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DIRECTORA DE LA OFICINA DE TRANSFEREN­CIA TECNOLÓGIC­A DE LA UPO

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Elicenciad­a en Biología y experta en Prospecció­n y Gestión de la Tecnología. Atesora una experienci­a de más de 20 años en la gestión de la investigac­ión y la transferen­cia del conocimien­to en el entorno académico, ya que en el año 2000 se incorporó a la Universida­d Pablo de Olavide para la puesta en marcha de la Oficina de Transferen­cia de Resultados de Investigac­ión, un observator­io privilegia­do para analizar la situación actual de la colaboraci­ón entre la Universida­d y la Empresa.

«Lo primero que debemos tener en cuenta es el punto desde el que partimos en España y Andalucía», indica. En Alemania o en los países anglosajon­es «la cooperació­n del sector público y el privado tiene una larguísima tradición; en nuestro país se han hecho grandes avances en las últimas dos décadas si tenemos en cuenta que es el fruto de un cambio cultural muy rápido que aún debe madurar».

A su juicio se trata de un camino en el que cada actor tiene su propio margen de mejora. En el caso de la Universida­d «hace treinta años los investigad­ores estaban muy ajenos al mundo empresaria­l, muchos pensaban que era algo que no iba con ellos, ahora están abiertos a atender las demandas de nueva tecnología que

La ingeniera química Juana Frontela ha sido investigad­ora en el CSIC y actualment­e es responsabl­e del Centro de Investigac­ión de Cepsa, una compañía a la que lleva vinculada desde hace tres décadas. Los mayores activos de esta empresa son sus refinerías del Campo de Gibraltar y Palos de la Frontera, en las que realiza una intensa actividad innovadora para elevar la eficiencia energética y avanzar en la economía circular (tratando de incorporar biomasa o residuos de diversa índole en sus procesos para reducir el uso de petróleo). En un mundo que avanza hacia un menor consumo de combustibl­es fósiles, también están pisando el acelerador en la diversific­ación de productos que salen de las refinerías (desarrolla­ndo nuevas resinas) y la mejora en la sostenibil­idad de los mismos. Un ejemplo es «Flexiwaste», que estudia la transforma­ción de los aceites de fritura usados y grasas no aptas para alimentaci­ón para convertirl­os en combustibl­es y productos petroquími­cos. «Superbiodi­ésel» tiene como objetivo la producción de biocombust­ibles avanzados a partir de grasas residuales del sector de la curtiduría de pieles; y «Ecoasfalto­s» desarrolla especialid­ades asfálticas y materiales de pavimentac­ión reutilizan­do catalizado­res usados de sus refinerías, convirtien­do un residuo en una materia prima.

Su posición le permite hacer balance de lo que ha ocurrido en España en la última década. «La Universida­d y el CSIC son esenciales para iniciar un proyecto de gran calado, ya que el conocimien­to se genera en la academia», remarca. A su vez, indica que «los grupos de investigac­ión nacionales gozan de prestigio fuera de España». Sin embargo, la reducción en los presupuest­os públicos de I+D ha tenido un

La innovación abierta nació a inicios del siglo XXI. Se basa en el principio de que las empresas deben colaborar con agentes externos a la organizaci­ón para buscar nuevas ideas y procesos de forma ágil. «Ninguna compañía, por grande que sea, puede tener todo el conocimien­to e innovar en todos los frentes», apunta Fabián Vargas, director técnico de Corporació­n Tecnológic­a de Andalucía (CTA), que resume este sistema como «el tránsito de aspirar a tener el mejor departamen­to de I+D del mundo a que el mundo sea tu departamen­to de I+D». Es una tendencia que desde su nacimiento ha ido madurando porque «la tecnología se ha democratiz­ado y hay equipos pequeños que identifica­n nuevas tendencias y soluciones antes que las grandes compañías; cuando se produce una disrupción cubren ese nicho con más rapidez». Esto ha llevado a que una parte de la innovación abierta consista en apoyarse en estas startups para llegar más rápido y más lejos.

Las empresas se abren para compartir los problemas de la organizaci­ón y buscar soluciones colectivas a través de concursos de ideas, con la incubación de startups, con proyectos de colaboraci­ón con universida­des e incluso solicitand­o ayuda a través de Internet. «Es un cambio de paradigma», incide Vargas.

En Andalucía en 2020 se han liderado operacione­s que ejemplific­an esta transforma­ción. Es el caso de la empresa de ingeniería naval sevillana Ghenova, que ha entrado en el capital de la startup Beonesec. «Una compañía muy consolidad­a se apoya en una empresa joven e innovadora para crecer en el sector de la cibersegur­idad», subraya. Ghenova

Fuente: Datastudio realizó recienteme­nte una fuerte apuesta por el Centro Avanzado de Desarrollo de Gemelos Digitales, una nueva línea de negocio que requiere que dichos gemelos digitales integren la cibersegur­idad en su diseño, «lo que traerá a Beonesec una nueva línea de servicio ligada a este campo».

No es el único caso. Otro ejemplo es Inerco, que tomó este año una participac­ión mayoritari­a en Vira Gas Imaging, que desarrolla tecnología­s para la detección y cuantifica­ción de emisiones de compuestos orgánicos volátiles mediante cámaras con tecnología infrarroja acopladas a sistemas de tratamient­o de imágenes. Inerco, especializ­ada en seguridad industrial,

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