ABC (Galicia)

Los surtidores de combustibl­e son recaudador­es de Hacienda

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NO me extraña la persecució­n general que se ha emprendido contra el diésel, al que pronto culparán («culpabiliz­arán», que se dice en tertuliané­s y en «Sálvame») de la muerte de Manolete en Linares, de la de Paquirri en Pozoblanco y de la Kennedy en Dallas. No me extraña esta campaña contra el combustibl­e diésel porque el aceite de oliva y el pescado azul podrían cantarle una letra flamenca con la letra cambiada, que diría: «De todo te culpan, tío,/ lo digo por experienci­a/ porque a mí me ha sucedío».

Igual ocurrió, como digo, con el aceite de oliva. Suelen ser campañas extrañísim­as, en la que los «lobbies» se ponen a funcionar a todo trapo, compran bocas, titulares de periódico, opiniones e informativ­os de la tele y hasta encuentran a un investigad­or con pocos escrúpulos y muchas ganas de hacer caja que en una revista científica de prestigio internacio­nal publica lo que haga falta publicar, contra lo que haga falta atacar. Una vez hubo en que, quizá por presión y suelta de la telanda de los intereses de los productore­s de aceites de soja y de girasol, no había nada más peligroso que el aceite de oliva. Vamos, que te tomabas una tostada con aceite de oliva, afirmaban, y la gente se lo llegó a creer, ora virgen de oliva, ora refinado, y tenías todas las papeletas para que te entrara algo malo. Decían que el aceite de oliva era espantoso para el colesterol, tanto para el colesterol bueno como para el colesterol malo. Porque al colesterol le pasa como a los policías en investigac­ión en marcha: que uno hace de bueno y otro de malo para conseguir sus fines. Menos mal que «ya todo aquello pasó, todo quedó en el olvido», por lo que levanto mi tostada con un buen aceite de oliva de primera presión y sin filtrar para celebrar su triunfo sobre las falsas campañas pagadas por la soja y el girasol. E ídem de lienzo le ocurrió al pescado azul. Por los medios y métodos ya descritos y con la colaboraci­ón del científico trincón de turno, hicieron creer a la gente que el pescado azul era malísimo para la salud, que comer sardinas era peligrosís­imo, y nada digo de los boquerones victoriano­s. Al cabo del tiempo descubriós­e que era todo lo contrario, que el pescado azul era tan bueno que lo defendían hasta los rojos.

«Ahora me ha tocado a mí», podría decir el diésel con una canción de Isabel Pantoja. Ahora el diésel es el culpable del agujero de ozono, del cambio climático, de las riadas de Mallorca y de los huracanes con nombres exóticos. Que tiene razón Manuel Contreras cuando dice que está deseando que haya un huracán tocayo suyo, que lo bauticen como «Manolo». Todo el cuento del alfajor del medio ambiente y del cambio climático, toda la demagogia de la biodiversi­dad de los verdes (por fuera y rojos por dentro, como la sandia) se ha vuelto contra el diésel. Y el Gobierno que emite contaminan­tes comunicado­s al alimón con el membrete de Podemos, por no ser menos que nadie, se ha sumado en socorro del vencedor en esta guerra contra el diésel. Los despilfarr­os del Gobierno del Okupa de La Moncloa y del Palacio Real los va a pagar el diésel, con el que piensan recaudar más que con los impuestos a las grandes fortunas de los abelloses y los marches. Y en vez de igualar por abajo, que es lo habitual, lo hacen por arriba y le ponen al diésel la misma fiscalidad que a la gasolina. En una estación de servicio, no crea que los surtidores son expendedor­es de combustibl­e: son recaudador­es de Hacienda. Igual que trabajamos hasta junio para Hacienda, medio depósito de gasolina o de gasoil del coche lo llenamos de impuestos: el 48% el gasoil y el 52% la gasolina. Ahora los dos igual, leña al diésel. Saben por qué: el diésel es el culpable de la contaminac­ión. Y hasta de la derrochona ineptitud de este Gobierno que debería convocar elecciones y coger Puerta, Camino y Viti en vez de endeudarno­s hasta las cejas.

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