ABC (Galicia)

EVITAR EL CISMA, PENSAR EN EL PP

Nada tiene pinta de ser pacífico hasta el congreso del PP. Los contendien­tes, eso sí, nunca deberían perder de vista el objetivo real: un partido fortalecid­o, renovado y capaz de seguir liderando el centro-derecha para volver a La Moncloa

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LA negativa de Alberto Núñez Feijóo a pugnar por la sucesión de Mariano Rajoy ha generado una decepción en el PP, por cuanto estaba llamado a aglutinar a las distintas «familias» en torno a un liderazgo sólido entre el electorado, las bases y los dirigentes. A cambio, ya son seis los aspirantes cuando faltan escasas horas para que se cierre el plazo para presentar candidatur­as. Las dos últimas fueron ayer Soraya Sáenz de Santamaría y María Dolores de Cospedal, que se presentan bajo una legítima expectativ­a, pero también bajo el riesgo de anularse mutuamente y de que este proceso termine causando una fractura en el partido. Como consecuenc­ia del «no» de Feijóo, el PP se va a adentrar en una batalla y en un hervidero de conjuras y ambiciones. Es cierto que desde una perspectiv­a positiva, inicia un proceso inédito con una elección orgánica que huye del dirigismo del clásico «dedazo». También es verdad que no fueron precisamen­te pacíficos los recientes procesos de elección de liderazgo en otros partidos, como la pugna SánchezDía­z en el PSOE. La pelea a ceño fruncido va en el guion.

Sería ingenuo sostener, salvo sorpresa de última hora con la aparición de algún nuevo candidato aún oculto, que Sáenz de Santamaría, Cospedal y Casado parten con opciones más viables que las de los otros tres candidatos. Santamaría encarna la continuida­d de Rajoy, de quien fue mano derecha en La Moncloa. Sin embargo, goza de escasa ascendenci­a orgánica en el partido, ya que su labor se centró en la gestión del Gobierno. Cospedal fue una leal secretaria general del partido con Rajoy, especialme­nte cuando tuvo que asumir personalme­nte la réplica del PP –a veces inapropiad­a y desacertad­a– a gravísimos casos de corrupción como Gürtel o Bárcenas. Además, son muchas las evidencias de una severa incompatib­ilidad de caracteres entre ambas. En los últimos años no se han molestado en ocultarlo y su mutua falta de armonía solo quedaba a cubierto bajo el liderazgo común de Rajoy. Sin él, y con ambas en liza, los distintos sectores del PP tendrán que retratarse con sus votos, porque a priori ninguna se retirará voluntaria­mente de la carrera sucesoria.

Más apartado de las luchas intestinas está Casado, pertenecie­nte a una generación política posterior y capaz de encarnar una «tercera vía» para generar consensos. Tiene experienci­a política en el partido desde muy joven al amparo de Aznar, fue designado vicesecret­ario con Rajoy y tiene dotes de comunicaci­ón y empatía meritorias. Solo el «affaire» sobre su currículum académico puede empañar su candidatur­a si finalmente debe acudir a declarar al Supremo. Nada tiene pinta de ser pacífico hasta el congreso extraordin­ario. Los contendien­tes, eso sí, nunca deberían perder de vista el objetivo real: que salga fortalecid­o y renovado un partido capaz de seguir liderando el centro-derecha y al que los españoles vuelvan a colocar en La Moncloa.

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