EE.UU: TRATO INHUMANO A MENORES EN LA FRONTERA
LAS desgarradoras escenas de los menores separados de sus familias, víctimas del rigor en la aplicación de las reglas impuestas por la Administración de Donald Trump en la frontera con México ante la inmigración irregular, han interpelado a la opinión pública hasta el punto de provocar la reacción compasiva de la esposa del mismo presidente. Paralelamente, la sociedad española ha descubierto consternada la presencia de decenas de menores no acompañados que han atravesado media África y los peligros del Mediterráneo, quién sabe si enviados por sus padres en busca de un futuro mejor o si estos han perecido en la travesía.
Este escenario es, en todo caso, indigno de un mundo y de una civilización que debería haber dejado atrás ciertas prácticas inhumanas. Pocas especies animales serían capaces de semejante grado de insensibilidad ante la fragilidad de sus cachorros. No se trata de señalar a culpables –que seguramente puede haberlos– sino de llamar la atención sobre algo que reclama una reflexión profunda sobre los límites de lo que es humanamente defendible en términos morales y racionales. Un país como Estados Unidos no hace honor a su propia reputación cuando actúa de esta manera, en contradicción con cualquier sentimiento siquiera caritativo.
Las leyes deben aplicarse con equidad y rigor. Pero al mismo tiempo los seres humanos deben tener derecho a escapar de la miseria en busca no ya de la felicidad, sino en ocasiones de la mera supervivencia. Pero entre una y otra aspiración, no es posible que los niños queden atrapados tras una reja, separados de sus padres, como rehenes de la globalización.