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Devoción de Sevilla

- FRANCISCO ROBLES

Por debajo del oro y del tisú, de los filamentos del manto camaronero que enredan la mirada en el manto de la melancolía que se aleja. Por debajo de la corona que no consigue brillar tanto como ese perfil de Muchacha que se ha quedado, como dice su poeta de cámara y camarín, en los diecinueve años. Por debajo de las sayas bordadas que reflejan la asimetría de ese rostro conde se resumen el dolor y la belleza, la sonrisa y el apunte del espanto. Por debajo de la gloria del techo de su palio, incandesce­nte como un atardecer eterno y apretado por el que no pasa el tiempo. Por debajo de la riqueza que la rodea para que se haga evidente que Ella es lo único importante que se alza sobre la plata de la pena y se oculta, tímida, entre la docena de varales que acaban de repujarle en la orfebrería de la mañana.

No busquéis su devoción entre el temblor de las mariquilla­s que sustituyen al puñal que nadie pudo clavar en su pecho. ¿Qué vestidor podría cometer un crimen semejante? No la busquéis en ese esplendor bordado y cincelado, porque no la vais a encontrar. Como los apóstoles no pudieron encontrar a su Hijo entre los muertos. Exactament­e igual. Si alguien quiere saber dónde se asienta la devoción a la Macarena, que traspase su rostro con la mirada. Que se atreva a ir al otro lado de su perfil. Que se hunda en esos ojos levemente ateridos por la espina del dolor. Que se enfrente con su propia debilidad de hombre, con esa frase terrible que Heidegger que nos clavó con la dureza del existencia­lismo: cada uno de nosotros es un ser para la muerte.

Entonces comprender­ás que su secreto está impreso en ese nombre que no es el de su barrio. En ese nombre que le endulza la pena que recorre el escalofrío de su vientre. En ese nombre que se repite a cada momento en la soledad que sufre quien no tiene más clavo al que agarrarse que la sombra repetida del espejo. En ese nombre que invocan, como en una letanía apagada por la verdad del silencio, los que la esperan en la habitación de un hospital, en la celda de una prisión, en esos lugares donde el gozo parece una madrugada lejana e imposible. Ahí está la raíz. Ahí está la gran contradicc­ión que llevamos dentro, en lo más profundo del alma. No estamos hechos para la muerte, y eso lo sabe perfectame­nte —más que saberlo, lo siente— cualquier macareno de nación, de vocación, de adopción o de devoción. Nos parieron con dolor para vivir con esa palabra clavada en los labios y en los ojos. Estamos hechos para invocar ese nombre donde radica la devoción que Sevilla le regaló al mundo: la Esperanza.

 ?? J. M. SERRANO ?? Las «mariquilla­s» de Joselito, símbolo macareno, junto a la medalla de la ciudad
J. M. SERRANO Las «mariquilla­s» de Joselito, símbolo macareno, junto a la medalla de la ciudad

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