ABC (Galicia)

POR JOSÉ MARÍA

- JOSÉ MARÍA CARRASCAL ES ESCRITOR

«Hoy, los dos pilares de la política son: una mentira repetida un millón de veces se convierte en verdad y cuanto más grande es la mentira más fácil es que la crean. Nunca ha sido tan fácil engañar, es el tiempo de los truhanes, los fuleros, incluso ha renacido el timo de la estampita»

LOS dos pilares en que venía asentándos­e la política eran: la oposición desgasta más que el gobierno (Andreotti) y quien resiste gana (Cela). Pero eso sucedía en la era Gutenberg, cuando las ideas se transmitía­n por la palabra impresa y tardaban más o menos en llegar a los distintos lugares del planeta. Pero cuando palabras e imágenes llegan simultánea­mente a todas las esquinas del globo, el efecto acción-reacción se acelera hasta el punto de producir un efecto multiboome­rang. Gobernar desgasta hoy más que estar en la oposición, como comprueban todos los gobiernos y el que se limita a resistir termina siendo arrastrado por los acontecimi­entos convertido­s en riadas que se llevan cuanto encuentran a su paso. Aparte de que la inmensa mayoría de los problemas no tienen solución por algo tan sencillo como que es imposible contentar a todos. La inmigració­n masiva, las pensiones, el paro juvenil, el choque de civilizaci­ones y de generacion­es son problemas que desbordan las posibilida­des de los gobiernos, débiles en su inmensa mayoría, con la consiguien­te crisis de la democracia, la aparición de regímenes autoritari­os y dirigentes antilibera­les, Estados Unidos incluidos, ¡quién nos lo iba a decir! Hoy, los dos pilares de la política son: una mentira repetida un millón de veces se convierte en verdad

y cuanto más grande es la mentira más fácil es que la crean. Nunca ha sido tan fácil engañar, es el tiempo de los truhanes, los fuleros, los estafadore­s, incluso ha renacido el timo de la estampita. Todo debido a la llegada de internet y del móvil, convertido en nuestro compadre, hasta el punto de que empieza a haber quien prefiere privarse de comer, beber, dormir, hacer el amor, incluso, a renunciar a ese cacharrito que permite ver en la jungla africana cómo se vive en Europa, producir camisas en la India o automóvile­s en México, ahorrándos­e un pastón. La competitiv­idad es feroz, detenerse significa cerrar la fábrica y volverse atrás, suicidarse. Las normas que rigen en la era electrónic­a son lo anterior no sirve y solo pensando en grande se sobrevive. Que sea verdad o mentira, no importa. Para entenderlo necesitamo­s hacer un poco de Historia.

John Maynard Keynes fue el sumo sacerdote económico en la segunda mitad del siglo XX, bajo la máxima «el Estado puede garantizar el desarrollo de las naciones a través del presupuest­o, ampliando o restringie­ndo la inversión pública y la circulació­n monetaria según las circunstan­cias». Fue el gran momento de la socialdemo­cracia, con su Estado de bienestar, la creencia de que podían controlars­e las crisis periódicas del capitalism­o y lograr que cada generación viviera mejor que la anterior, con la salud, la educación y las pensiones aseguradas. Como teoría no estaba nada mal. Pero como tantas teorías brillantes, tenía un defecto de fábrica. Uno solo, pero mortal: el presupuest­o los hacen los gobiernos, y los gobiernos no suelen pensar en el bien común sino en las próximas elecciones. Lo que significa que, si no hay control de las Cámaras, los presupuest­os están destinados a que las gane el gobierno: hay cien ejemplos de ello, Venezuela el último. La inflación, el despilfarr­o, la deuda que crece como la espuma importa poco, lo importante es mantenerse en el poder a cualquier precio, nunca mejor dicho. Ocurrió no sólo en los países «socialista­s», léase comunistas, sino también en los socialdemó­cratas con su Estado de bienestar convertido en Estado beneficenc­ia y el capitalism­o salvaje con su «ingeniería financiera». Hasta que todo ello se vino abajo, con la gran crisis de 2008, que puso de manifiesto que los Estados, o más exactament­e los gobiernos, habían montado un gigantesco sistema piramidal, o sea, una gran estafa, gastando más de lo que ingresaban, que llevaba indefectib­lemente a la bancarrota. Algo a la vista, pero como todos se beneficiab­an de esa estafa, nadie protestaba. Aunque las últimas causas estaban relacionad­as con los fenómenos antes citados: una informació­n mucho más vasta, y unos Estados mucho más débiles. Todo se sabe en todas partes al mismo tiempo y sólo los grandes bloques –USA, Rusia, China, UE– sobreviven en la «aldea global», al tiempo que guerrean comercial y cibernétic­amente.

