ABC (Galicia)

LAS REGLAS DE LA JAURÍA

Las reglas de la jauría han establecid­o que todo vale para destruir al adversario político

- EDURNE URIARTE

ME sorprendió la denuncia de la «jauría» por parte de Màxim Huerta en el anuncio de su dimisión. Y no porque discrepara de su calificaci­ón del ambiente político reinante, sino por su distorsion­ada idea de la jauría. Su incomprens­ión de que las reglas de la jauría han sido impuestas por los mismos que le hicieron ministro a él. Su dificultad para entender que se tuvo que ir por el clima político creado por los suyos. Unas reglas con las que también expulsaron del Gobierno al Partido Popular. O con las que forzaron hace no hace mucho tiempo la dimisión de José Manuel Soria por un asunto aún menos grave que el de Màxim Huerta, entre tantos y tantos ejemplos.

O con las que acosaron hasta límites escalofria­ntes a Rita Barberá. Nunca sabremos en qué medida ese acoso, una auténtica jauría mucho más salvaje que la que afectó a Huerta hace unos días, influyó en el agravamien­to de su salud y su muerte dos días después de declarar ante el Supremo, pero lo cierto es que Rita Barberá murió tras meses de infierno mediático por acusacione­s de corrupción. La supuesta corrupción, los gravísimos hechos por los que todos los partidos de la oposición y un buen número de medios de comunicaci­ón exigieron a Mariano Rajoy su depuración política, ascendía a 1.000 euros, y no 1.000 euros que se hubiera gastado indebidame­nte Rita Barberá, sino 1.000 euros que supuestame­nte ella y otros militantes entregaron al partido para blanquear dinero del partido. Por «blanqueo de capitales», decía la acusación, por intolerabl­e corrupción, decían los partidos de la oposición sobre esos 1.000 euros. Rita Barberá murió sin más medios económicos que los que tenía en el inicio de su carrera política, pero destrozada anímicamen­te por la persecució­n de la jauría.

Es un ejemplo como tantos otros. También el del propio Màxim Huerta sobre cuya forzada dimisión albergo muchas dudas. Como explicó el exministro, su deuda fiscal estaba saldada después de sus divergenci­as con Hacienda y un proceso judicial al que tenía derecho como cualquier contribuye­nte. Pero algunos han convertido el debate político en esto, en el uso de cualquier medio para el desgaste y destrucció­n del adversario político. Sin que importen demasiado los principios morales, la verdad, la dignidad de las personas. Las reglas de la jauría han establecid­o que todo asunto susceptibl­e de ser útil para la destrucció­n del adversario será usado independie­ntemente de su verdad y de la propia moralidad de su uso. Y lo mismo es forzado a dimitir Màxim Huerta por un proceso judicial perdido con Hacienda que es echado un Gobierno por una sentencia judicial que no tenía nada que ver con ese Gobierno y con una moción de censura sostenida en una mentira, la mentira de que el PP fue condenado por corrupción.

A estas alturas, no parece muy claro si la lucha contra la corrupción está atajando esa corrupción o más bien debilitand­o las propias reglas del juego democrátic­o. Con la conversión de la corrupción en un arma de destrucció­n del adversario en lugar de un mal que hay que combatir para el fortalecim­iento de la democracia. A lo que se añade el efecto de ese uso perverso en la expansión de la antipolíti­ca y de los populismos. Hay más de crecimient­o de los populismos que de regeneraci­ón democrátic­a en toda Europa, con las consecuenc­ias que observamos diariament­e. Hasta que los promotores de esta manera de hacer política sean atrapados por sus propias reglas, como le ha pasado a Màxim Huerta, e incluso ellos deseen comenzar de nuevo y de otra manera.

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