El autor estadounidense llega a Madrid para presentar el musical de «El médico», la adaptación de su novela más exitosa, que vendió más de diez millones de ejemplares en todo el mundo
oah Gordon luce unos noventa y dos años envidiables, y no por su salud, que es buena, ni tampoco por su cabeza, que funciona como un reloj. No. Es por el brillo de sus ojos al recordar, por la ausencia de resentimiento, por la satisfacción del trabajo bien hecho, del trabajo querido. «He sido muy afortunado», repite una y otra vez. Afortunado por las bibliotecas públicas que le permitieron leer durante la Gran Depresión, por haber estudiado periodismo y haber aprendido a investigar, por haber trabajado en algo que amaba. Afortunado, en fin, por haber escrito. Solo lamenta no poder hacerlo más: cosas de la edad. «La medicina no ha hecho posible que mantengamos la vitalidad de la juventud», subraya.
Gordon está en Madrid para presentar el musical de «El médico», la adaptación
Nde su novela más exitosa, que se estrena mañana en el Teatro Nuevo Apolo. Dice que está feliz de volver a España, otra vez, y de ver representada la vida de aquel médico del siglo XI. De hecho, nada más aterrizar en la ciudad no quiso ir al hotel. Una inocencia infantil eliminó cualquier posible efecto del y lo llevó a la tarima donde iba a tener lugar la magia. —No tenía ni la más mínima idea de que esto pudiera suceder. Mi primera novela fue un gran éxito, y después escribí otros dos libros que no lo fueron. Recuerdo que mi mujer me decía: «Intenta otro libro y, si no funciona, busca el mejor trabajo que puedas en un periódico» (ríe). —Creo que la lucha entre la vida y la muerte, ese esfuerzo humano por prevenir la muerte. Es algo que se repite en todas las épocas de la historia. —Iván Macías ha convertido en música muchas de las cosas que yo había intentado plasmar por escrito. Esa mezcla de las palabras con la actuación y la música crea una atmósfera diferente y hermosa en la que la historia florece. —Claro. Me adentré en el libro como si fuera un trabajo. Comenzaba siempre después del desayuno. Un día mi mujer me dijo: «Si te levantas a las cinco de la mañana, ¿por qué no empiezas a escribir a las cinco?». Y empecé a trabajar a esa hora. Paraba a desayunar y continuaba hasta el mediodía. Y por la tarde continuaba escribiendo fuera de casa… Era una vida maravillosa. —Durante años fui periodista científico en Boston, que es una ciudad llena de investigaciones médicas. Me encantaba hacer eso. Y cuando estuve retirado en las montañas para escribir, viví en un pequeño pueblo donde no había doctores. Pero había un grupo de voluntarios y conductores de ambulancias en el que yo participaba. Y si alguien enfermaba o tenía algún accidente nos avisaban y les dábamos cuidados de emergencia. Después bajábamos una larga y sinuosa carretera hasta llegar al hospital más cercano. Y esto lo hice durante nueve años. Tengo una gran experiencia de cuidador médico en mi vida. —¿Como paciente? Cada vez estoy más familiarizado con los hospitales. Me siento muy agradecido. Pero vivimos en una sociedad un tanto rara. La investigación médica consigue que cada vez se viva más tiempo, pero no ha hecho posible que mantengamos la vitalidad de la juventud. Ese es el gran reto.