ABC (Galicia)

LA IMPORTANCI­A DEL OLVIDO

- POR ENRIQUE ROJAS ENRIQUE ROJAS ES CATEDRÁTIC­O DE PSIQUIATRÍ­A

«Se aprende a vivir, viviendo. La inteligenc­ia consiste en un conjunto de operacione­s para manejar informació­n remota y reciente y que dé como resultado una conducta positiva, equilibrad­a, que se ajusta a la realidad. Un caudal de datos archivados que juntan el pasado vivido y el presente fugaz. La inteligenc­ia es polivalent­e. Una buena inteligenc­ia sabe computar lo vivido con lo sabido, la experienci­a de la vida con los distintos conocimien­tos que uno ha ido aprendiend­o»

LA memoria es un archivo donde se almacena todo lo que vivimos y nos pasa. Tiene sus propias leyes. Y además, tiene una residencia cerebral donde se almacenan las experienci­as del pasado. Los últimos hallazgos sobre su investigac­ión nos hablan de una memoria episódica, que archiva episodios repletos de detalles y que cuenta con más conexiones en las regiones posteriore­s del cerebro, donde se procesan la informació­n visual y la percepción de los sentidos. Y otra, la memoria semántica que guarda el significad­o de los acontecimi­entos, es más conceptual y se dedica a organizar y jerarquiza­r toda la informació­n, ésta se localiza en la región prefrontal del cerebro.

Hay además una memoria a corto plazo que hospeda lo reciente, y otra memoria a largo plazo que recoge lo antiguo. De cada evento se retienen dos versiones, una más burda y otra más fina, en distintas zonas del hipocampo (un área cerebral con forma de caballito de mar).

Los niños empiezan a tener memoria auténtica a partir de los 3, 4, 5 años aproximada­mente. Es entonces cuando son capaces de fijar hechos, acontecimi­entos personales, que años más tarde pueden ser rememorado­s. El aprendizaj­e de la infancia, la pubertad y la adolescenc­ia consiste en la adquisició­n de conocimien­tos, mientras que la memoria retiene esa informació­n; ambos procesos están estrechame­nte unidos. Aprender es recordar.

El término memoria alberga dos sentidos: uno, el de registro mental de lo que nos ha sucedido, otro de recuperar esas experienci­as. Y tiene tres estadios sucesivos: codificaci­ón, almacenami­ento ordenado y recuperaci­ón. Con el paso de los años los recuerdos cambian de alguna manera, se pueden distorsion­ar o clarificar­se o tener una interpreta­ción diferente de cuando sucedió. La memoria tiene una plasticida­d, que se mueve, gira, redondea el hecho, lo sitúa…

Hay una memoria buena que es aquella que se refiere a hechos positivos y que si tiramos de ella, salen muchas cosas que hemos ido experiment­ando y que nos alegra repasarlos. Cuándo nos enamoramos y cómo se dieron aquellos acontecimi­entos, un éxito profesiona­l que fue significat­ivo a nivel personal, un logro por el que uno luchó durante mucho tiempo y finalmente fue alcanzado. Hay una memoria mala que retiene lo negativo y que si uno no ha sido capaz de pasarlo a segundo o tercer plano de la despensa biográfica, aquello sale a menudo y supone un sufrimient­o intermiten­te, que afea la personalid­ad y la vuelve tóxica. La memoria es más bien femenina, ya que la mujer tiene unas conexiones cerebrales más complejas, por medio de las cuales guarda los acontecimi­entos con más precisión y detalle y por tanto, por este vericueto puede sufrir más.

La felicidad consiste en tener buena salud y mala memoria. La capacidad para olvidar lo malo, lo dañino, lo que hizo sufrir de alguna manera, es fundamenta­l. Uno necesita reconcilia­rse con la parte mala de su pasado. Y esta es una tarea importante, porque si no uno se puede convertir en una persona agria, amargada, resentida, dolida y un poco echada a perder… lo que llamaban los clásicos, una persona neurótica: que vive con conflictos no resueltos que de forma intermiten­te asoman, saltan, se ponen de pie y piden paso… con todo lo que eso significa.

Una persona madura es aquella que vive instalada en el presente intentando sacarle el máximo partido; tiene asumido el pasado y ha sido capaz de ir cerrando las heridas y traumas de atrás, con todo lo que eso trae consigo; y vive sobre todo abierta hacia el futuro, que es la dimensión más prometedor­a, ya que la felicidad consiste en ilusión.

El olvido es necesario para la superviven­cia psicológic­a. Borra errores, fallos, inexperien­cias propias de cualquier comienzo profesiona­l, andanzas afectivas sin fundamento y ese desconocer la importanci­a de lo que uno dice o hace cuando aún es joven y no sabe el alcance real de la conducta.

Se aprende a vivir, viviendo. La inteligenc­ia consiste en un conjunto de operacione­s para manejar informació­n remota y reciente y que dé como resultado una conducta positiva, equilibrad­a, que se ajusta a la realidad. Un caudal de datos archivados que juntan el pasado vivido y el presente fugaz. La inteligenc­ia es polivalent­e. Una buena inteligenc­ia sabe computar lo vivido con lo sabido, la experienci­a de la vida con los distintos conocimien­tos que uno ha ido aprendiend­o. En una palabra y dicho de forma descriptiv­a: inteligenc­ia es capacidad para aprender, tino para juzgar, arte y oficio para gestionar la propia vida en los grandes temas, intentando aspirar a lo mejor.

Aprender qué cosas debemos olvidar es sabiduría. Madurez es saber echar fuera de nuestra memoria todo aquello que ha sido perturbado­r y quedarnos con las lecciones aprendidas de aquellas experienci­as. Pero borrando la parte dañina.

 ?? NIETO ??
NIETO

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain