REFERENTE DE UNA TIERRA CON SABOR A CALIDAD
17 DOP, una IGP, 860 bodegas, más de 18.000 empleos y 81.000 hectáreas de viñedo hacen del vino un pilar de la vida de Castilla y León
Castillos, catedrales, conventos, espacios naturales, valles, montañas, llanuras... Y viñedos. Porque, sí, en ese crisol a diferentes altitudes, suelos de distintos orígenes, pendientes o zonas climáticas dispares, la vitivinícola es una riqueza que engrandece aún más el vasto territorio por el que se extiende Castilla y León. Tierra con sabor a vinos, a vinos de calidad. A la apuesta de futuro, que arraiga en el buen hacer cultivado a lo largo de los años, los siglos e incluso los milenios, y que brinda una oportunidad a la lucha contra el reto demográfico.
Hoy en día, las cepas arraigan en más de 81.000 hectáreas, el 90% bajo el amparo de alguna de sus dieciséis Denominaciones de Origen Protegidas (DOP) y la IGP Vino de la Tierra de Castilla y León, desde la singularidad que aporta la cuenca del río Duero, a la atlanticidad que marca el Bierzo o las peculiaridades de Sierra de Salamanca y Cebreros.
Ya 2.500 años atrás, el consumo del vino era tal como para dejar restos hallados en el yacimiento vacceo de Pintia, en plena Ribera del Duero, la que hoy es la principal denominación de origen en Castilla y León y la única que lleva el nombre del cauce que surca de este a oeste la Comunidad. Con la Tempranillo como principal variedad, conocida como Tinto Fino o Tinta del País en la zona, a la que se une un terreno sometido a un fuerte contraste térmico, permitiendo una maduración excelente en vides plantadas, en su mayor parte, entre los años ochenta del pasado siglo e inicios de éste y que sitúan a esta reina de los tintos en el segundo puesto del escalafón nacional.
Líder absoluto en los blancos, Rueda, con el 42% de la cuota de mercado y esa uva Verdejo que llegó a estas tierras con el reinado de Alfonso VI o en las que maduró el Dorado, el vino de la Corte de los Reyes Católicos.
La Tinta de Toro, como principal variedad, lleva por el mundo el nombre de Toro, zona de honda tradición vitivinícola que embarcó sus vinos a la flota de Cristóbal Colón. Otras dos figuras de calidad de origen zamorano, Valles de Benavente y Tierra del Vino de Zamora, estampan su sello de calidad en tintos, rosados y blancos.
Para rosados, Cigales, donde en el medievo ya los monjes se proveían de los viñedos en ambos márgenes del Pisuerga. Prieto Picudo, la variedad por excelencia en la DO León de bodegas y cuevas rupestres... jalonando el paisaje. Juan García, la principal variedad en la DOP Arribes, que despide al Duero en Zamora y le acompaña por Salamanca. La altitud, 920 metros, marca a la segoviana figura de calidad de Valtiendas. Viñas en bancales y trabajo manual en unas cepas con más de medio siglo de historia caracterizan a Sierra de Salamanca. Temperaturas mínimas muy bajas y máximas suaves dan cuerpo a la burgalesa Arlanza. Viñas viejas nutren Cebreros, con la variedad garnacha como insignia de la DOP.
Un selecto club al que también se han unido los Vinos de Pago de Abadía Retuerta, Dehesa Peñalba y Urueña; y que hacen del vino uno de los pilares de la economía de Castilla y León: unas 750 bodegas, más de 18.000 empleos y 13.000 viticultores inscritos en DOP. Su facturación supera los mil millones al año y la apuesta por la calidad abre también fronteras para unos blancos, rosados y tintos referentes en el mercado patrio, en el que uno de cada cuatro vinos con sello de calidad que se descorchan en España proceden de aquí.