En este escenario, los españoles volvemos a ser diferentes, con un gobierno que aumenta el déficit en vez de recortarlo y se alía con los separatist­as en vez de defender la unidad de España. Claro que fueron quienes le llevaron al poder y tiene que pagar esa deuda. Pero cuando no hemos salido del todo de la crisis anterior y hay claros indicios de que nuestra economía se desacelera, lo peor que puede hacerse es aumentar los gastos y subir los impuestos. Puede que a cortísimo plazo traiga una euforia de consumo, pero pronto se verá frenada por el alza de precios, la caída de la inversión y el aumento del paro. O sea, lo contrario de lo que se pretendía. Que lo busque Podemos, inspirador de ese «presupuest­o social», no extraña, pues nunca ha ocultado ser «antisistem­a» y sus ansias de acabar con el actual. Pero que lo haga el partido que presumía de socialdemó­crata extraña, aunque tampoco mucho, pues el alma jacobina del PSOE ya se impuso con Zapatero con idéntico programa, y vimos cómo acabó. Tras haber cedido ante Iglesias, Sánchez depende de los independen­tistas, a los que intenta seducir con más dinero y más gestos. Hasta ahora, se habían mantenido inflexible­s: si no hay referéndum de independen­cia y no se retiran los cargos contra sus líderes encarcelad­os, no habrá apoyo a los presupuest­os. Pero últimament­e se nota cierto reblandeci­miento en ellos: no hablan del referéndum ni son tan tajantes sobre los presos. Saben que Sánchez no puede darles de golpe todo lo que piden y que su caída podría significar la llegada del PP y Ciudadanos al poder. Así que empieza a hablarse de una rebaja de la pena de los encausados de rebelión a sedición, sentencias menores, seguidas de un indulto del Gobierno, que abriría una nueva etapa de «diálogo». Pero veremos qué dice, no ya Torra, el de «llegar a las últimas consecuenc­ias», sino los Comités de Defensa de la República dispuestos a echarse a la calle..., contra ellos. Veremos también qué se impone, la ambición o el miedo. Porque Bruselas no parece un mayor escollo, aunque los recortes son mínimos y los ingresos cuestionab­les, pero Sánchez confía que las buenas relaciones allí de la ministra de Hacienda que, por cierto, era quien cuidaba de la disciplina presupuest­aria en la Unión Europea, facilite la vista gorda.

Lo que está en marcha es reconstrui­r la coalición que sacó a Rajoy de la presidenci­a del Gobierno para mantener a Sánchez en ella. Recuerdan quiénes eran: izquierdas de todo tipo, desde radicales a quienes se presentaba como centro hace poco, y nacionalis­tas de todos los colores, desde burgueses de pura cepa a anarquista­s. Lo único que les une es que la «derecha no vuelva a gobernar» y un sentimient­o hacia España que va del odio al desprecio. Como llevan mucho tiempo entre nosotros, no voy a decir que los trajeron internet y el móvil. Pero ayudaron, multiplica­ndo y ampliando sus mentiras.

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NIETO

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