin descartar, como es lógico, actuaciones que no le corresponden como la educación u otras. En este sentido y como profesional con un conocimiento global de la ciudad, habrá de entender que en muchas ocasiones la falta de integración o la exclusión son autoimpuestas por determinados grupos poblacionales. Me refiero ahora a confesiones religiosas para las que la integración no se contemple como oportunidad sino más bien como amenaza, en cuyo caso la integración habrá de procurarse más desde la convivencia y aquella educación. Pero esto no es problema cuando hablamos de bandas latinas, en las que el idioma y la mayor identidad cultural con la ciudad de destino apartan tales consideraciones.
Hacer ciudad desde la mezcla se demuestra como el primer elemento sanador para el urbanista. No me refiero solo a la mezcla de ciudadanos, sino a la mezcla de usos urbanísticos. Ofrecer a esos grupos de jóvenes usos deportivos, espacios públicos abiertos, zonas comerciales, alternativas residenciales, bibliotecas, exposiciones.
Aunque lo anterior pudiera parecer un lujo para estos jóvenes, o que ya disfrutan en sus barrios de destino de mejores condiciones de vida que en sus lugares de origen, lo que efectivamente sucede, esa mixtificación actuará como bálsamo urbano. Ello porque entiendo que su sensación de marginalidad, incluso de exclusión, la mayoría de las veces viene derivada no tanto de aquellas condiciones, evidentemente mejoradas, sino del sentirse oprimidos y socialmente apartados por una ciudad que no quiere acogerles. Y pelear contra sensaciones o sentimientos resulta complicado solo desde la educación. Integrarles de hecho en el sistema urbano puede resultar mucho más efectivo. Superados lo errores del urbanismo pretérito, que agrupaba en barrios separados de la ciudad, en guetos urbanos, a estos nuevos pobladores, habrá de procurarse la mezcla, no solo de las personas, también de los usos, haciendo posible un intercambio real y, en definitiva, la integración de los jóvenes en el sistema urbano. Esto si somos capaces, claro, de acometer, como siempre pido, la necesaria renovación de nuestro sistema urbanístico.