La Naturaleza analógica
Si entendemos que lo analógico es la consistencia de las cosas y los fenómenos que se repiten, entonces habrá que convenir que la Naturaleza, desde hace millones de años, es analógica, y que no ha cambiando un ápice a pesar de que vivamos en los principios de la era digital. Puedo enviar este artículo desde mi casa a la Redacción de ABC en dos segundos, y puedo ver las formas de las nubes en la pantalla del ordenador, que me trae las imágenes de un satélite situado a miles de kilómetros, pero no puedo enviar un correo electrónico a las nubes para que cambien de rumbo o se disuelvan como si formaran parte de una manifestación no autorizada. Los ríos tardan decenas de siglos en formar un valle, y luego plantamos tomates en las márgenes, pero de vez en cuando el río, el muy analógico, reclama el cauce que construyó e inunda los huertos. Como esto no sucede de manera habitual, nos sorprende, pero si sembráramos los tomates en el monte sería peor. Lo que sí se puede es construir en las laderas, pero el cauce de barrancos, rieras y ramblas lo hemos ocupado con una muralla de cemento y ladrillo que se extiende a lo largo de toda la orilla del Mediterráneo, en una mezcla de avaricia, ignorancia y soberbia, un triángulo terrible cuyas consecuencias sufrimos.
El carácter analógico de la naturaleza nos rebaja la soberbia, pero al precio de que sufran y mueran inocentes. A la hora que escribo estas líneas todavía no se ha encontrado el cuerpo de ese niño de cinco años que desapareció de la vida, cuando todavía no había crecido para hacerle preguntas, y esta sociedad digital, que parece tener inmensos medios, debe recurrir a algo tan primitivo como el olfato de los perros para tratar de hallar a ese niño, que se ha convertido en el hijo y el nieto de miles de españoles.
Menos mal que, entre tanto sufrimiento, por entre el barro de la tragedia y del luto, surge la limpia solidaridad, que tampoco tiene nada de digital, y que nos restaña de equivocaciones y egoísmos, e incluso nos da un ápice de esperanza sobre nosotros mismos. Puede que tengamos remedio, pero temo que se volverá a repetir el olvido, y que los ingenieros de montes no tienen discurso para conmover a los promotores inmobiliarios, porque estos creen que nunca esa mezcla de avaricia, ignorancia y soberbia les va a arrebatar la vida de un hijo de cinco años.