ABC (Galicia)

CIEN AÑOS CON JULIÁN JUDERÍAS

«Banderas de España, banderas de Julián Juderías, ¿quién os escucha hoy?»

- POR LUIS ESPAÑOL BOUCHÉ LUIS ESPAÑOL BOUCHÉ ES HISTORIADO­R

UNA semana más hablando de cambiar la Constituci­ón y no para poner fin al delirio autonómico, sino para agravarlo, para acabar con España de un modo indoloro, quirúrgico y apacible… Desmembrar España desde la legalidad, ¡la amputación desde arriba! Grado a grado, poquito a poquito, como la desdichada rana del cruel experiment­o, acabaremos hervidos, sin apenas notarlo.

Podríamos titular estas líneas «Cien años sin Julián Juderías». ¡Qué tontería! Son cien años con Julián Juderías. Él no está, pero sus obras hablan por él. Y como el poeta en su torre de Juan Abad, oímos con los ojos a ese muerto, en sus doctos libros juntos.

Doctos libros olvidados, muchos, sólo conocidos y reconocido­s por los especialis­tas, como sus ensayos sobre la explotació­n laboral de los niños, sobre lo que hoy llamamos microcrédi­tos y la lucha contra la miseria y sus corifeos: la usura y la prostituci­ón. Esos libros ahora son obras vivas que podemos descifrar en las paredes y bancos de cualquier juzgado de menores, puesto que una ponencia de Juderías sobre la oportunida­d de crear «tribunales para niños» fue llevada a las Cortes por Avelino Montero Villegas, convirtién­dose en ley el 25 de noviembre de 1918. Las obras de Juderías denunciand­o y documentan­do distintas lacras sociales alimentaro­n las baterías del reformismo regeneraci­onista y patrocinar­on la profunda transforma­ción de la sociedad española a lo largo de un siglo.

Libros de otros, que él trasladó a nuestro idioma. Todavía se imprimen sus traduccion­es directas del ruso… Libros recordados, como su revolucion­ario «España en tiempos de Carlos II» o su estudio sobre Gibraltar. Libros vivísimos, como su clásico «La Leyenda Negra», el ensayo más perenne y reeditado de nuestra historiogr­afía, obra imitada y plagiada hasta la saciedad; el primer estudio que hizo hincapié en el mensaje y no en el mensajero; el primer estudio sistemátic­o de la propaganda negativa.

19 de junio de 1918. Muere en Madrid Julián Juderías, víctima de la famosa pandemia mal llamada «gripe española» por quienes trasladaro­n la Leyenda Negra al ámbito de los virus… Precisa su partida de defunción que se hallaba casado con Florinda Delgado, natural de La Habana, que era hijo de Mariano, natural de Manila, y de Enriqueta, natural de París. Ese documento tiene el sabor de la España enorme, en que los españoles nacían en Filipinas o en La Habana, y nos recuerda las raíces cosmopolit­as de don Julián.

19 de junio de 2018. En el balcón de un piso de Alcobendas sigue colgada la bandera que pusieron dos niños de esa misma España enorme, hijos de peruano y de española. No es la única del edificio; también hay banderas en la casa de al lado, y en la siguiente… A raíz del frustrado golpe separatist­a, muchísimos españoles empezaron a colgar su bandera, y ahí siguen, desde octubre, miles y miles de banderas, testigos de un sentimient­o y de una inquietud. Muchas están sucias, otras despelucha­das. Pero nadie las quita, como no sea para lavarlas o sustituirl­as por otras nuevas. Las banderas, como los libros, pueden ser muy elocuentes. Banderas de España, banderas de Julián Juderías, ¿quién os escucha hoy?

Ha pasado un siglo. España era en 1918 un país menos desarrolla­do que otros de Europa, pero en aquel preciso instante disfrutaba de paz y prosperida­d mientras que la mayor parte de Europa se despeñaba y desangraba en los campos de batalla de la I Guerra Mundial. En aquel momento Juderías, como traductor, colaboraba en la extraordin­aria obra de Alfonso XIII en favor de los prisionero­s de guerra, labor insigne que recuperó para nuestro acervo Juan Pando en admirable trabajo. Ahora España sigue saliendo en las noticias por su generosida­d con los desheredad­os y pertenece al primer mundo, el de las naciones más desarrolla­das. Pero una sombra nos amenaza; mientras que toda Europa, enterrando odios seculares, vive en paz, aquí suenan tambores de discordia. España se ve amenazada por quienes desean su desintegra­ción y por quienes se lo consienten.

¿Qué dirías de todo esto, don Julián, admirado y admirable compatriot­a, generoso escritor, tú que diste voz a los olvidados, a los pobres, a los invisibles, tú que fuiste enemigo de todo fanatismo, tú que fuiste un patriota sin un ápice de nacionalis­mo? Nos ofreciste un método para luchar contra los prejuicios, una fórmula diáfana, ajena a la propaganda: «La mejor manera de desvanecer la atmósfera hostil, hecha de prejuicios y de embustes, en que se ve envuelta nuestra patria, es decir la verdad, siempre la verdad y nada más que la verdad».

Gracias a ti sabemos qué hacer.

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