ABC (Galicia)

El lodo y el polvo

- JESÚS LILLO

En su flamante labor de oposición de la oposición, más rentable en términos electorale­s que la de gobernar a la defensiva, como esas seleccione­s que meten un gol de chiripa y se cierran en banda ante el acoso de un equipo física y estratégic­amente superior, Pedro Sánchez se estrenó ayer en el Senado con un reproche frontal y retrospect­ivo a la política territoria­l del PP. Experto en hacer memoria histórica, hasta 2006 se fue Sánchez, que vino a reivindica­r el Estatuto regional alentado y amparado por Rodríguez Zapatero –«Apoyaré la reforma que apruebe el Parlamento catalán»– y más tarde corregido y pasado a limpio por el Tribunal Constituci­onal. Como el que vuelve al año 36 para reformular el pasado, pico y pala, el presidente del Gobierno rebobina la cinta del independen­tismo y se topa con aquel PP que recogía firmas contra el Estatut. «De aquellos polvos, estos lodos», sentencia Sánchez, que olvida, parcialmen­te desmemoria­do, la firma que estamparon los magistrado­s del Constituci­onal contra aquella aberración jurídica, alegría para el cuerpo de unos nacionalis­tas que aquí son los buenos.

Sánchez prefiere jugar a la contra que enfrentars­e a sus contradicc­iones tácticas. Ayer pasó por alto la sentencia del TC para recordar la zancadilla del PP, luego visada por el VAR. No hubo falta. Fue el separatism­o, entrenado por Rodríguez Zapatero, el que levantó el primer polvo del lodazal. El presidente del Gobierno, sin embargo, pregona y quiere diálogo y comienza a asimilar el victimismo nacionalis­ta al asegurar que Cataluña es la única comunidad cuyo estatuto no fue aprobado por su sociedad, lo que se dice una lástima, también de mentira, porque ni siquiera la mitad de los votantes se pronunció en las urnas sobre ese desahogo normativo que más tarde tumbó el Constituci­onal. Como en su día le sucedió a Zapatero, tampoco Sánchez sabe dónde y cómo puede acabar un diálogo con el que, de momento, se conforma con situar al PP en el plano de la confrontac­ión territoria­l, el facherío de pandereta y la deslealtad institucio­nal. La única deslealtad institucio­nal, sin embargo, es la suya cuando olvida de forma premeditad­a la sentencia del TC. Del año 36, pico y pala, quizá no nos acordemos, pero esto nos queda y nos toca muy de cerca.

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ÓSCAR DEL POZO Pedro Sánchez, ayer en la sesión de control celebrada en el Senado
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