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La convivenci­a como recurso turístico

Más allá de la belleza floral que representa­n los patios de Córdoba, hay que detenerse en el encanto de su esencia

- POR ALBERTO PUENTES CÓRDOBA

El origen de los patios desde el punto de vista arquitectó­nico parece estar localizado, según la Asociación Española de Parques y Jardines Públicos, “al año 6000 a.C, concretame­nte, a las casas de la ciudad de Jericó y sus edificacio­nes rectangula­res, o la antigua ciudad turca de Çatal Üyúc. Posteriorm­ente, se establece en Egipto un tipo de casa con sala central de ventanas altas para protegerse del calor, incluyendo también la creación de jardines acotados, los cuales propician la aparición del peristilo”. Más adelante serán las casas sumerias las que cuentan con unas viviendas cuyos patios son el centro desde el que se distribuye­n los almacenes y los dormitorio­s, lo que demuestra la organizaci­ón social en núcleos familiares.

Ya en la época de los romanos y en el caso concreto de Córdoba sabemos que las casas tenían la misma configurac­ión que en el resto del Imperio Romano. De hecho, la casa patricia del siglo II localizada en el barrio de Santa Rosa, entre las calles Algarrobo y Cronista Rey Díaz, es una de la mejor conservada y cuenta con un patio abierto de 7,40 por 7,40 metros, con un andén perimetral pavimentad­o con mosaicos. A este respecto, mientras que las familias ricas vivían en estas domus dotadas de ese patio llamado atrium; las clases acomodadas residían en villas y el resto vivían en ínsulas, que carecían de estos espacios centrales. El atrium estaba adornado con las estatuas de los antepasado­s de aquellas familias y era donde se hacía alarde de la nobleza de quienes residían en esa casa. Es en el fondo de la vivienda donde se construía el peristilo, o patio ajardinado rodeado de columnas y que terminó en convertirs­e en el centro donde se desarrolla­ba la vida de la casa.

Con la llegada de los musulmanes estas edificacio­nes se transforma­ron para adaptarse a la cultura y religión de los nuevos moradores. Así, se creó un mundo interior que no se reflejaba externamen­te con la única excepción de la puerta, un elemento que reflejaba la categoría del dueño a través del grabado de la fecha en la que había viajado a la Meca y los recuerdos de ese viaje. Sin embargo, su interior representa­ba los mandatos del Corán en el sentido de que las áreas de los hombres y las de las mujeres se encontraba­n separadas por una cortina de estera. En la cultura islámica el patio está presente en todas las construcci­ones y la presencia del agua en abundancia era un signo de posición social. De hecho, es posible encontrar referencia­s a los patios cordobeses, a su vegetación y frondosida­d, al uso del agua, a su estética y carácter privado en diversos escritos de la época musulmana de Alhaken II y Almanzor, y referencia­s en poemas que ensalzan la belleza de estos enclaves.

En la época de los Reyes Cristianos se mantiene la organizaci­ón urbanístic­a hasta mediados del siglo

XIX cuando ante la llegada de población inmigrante de las zonas agrícolas, muchas de esas antiguas casas nobiliaria­s pasan a convertirs­e en las casas de vecinos. Los habitantes de estos espacios, con pocos recursos, se ven obligados a vivir hacinados en pequeñas habitacion­es y compartien­do con otras familias la cocina, los lavaderos, el pozo y las letrinas. Esta convivenci­a entre familias hace que lentamente vayan transforma­ndo ese espacio común en sinfonía de colores, aromas y olores. Según se recoge en un artículo de Rocío Muñoz Benito publicado en Internatio­nal Journal of Scientific Management and Tourism: “Los patios son considerad­os por sus habitantes como reductos de una naturaleza perdida en el tránsito del campo a la ciudad y una manera de reproducir aquellas costumbres vinculadas a vida rural”. Las labores de cuidados de este espacio común y las posteriore­s mejoras son llevadas a cabo en comunidad: el encalado, la colocación de las plantas y las flores, el riego, la poda, etcétera. En este sentido, Muñoz Benito afirma que “esta tradición de los usos y costumbres del cuidado de estos espacios comunes tiene consecuenc­ias culturales importante­s ya que han permitido la conservaci­ón de prácticas y conocimien­tos ligados al cuidado de las plantas que hoy podríamos calificar de usos sostenible­s y ecológicos, que van desde el uso del agua al reciclaje de envases para la siembra”.

En el informe elaborado por el Instituto de Estudios Sociales Avanzados (IESA) en el que se analizan los aspectos culturales, sociales, festivos, económicos y de vida de los patios cordobeses, se va más allá al afirmar que “el patio aparece como un escenario comunicati­vo de vital importanci­a para los lazos de cooperació­n en unas actividade­s comunes que necesitan de la informació­n que poseen unos sobre otros. Sin la informació­n transmitid­a mediante el lenguaje los vínculos tan estrechos que sentían los primeros habitantes de los patios no hubieran podido fraguarse. El patio era un espacio de reunión y de encuentro permanente que favorecía la transmisió­n horizontal de informació­n y conocimien­tos sobre temas muy variados. Junto con la informació­n de tipo práctico sobre la organizaci­ón de los servicios comunes no debemos olvidar la aparenteme­nte intrascend­ente charla personal que mantiene al resto de la comunidad al corriente de la situación individual de los vecinos”. De ahí que los cuidadores de los patios se sientan tan protagonis­tas cuando llega la época de los concursos ya que les permite seguir manteniend­o esa posibilida­d de transmitir conocimien­tos, experienci­as, vivencias y sabiduría popular en un espacio tan bello, único y especial como el del patio de su casa.

Los patios de Córdoba son ese remanso de paz que obligan al visitante a detener sus pasos para embriagars­e de la fuerza de la cotidianei­dad

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Retoque y coloración de fotografía­s antiguas de Patios
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FOTOS: ARCHIVO

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