NI VELÁZQUEZ
La catástrofe protocolaria de Pedro Sánchez tiene la riqueza de un cuadro histórico. Uno puede mirarla y mirarla y apreciar detalles y personajes nuevos.
Si el jueves Sánchez se ponía el membrete junto a Podemos, ayer se colocaba junto al Rey. El jueves se pasó por lo bajo, y ayer por lo alto.
Dos personas deberían pasar a la historia. Una es el apuntador de protocolo que urgentemente resuelve la confusión. De no ser por su prontitud, la situación se hubiera complicado, porque una vez iniciada la ronda de saludos no hubiera podido detenerse fácilmente. Ese funcionario es el que evita las cosas en España. Estamos a tres incumplimientos profesionales del cambio de régimen. Un juez, un letrado parlamentario o el remediador de ayer.
El otro individuo clave fue el cuarto en la fila, el marido de Ana Pastor. Su actuación fue doblemente admirable. Primero por lo que truncó: saludó a los Reyes y al encontrarse con la sorpresa institucional de la pareja presidencial se agarró las manos y evitó el saludo que no pudo o no quiso evitar su esposa. No cayó en lo que hubiéramos caído muchos, extender el besamanos por pura inercia. Ese hombre supo estar e interrumpió la cadena.
Después salió del lugar muy serio, bajando la cabeza como el que no quiere ver o como el que no quiere mostrar su turbación. Cargaba en su espalda el alipori de todos. ¡Un toisón merece! O la Real Orden del Pudor. En ese gesto de bajar la cabeza se adivinaba la vergüenza ajena, ese sentir por empatía el peso del bochorno que debería estar sintiendo otro.
¿Sintió Sánchez esa vergüenza? Se vio lo que es el presidente al llegar y al irse, donde se ven las cosas. Llegó al saludo como si hubiera quedado a comer con otro matrimonio. Quizás pensó que, una vez presidente, ya no le tocaba desfilar, sino estar; no pasar de largo, sino quedarse y saludar a todos. Hay quien sueña con ser saludado por el Rey al recibir un honor, ¡pero él ha soñado con ser saludador de todos!
Después, en el fogonazo del bochorno, que es como un golpe de rayos X y por eso nos da tanto apuro, abandonó la escena endureciendo el gesto y mirando al frente. Mientras, el marido de Ana Pastor bajaba vicario la cabeza.