ABC (Galicia)

Elisabeth Mulder, el verbo libre de la escritora que habitó el olvido

Juan Manuel de Prada compone la antología esencial de esta autora feminista y cosmopolit­a

- SERGI DORIA

En sus últimos años la ceguera le impedía escribir. El 28 de noviembre de 1987, Elisabeth Mulder expiraba en la Barcelona que la vio nacer en 1904. Nadie se acordaba de ella. Ni en Cataluña ni en el resto de España. «Los periódicos que habían acogido su firma durante años no le dedicaron ningún panegírico, ni siquiera una desangelad­a nota necrológic­a», lamenta Juan Manuel de Prada. Cuando el escritor y columnista de ABC leyó a Mulder le sobrecogió el espeso manto de olvido sobre aquella escritora de ambición europea. De entre la literatura femenina años treinta –Mercè Rodoreda, Maria Teresa Vernet, Ana Martínez Sagi, Anna Murrià...– De Prada eleva a Mulder al podio. El mecenazgo de la Fundación Banco Santander rescata ahora a la escritora que prefirió la literatura a la vida literaria y la independen­cia personal a los gregarismo­s sectarios: «Fue su norma de conducta, en la República, en el franquismo y en la democracia», subraya el antólogo.

A los veinte años, peinada «Louis Brooks style», Mulder fascinó con «Embrujamie­nto» (1927), poemario al que siguió «La canción cristalina» (1928), «Sinfonía en rojo» (1929) –que da título a este volumen–, «La hora emocionada» (1931) y «Paisajes y meditacion­es» (1933). Tras ese ciclo lírico de versos carnales y vehementes, la autora barcelones­a inauguró su narrativa con una de las mejores novelas españolas del siglo pasado: «La historia de Java» (1935). «Constituye una parábola de la mujer que quiere expresarse sin cortapisas», comenta De Prada. La novela fascinó a Azaña y a Juan José Domenchina. Camino del exilio, el presidente de la República mandó un motorista a la casa de Mulder para conseguir un ejemplar de la novela. «Si en la poesía Mulder se desnudaba, en la narrativa se enmascara en sus personajes y consolidó su estilo», explica De Prada.

Descendien­te de padre castellano-holandés y madre catalano-italiana, Mulder se resguardó de la revolución gracias a la bandera que el cónsul holandés plantó en la burguesa casa familiar. Viajera incansable y viuda temprana, publicó en 1941 los relatos de «Una china en la casa» y «Este mundo» (1945) y las novelas «El hombre que acabó en las islas» (1944) o «Alba Grey» (1947): «Al ser más conocidas, ambas novelas no se han recogido en esta antología», puntualiza de Prada. Sí que lo ha sido «El vendedor de vidas» (1953): «Es una joya desconocid­a que merece figurar entre las mejores aportacion­es de Mulder y que en su época no fue bien recibida por la crítica», apunta.

El articulism­o fue otra faceta de esta escritora prodigiosa. Lo cultivó en ABC, «La Vanguardia», «Ínsula», «Destino», «El Hogar y la Moda», «Brisas»… En este volumen se han selecciona­do diecinueve piezas que certifican que Mulder fue un lujo para la literatura española. Más cercana a Somerset Maughan que al tremendism­o de Cela y la novela social, Mulder quedó varada en una tierra de nadie: «Ojalá esta antología rompa ese cerco de silencio», concluye De Prada.

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ABC La escritora Elisabeth Mulder, fascinó en 1927 con el poemario «Embrujamie­nto»

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