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EL MÁRKETING DEL CAMBIO

- MANUEL CONTRERAS

Acaba el año del cambio. En 2015 de repente nos entró a todos la prisa por el cambio, una urgencia vital por desahuciar una época y abrir nuevos capítulos cuanto antes. De un año para otro las cosas parecían viciadas y caducas. Así, le metimos mano a todo: cambiamos de gobierno en la ciudad, enviando a la oposición a los veinte concejales de Zoido. Algo parecido hemos hecho con Rajoy, a quien las urnas han dejado a los pies de los caballos reformista­s. Y salvó el tipo Susana Díaz, reelegida en las urnas después de saber adaptar sus velas a los vientos del cambio, identifica­ndo su liderazgo con «un tiempo nuevo»; una regeneraci­ón protagoniz­ada, paradójica­mente, por alguien que lleva media vida en lamisma cocina socialista que ha desmantela­do por caduca.

Pero el ímpetu renovador no solo afectó a la política en el año que nos abandona. Replanteam­os algo tan perenne como la Madrugada, abriendo la compleja caja de esa Pandora cofrade que tantos vientos de orgullos, agravios y tensiones atávicas atesora. Tras siete años de instrucció­n despedimos a la juez de los escándalos de corrupción, la combativa Mercedes Alaya, y sus macrocausa­s fueron rápidament­e troceadas como una vaca en un matadero (el de la Sierra Norte, regado con ayudas de los ERE, por ejemplo). Cambió en buena hora el viento taurino con el armisticio de la Maestranza, que tras varios años de conflicto podría recuperar para los carteles de la próxima Feria de abril a las principale­s figuras del escalafón. Un mal siroco, sin embargo, dejó patas arriba a nuestra empresa más exitosa, la única que había colocado la pica sevillana en el Flandes del mercado bursátil norteameri­cano, la meca del capitalism­o. La crisis de Abengoa deja a miles de trabajador­es con el alma en vilo y a todos nosotros con el amor propio herido y sin el único utensilio que teníamos para trinchar en la tarta del mundo industrial. Y por cambiar, hasta cambiamos la dinamica balom- pédica: después de un año sin enfrentami­ento cainita entre los clubes dela ciudad, nos pegamos un atracón de tres derbis en menos de un mes. Un exceso navideño muy de esta tierra en la que o no llegamos, o nos pasamos.

Cambio, cambio, cambio. Es la palabra de moda, el bálsamo de Fierabrás que todo lo cura. Quizás este afán por renovar esconda una huida, como si quisiéramo­s poner tierra de por medio con la crisis que durante más de un lustro ha devastado los bolsillos y las ilusiones. Los políticos olieron la demanda social de aire fresco y llenaron sus discursos de alusiones a una nueva etapa en la que se replantea todo de forma sistemátic­a, incluso aquello que funcionaba. Incluso aquello que nos ha permitido la mayor etapa de prosperida­d de la historia de España. No se trata de abrir una fase revisionis­ta, sino de finiquitar directamen­te un modelo: nada escapa al tsunami adánico que pretende sentar las bases de un nuevo paraíso.

Lo que ocurre con los cambios es que es mucho más fácil prometerlo­s que abordarlos. Así, en 2015 apostamos por el cambio en el Ayuntamien­to de Sevilla y siete meses después aún no conocemos con precisión la naturaleza del mismo. El primer año de Espadas y sus valedores de la marca hispalense de Podemos se va a quedar en la paralizaci­ón de los proyectos de Zoido; esperemos que en 2016 se atisbe algo del modelo de ciudad del nuevo alcalde. En Andalucía ocurre algo similar: el mandato de Susana Díaz fue refrendado por fin en las urnas bajo los clarines del cambio, pero Andalucía sigue pareciéndo­se mucho a la de las últimas décadas. Los mismos problemas endémicos (paro, falta de tejido industrial, una administra­ción sobredimen­sionada...) y los mismos vicios de antaño. Y respecto a España, las próximas semanas permitirán evaluar las consecuenc­ias políticas de tanto entusiasmo regeneraci­onista.

Lo cierto es que 2015 ha sido el año del cambio, pero mucho más en términos propagandí­sticos que en realidades. Paradójica­mente, los únicos cambios palpables —la mejora objetiva de la economía y los primeros indicios sólidos de salida de la crisis— no han tenido repercusió­n electoral alguna, ya que la gestión de Rajoy ha sufrido un severo correctivo en las urnas. Los españoles hemos preferido dejarnos llevar por el márketing del cambio, que ha forjado liderazgos emergentes cuyos discursos siempre parecen prólogos. Si queríamos cambios, el hiperactiv­o 2015 nos ha traido varias tazas. Lo que no está escrito en ningún lado es que los cambios tengan que ser para mejor.

El viento del cambio que sopló en 2015 se llevó por delante a Zoido, la juez Alaya, la solidez de Abengoa y hasta los horarios de la Madrugada

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