LA CORBATA DE LA LIBERTAD

Entre las muchas virtudes que posee un amigo mío periodista, que trabaja en la primera radio de Cataluña, no está la del gusto por la ropa. La semana pasada tuvo que ponerse un traje para recibir a la vicepresidenta Calvo y me sorprendió su magnífica corbata. Un inusual detalle de calidad en su vestimenta. Le di la vuelta y era de Bel. Enseguida le pregunté quién se la había regalado y su respuesta contuvo la minuciosa explicación de por qué el independentismo ha sido derrotado. Me contó que no se la habían regalado exactamente a él sino al antiguo director de la emisora, un tipo de Martorell llamado Eduard Pujol, rural como un tractor, que el mes de noviembre del año pasado dejó el periodismo para ir en las listas de Puigdemont. Hoy es diputado en el Parlament y portavoz adjunto de Junts per Catalunya.

Por lo visto Pujol, al abandonar la emisora, se olvidó la corbata en su despacho. Cuando mi amigo entró para echar el vistazo del gitano, la encontró y se la quedó. Martorell no ha dejado ni uno solo de estos días de vestir su lazo amarillo ni sus camisas de esas que si compras tres longanizas, te regalan una. Pero olvidó la única corbata de Bel que jamás tendrá. Dice que Cataluña es una nación pero se comporta como un indígena de taparrabo, sin apreciar la calidad ni saberla distinguir.

El independentismo perdió el día que se desparramó hacia la izquierda y la provincia, y en lugar de presentarse como la idea ambiciosa de unos hombres libres dispuestos a pagar el precio de sus aspiraciones, se licuó como una pócima milagrera; y en lugar de encarnar el compromiso, el valor y la virilidad con que los poblados devienen ciudades y las tribus Estados, se vendió como un victimismo para atraer las bajas pasiones de la turba.

Olvidarse la corbata de Bel pero llevarse toda la caspa aldeana es casi tan estúpido como no entender que servías mucho mejor a tu causa siendo el director de la primera radio de Cataluña que centrando los córners como un triste portavoz adjunto.