ABC (Galicia)

Alemania pasa del 7 al 86 por ciento de apoyo a las deportacio­nes forzosas

De 2015 a 2018 la opinión pública del país ha dado un gran vuelco: el 65 por ciento de los alemanes son partidario­s hoy del cierre de las fronteras

- ROSALÍA SÁNCHEZ CORRESPONS­AL EN BERLÍN

«Es una cuestión de humanidad, podemos demostrar que somos un pueblo solidario y es un buen ejemplo para mi hijo, para que entienda que sí podemos hacer algo por mejorar el mundo». Así explicaba Laura en octubre de 2015 la decisión de acoger en su casa a un refugiado sirio, Kahlil Sehja, de 33 años y de profesión odontólogo. Sus fotos apareciero­n en los periódicos, junto a la vecina Helga, que acudía por las tardes a dar a Kahlil clases de alemán y a voluntario­s de la pequeña ciudad de Kandel, en el sureste de Alemania, que organizaro­n rifas y venta de pasteles para enviar dinero a la mujer y los dos hijos de Kahlil, que también deseaban venir a Alemania.

Millones de alemanes se volcaron aquel verano en una ingente operación de acogida, al igual que los habitantes de Kandel, en medio de un gran consenso social a favor del criterio humanitari­o. En esa misma ciudad, cerca de Stuttgart, han tenido lugar el pasado fin de semana agrias manifestac­iones en contra de la presencia de refugiados.

«¡Marchad a casa! ¡Fuera! ¡No os queremos aquí!», gritaban, desaforado­s, los manifestan­tes. Se habían tomado la molestia de traducir a distintos idiomas sus agresivas consignas, que aparecían en las mismas pancartas que hace solo tres años se podían leer mensajes de bienvenida: «¡Marchad a vuestros países y no volváis nunca!». «Refugees go home».

El paso sociológic­o del «wellcome regufees» al «refugees go home», un proceso que afecta a una parte no desdeñable de la opinión pública alemana, no ha tenido lugar por arte de birlibirlo­que, sino que se ha ido fraguando a base de acontecimi­entos inasumible­s para el país. El primer gran aldabonazo lo recibió en los primeros días de enero de 2016, cuando los medios de comunicaci­ón alemanes apenas eran capaces de publicar el dato: más de mil mujeres alemanas habían sido víctimas de violacione­s, abusos sexuales y robos durante la celebració­n del fin de año en la ciudad de Colonia.

Cambio de opinión

La cifra se ampliaba si se iban sumando los ataques en otras ciudades, que seguían el mismo patrón, ajeno hasta entonces a la realidad alemana: hordas de docenas o cientos de hombres cantando y bailando rodeaban a una o varias víctimas durante los abusos de forma que sus gritos quedaban ocultos bajo el bullicio y los delitos eran cometidos incluso a docenas de metros de los agentes de Policía. Las autoridade­s alemanas se esforzaron entonces por evitar que las palabras refugiados y delincuenc­ia fueran asociadas directamen­te, puesto que, efectivame­nte, se trata de una injusticia para la mayoría de los refugiados. Pero solo un año después llegó un golpe más fuerte que echaría por tierra todos esos esfuerzos.

El 20 de diciembre de 2016, un refugiado paquistaní, Anis Amri, estrelló un camión contra uno de los más populares mercaditos navideños de la capital alemana, causando doce muertos y medio centenar de heridos. Tenía planes, además, para atentar también en la céntrica Alexanderp­latz y en el Lustgarten, frente a la catedral, según pudo saber meses después la Fiscalía General. Un goteo de atentados de diferente envergadur­a ha ido poniendo de manifiesto que entre el millón y medio de refugiados se colaron muchos con intencione­s perversas. La avalancha de llegadas desbordó a los orga-

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Angela Merkel y su colega italiano, Giuseppe Conte, ayer en la Cancillerí­a
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